La desigualdad económica ha sido durante mucho tiempo un tema central en el análisis social, histórico y político. Se ha asumido tradicionalmente que a medida que las sociedades crecían, adoptaban la agricultura y estructuraban sistemas de liderazgo más formales, la concentración de riqueza y la desigualdad debían aumentar inevitablemente. Sin embargo, un estudio innovador publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) está revolucionando esta visión arraigada, revelando que la desigualdad de riqueza no es un destino inevitable impuesto por el progreso social o tecnológico, sino el resultado de decisiones políticas y sistemas de gobernanza específicos. La investigación, liderada por Gary Feinman, del Field Museum de Chicago, se basa en un extenso análisis de más de 50,000 viviendas distribuidas en casi 1,000 sitios arqueológicos alrededor del mundo. A través del estudio de tamaños y características de las casas, se utilizaron coeficientes de Gini para estimar la desigualdad económica en sociedades que abarca milenios y continentes, desde finales del Pleistoceno hasta el inicio del periodo colonial europeo.
El tamaño de la vivienda ha servido como indicador confiable de riqueza en numerosas culturas antiguas, ya que viviendas más grandes y elaboradas reflejan la acumulación de recursos. Gracias a esta técnica, el equipo investigador pudo comparar la desigualdad en varias sociedades y examinar su relación con factores como el tamaño poblacional y la complejidad política. Lo que descubrieron desafía con fuerza las narrativas clásicas sobre la evolución social. La desigualdad no siempre aumentó con la agricultura o con gobiernos más jerárquicos; de hecho, hubo comunidades que diseñaron e implementaron sistemas de gobernanza y cooperación para limitar la concentración excesiva de riqueza, sirviendo como mecanismos igualadores. Esta revelación es particularmente relevante en el contexto contemporáneo, donde la desigualdad económica es un tema crítico en las discusiones sociales globales.
El hallazgo sugiere que los factores tecnológicos y demográficos aumentan el potencial para una mayor desigualdad, pero el resultado depende de cómo los humanos deciden organizar sus instituciones y distribuir recursos. La historia muestra que no es la existencia de líderes o el tamaño de la población en sí lo que determina la desigualdad, sino la naturaleza de las decisiones políticas y sociales. Además, al analizar sociedades de distintas áreas geográficas como América del Norte, Mesoamérica, Europa y Asia, el estudio revela una variabilidad significativa en los niveles de desigualdad que no puede ser explicada únicamente por factores ecológicos o tecnológicos. Este enfoque global y de largo plazo aporta una perspectiva más matizada al debate, destacando que la desigualdad es un fenómeno complejo y contingente, moldeado por las dinámicas sociales y culturales. Esta investigación se enlaza con el proyecto Global Dynamics of Inequality (GINI), que busca desentrañar las raíces y trayectorias históricas de las disparidades sociales.
La innovación metodológica y el volumen de datos recopilados ofrecen una ventana sin precedentes para observar la evolución de la desigualdad. La conclusión es clara: la desigualdad no es un resultado automático ni una consecuencia natural del crecimiento social o de la adopción de tecnologías avanzadas. Las implicaciones para el presente y el futuro son profundas. Si la desigualdad económica no fue inevitable en el pasado, el mismo razonamiento puede aplicarse a las sociedades actuales. Las políticas públicas, los modelos de gobernanza y las decisiones colectivas tienen el poder de influir decisivamente en cómo se distribuye la riqueza.
Esto abre un margen de esperanza para diseñar sistemas sociales más justos y equitativos, basados en mecanismos que limiten la concentración de capital y promuevan la cooperación y la igualdad. Este nuevo entendimiento también invita a reexaminar las narrativas educativas y culturales que hemos sostenido durante siglos, muchas de las cuales asumen un determinismo histórico que minimiza el papel activo de las decisiones humanas en la configuración de la sociedad. Al superar este paradigma, se fomenta una visión más dinámica y participativa de la historia, en la que las personas y sus instituciones son agentes fundamentales para dar forma a la realidad social. Además, la metodología de utilizar el tamaño y características de las viviendas como medida indirecta de riqueza abre nuevas vías para la investigación arqueológica y antropológica. Permite aplicar indicadores cuantitativos con alcance global y temporal, facilitando comparaciones y análisis transdisciplinarios.