La lectura y la escritura son dos artes que se complementan y nutren mutuamente, pero que requieren de habilidades y actitudes específicas para alcanzar su máxima expresión. Vladimir Nabokov, uno de los grandes escritores y críticos literarios del siglo XX, ofrece en sus ensayos una perspectiva valiosa sobre cómo ser un buen lector y un buen escritor, invitándonos a sumergirnos en el misterio de las estructuras literarias con la precisión de un detective y la pasión de un amante del arte. Para Nabokov, el buen lector no es aquel que se lanza a la lectura con ideas preconcebidas o con la intención de extraer moralejas o denuncias sociales inmediatas. Muy por el contrario, ser un buen lector implica una actitud de respeto, curiosidad y paciencia, una disposición a observar con atención cada detalle de la obra y a dejarse sorprender por el mundo nuevo que el autor ha creado. Los libros no son espejos que reflejan una realidad previa, sino universos autónomos con sus propias reglas, personajes y paisajes.
Este enfoque se opone radicalmente a la tendencia común de aproximarse a la literatura con un enfoque utilitario o superficial. Por ejemplo, empezar a leer "Madame Bovary" con la idea fija de que es una denuncia de la burguesía puede privar al lector de descubrir las complejidades y sutilezas que Flaubert plasmó en su obra. Cada obra maestra es, como sostiene Nabokov, un cuento de hadas excepcional, un mundo reinventado que no puede reducirse a datos históricos ni a retratos fieles de una época o lugar. A través de la atención minuciosa a los detalles, el lector puede gustosamente «acariciar» los elementos que componen la obra, lo que genera una experiencia literaria profunda y enriquecedora. Esta aproximación requiere un ritmo pausado y reflexivo, en contraste con la rapidez con la que hoy día suele consumirse el contenido literario.
Solo así se puede captar la intención artística, los matices del lenguaje, los símbolos ocultos y la estructura subyacente que da vida al relato. En este proceso, la generalización solo debe aparecer después de haber comprendido y disfrutado los «detalles soleados» del libro. Empezar por una conclusión prefabricada equivale a establecer una barrera que impide conectar con la obra en su singularidad. La riqueza de la literatura reside precisamente en su capacidad para desafiar nuestras expectativas y presentarnos perspectivas inéditas. Desde el punto de vista del escritor, la creación literaria es una tarea mucho más compleja y ambiciosa que la mera reproducción de la realidad.
El buen escritor no toma valores y verdades prestadas de fuentes externas ni se limita a reproducir lo cotidiano bajo un formato convencional. En palabras de Nabokov, el verdadero autor es aquel que diseña y pone en marcha su propio cosmos literario, que «manda girar planetas» y que incluso moldea los sueños y pensamientos de sus criaturas ficticias como quien manipula átomos de un nuevo mundo. Esta originalidad radical implica que el escritor debe reinventar el tiempo, el espacio y la experiencia humana en cada obra. El mundo real, tal como lo conocemos, es para el artista una materia prima caótica que necesita ser organizadamente transformada para adquirir sentido literario. Así, los detalles más simples, como las bayas comestibles o la criatura que cruza el camino, cobran relevancia gracias a la habilidad del autor para rescatarlos de su anonimato y volverlos chispa de la imaginación.
Es interesante cómo Nabokov distingue al escritor verdadero, el genio creador, de los autores menores, quienes se limitan a jugar con combinaciones ya establecidas dentro de patrones tradicionales. Estos últimos buscan complacer a lectores que prefieren encontrar ideas comunes y repetidas en ambientes familiares, pero no logran innovar ni sorprender. La literatura genuina, en cambio, es un acto de valentía que transforma radicalmente el material existente y crea un arte capaz de transformar la percepción del mundo. Dentro de este marco, la relación entre el lector y el escritor se vuelve una danza compleja y delicada. El lector debe abandonar prejuicios y expectativas automatizadas para adentrarse en el universo único que cada creación literaria propone.
De la misma forma, el escritor debe ser consciente de la responsabilidad de ofrecer un nuevo mundo con sus propias reglas y encantos, invitando al lector a participar en la exploración de ese dominio. Nabokov también señala la diferencia entre novelas históricas comerciales y las grandes obras literarias. Mientras las primeras tratan de reproducir datos y contextos con un propósito de información o entretenimiento popular, las obras maestras no buscan enseñar historia sino crear realidades ficcionales que se perciben como verdaderas en su esencia artística. Jane Austen, por ejemplo, pintó una Inglaterra con baronetos y jardines cuidados, aunque su experiencia limitada a un salón parroquial fuera la supuesta realidad de ese mundo. Por otro lado, un gran autor no está atado a la literalidad del espacio o tiempo, ya que manipula estos elementos para expresar emociones, ideas o conflictos universales.
La literatura adquiere de esta manera una dimensión mágica que va más allá del registro de hechos objetivos. En este sentido, las obras de Nabokov suelen incorporar juegos de lenguaje y artificios estructurales que obligan a la reflexión sobre el propio acto de leer y escribir. Para quienes aspiran a ser mejores lectores o escritores, las enseñanzas de Nabokov ofrecen una guía inigualable. El camino pasa por entrenar una mirada minuciosa y abierta, capaz de captar lo singular de cada texto, y por desarrollar una creatividad valiente que se atreva a romper moldes y establecer nuevas reglas. La lectura deja de ser entonces un acto pasivo y rutinario para convertirse en una aventura de descubrimiento constante.