En un contexto global cada vez más incierto, China se encuentra ante un desafío monumental que podría definir su futuro económico: aumentar el consumo interno, elevar su Producto Interno Bruto nominal y estabilizar la relación entre la deuda y el PIB. A medida que la economía mundial se recupera de los efectos de la pandemia de COVID-19, el país asiático enfrenta la necesidad de impulsar su crecimiento y, al mismo tiempo, gestionar su deuda de manera efectiva para evitar la trampa de la inflación. China, durante las últimas décadas, ha sido conocido como el "taller del mundo", gracias a un modelo de crecimiento basado en la exportación y en una inversión masiva en infraestructuras. Sin embargo, este modelo ha comenzado a mostrar signos de agotamiento, especialmente con el impacto de la pandemia que interrumpió las cadenas de suministro y afectó la demanda global. La economía china necesita un cambio estructural que la lleve a depender más del consumo interno y menos de la exportación.
Esto no solo ayudará a estabilizar la economía ante futuras crisis, sino que también fomentará un crecimiento más sostenido y equilibrado. Aumentar el consumo interno es, sin duda, una de las tareas más urgentes. Las autoridades chinas han reconocido que la clase media, que ha crecido significativamente en las últimas décadas, es una fuerza potencial para impulsar la demanda. Sin embargo, los consumidores chinos son aún cautelosos, a menudo priorizando el ahorro sobre el gasto. Este comportamiento se ha visto exacerbado por la incertidumbre económica, el aumento de la deuda personal y la falta de una red de seguridad social suficientemente robusta.
Para cambiar esta situación, es fundamental que el gobierno implemente políticas que estimulen la confianza del consumidor, tales como incentivos fiscales, mejoras en los servicios sociales y un enfoque más efectivo en la creación de empleo. Por otro lado, la elevación del PIB nominal es igualmente crucial. A pesar de que la economía china ha experimentado un crecimiento sostenido, la expansión del PIB debe ir acompañada de un aumento en los ingresos de los ciudadanos. Esto no solo mejorará la calidad de vida de la población, sino que también permitirá al gobierno generar más ingresos fiscales para sostener su creciente deuda. En este sentido, se requieren esfuerzos para mejorar la productividad laboral y fomentar la innovación, así como inversiones en sectores estratégicos que impulsen el desarrollo sostenible.
Un enfoque desafiante es el manejo de la relación entre la deuda y el PIB. Durante años, la estrategia de China ha consistido en fomentar el crecimiento a través de una deuda elevada. Sin embargo, esta política ha dado lugar a un aumento alarmante de los niveles de deuda que, si no se gestiona adecuadamente, podría derivar en una crisis económica. El desafío radica en estabilizar esta relación sin sofocar el crecimiento. Un aumento desmedido de la deuda podría llevar a una inflación descontrolada, lo que a su vez impactaría negativamente tanto en el consumo como en la inversión.
Uno de los mecanismos que el gobierno chino puede considerar para romper el ciclo de la deuda-inflación es la implementación de reformas estructurales. Estas reformas deben dirigirse a eliminar ineficiencias en la economía, desmantelar monopolios estatales y promover un entorno más competitivo que incentive la inversión privada y el emprendimiento. Asimismo, la reforma del sistema financiero es vital; se necesita un crédito que fluya hacia sectores productivos y no hacia especulaciones que no aportan a la economía real. En el ámbito internacional, China también debe repensar su rol en la economía global. A medida que la polarización económica y política aumenta en el mundo, establecer asociaciones estratégicas y buscar nuevas oportunidades de comercio será esencial para diversificar su base económica.
Esto implica que China debe fortalecer sus lazos con economías emergentes y trabajar en la integración de las cadenas de suministro locales, buscando reducir la dependencia de mercados externos. Sin embargo, el aumento del consumo y la elevación del PIB no son tareas que se logren de la noche a la mañana. La transición hacia un modelo de crecimiento más centrado en el consumo interno requerirá un cambio de mentalidad tanto del gobierno como de la población. También es fundamental que las expectativas acerca del crecimiento económico se ajusten a la nueva realidad, destacando no solo el crecimiento en cifras, sino también su calidad. La inclusión social, la sostenibilidad ambiental y la innovación deben ser pilares de esta nueva narrativa.