Durante más de ocho décadas, Estados Unidos fue sinónimo de liderazgo en ciencia y tecnología gracias a una combinación única de inversión gubernamental, colaboración con universidades y un ecosistema de innovación robusto. Sin embargo, en los últimos años, este dominio ha comenzado a erosionarse debido a una serie de recortes presupuestarios, políticas restrictivas y una visión estrecha que amenaza con minar la infraestructura científica que posicionó al país como una superpotencia mundial. Entender cómo y por qué ocurrió esta pérdida es fundamental para prever el futuro de la innovación y la competitividad global estadounidense. El modelo estadounidense de innovación se cimentó en una asociación estratégica entre el gobierno federal, las universidades y la industria privada. Este sistema fue diseñado durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el asesor científico presidencial Vannevar Bush convenció al presidente Franklin Roosevelt de que la guerra se ganaría con tecnología avanzada desarrollada principalmente en universidades.
A diferencia del enfoque centralizado y vertical que adoptó el Reino Unido en aquella época, Estados Unidos apostó por una descentralización que permitió que investigadores universitarios lideraran proyectos de investigación y desarrollo, con apoyo financiero directo del gobierno y fabricación a cargo del sector industrial. Este modelo no solo permitió avances científicos vitales para la defensa nacional, sino que también promovió una dinámica de transferencia tecnológica y creación de empresas derivadas de la investigación académica. Gracias a leyes como la Bayh-Dole Act de 1980, que otorgó a las universidades la propiedad de patentes generadas con fondos federales, se impulsó la comercialización de innovaciones y la creación de miles de startups anualmente, muchas de las cuales generaron productos revolucionarios en salud, energía, tecnología y otros sectores. El apoyo financiero del gobierno estadounidense a la investigación es notable. En 2025, el presupuesto federal destinado a la investigación y desarrollo alcanzó cifras récord, con más de 200 mil millones de dólares distribuidos entre varias agencias que subvencionan proyectos en universidades y laboratorios.
Sin embargo, una parte esencial y a menudo invisible de este financiamiento es el reembolso de costos indirectos, que permite a las instituciones académicas mantener las infraestructuras, instalar equipos y gestionar los aspectos administrativos que hacen posible la investigación avanzada. Este sistema de costos indirectos, que inicialmente se estableció en la Segunda Guerra Mundial, fue esencial para garantizar la sostenibilidad de la investigación. Universidades dedican recursos significativos a mantener laboratorios seguros, cumplir con normativas de seguridad, administrar datos y apoyar la gestión de proyectos. Sin embargo, durante la administración Trump, hubo un intento de reducir drásticamente estos reembolsos, concentrándose especialmente en las políticas de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), lo que generó una crisis financiera potencial en la academia y un freno inmediato a la expansión y sostenibilidad de proyectos científicos. La política de recortes generalizados, además de reducir los fondos, tuvo un enfoque selectivo que atacó programas relacionados con cuestiones como el cambio climático y la equidad, generando un impacto colectivo que va más allá de lo ideológico.
Este enfoque no solo socava la base financiera de la investigación, sino que también genera inestabilidad y desincentiva a investigadores y estudiantes a permanecer en el sistema estadounidense. El efecto inmediato es la disminución de proyectos, la reducción de becas para estudiantes de posgrado y la paralización de la creación de nuevas startups tecnológicas relacionadas con la ciencia. Otro desafío crítico es la fuga de talento científico. Durante décadas, Estados Unidos fue el destino preferido para investigadores globales, atraídos por sus recursos, libertad académica y oportunidades de desarrollo profesional. Sin embargo, con las restricciones migratorias y la percepción de un ambiente hostil a la ciencia, muchos de estos profesionales están siendo captados por países competidores, especialmente China, que ha implementado programas como el “Millar de Talentos” para atraer de vuelta a investigadores de primera línea, ofreciendo condiciones económicas y apoyo estratégico que superan las posibilidades estadounidenses.
China ha capitalizado esta oportunidad a través de una visión integrada que combina educación, industria y política estatal con un enfoque claro hacia sectores estratégicos como la biotecnología, materiales avanzados y farmacéutica. Su sistema educativo enfatiza la educación STEM con gran escala, mientras que su inversión estatal masiva permite una rápida comercialización y producción a gran volumen, algo que Estados Unidos enfrenta con dificultades debido a un sistema fragmentado, elevado costo de educación superior y limitaciones burocráticas. En sectores clave como la industria química y farmacéutica, la diferencia de enfoques se hace evidente. La producción avanzada de químicos y materiales, junto con la innovación en medicamentos y terapias, están siendo lideradas por China gracias a su capacidad de integrar investigación y producción en una escala sin precedentes. Mientras tanto, Estados Unidos enfrenta altos costos energéticos, infraestructura envejecida y una regulación compleja que ralentiza el proceso de innovación y adopción comercial.
El panorama futuro de la ciencia y tecnología estadounidense depende en gran medida de la capacidad de su sistema para recuperar el equilibrio entre financiamiento, talento y política pública. Es impreciso prever un colapso súbito, pero la tendencia indica una pérdida progresiva de ventaja relativa frente a naciones que apuestan de manera constante y a largo plazo por la ciencia como motor estratégico de desarrollo. Para revertir esta situación, es crucial que los responsables políticos comprendan que la inversión en I+D no es un gasto, sino un catalizador indispensable para el crecimiento económico, la seguridad nacional y la posición global. Fortalecer las universidades, garantizar el financiamiento adecuado para infraestructura y personal, flexibilizar las políticas migratorias para atraer talento internacional, y estabilizar el apoyo a programas científicos son pasos esenciales. Además, es vital fomentar una cultura nacional que valore la ciencia y la innovación, combatiendo la polarización política que ha puesto en riesgo la continuidad y estabilidad de la política científica.
La historia muestra que una vez que un país pierde el liderazgo en la investigación avanzada, recuperarlo puede ser extremadamente difícil y costoso. En conclusión, Estados Unidos debe reconocer que su potencial como superpotencia científica depende de mantener un ecosistema integrado y multifacético, donde el gobierno, las universidades y la industria privada trabajen en conjunto. La competencia global es real y dinámica, y el desgaste actual puede abrir una brecha irreversible con potencias emergentes como China. El futuro de la innovación tecnológica y su impacto en la vida cotidiana, la economía y la seguridad nacional está en juego, y el momento de actuar es ahora.