En la era contemporánea, el avance científico ha impregnado todos los aspectos de nuestra vida, incluidos los negocios y la formulación de estrategias. La ciencia ha contribuido a enormes progresos tecnológicos y económicos, y sus métodos basados en datos objetivos han sido adoptados masivamente para la toma de decisiones empresariales. Sin embargo, hay una complejidad importante que a menudo se pasa por alto: la creencia generalizada de que la objetividad es absoluta y que los datos por sí solos pueden guiar todas las decisiones de manera precisa y definitiva. Este fenómeno se conoce como el mito de la objetividad, una falacia que puede acarrear consecuencias negativas tanto en el ámbito estratégico como en la convivencia social. El origen de esta creencia se encuentra en la revolución científica y el consiguiente establecimiento de la ciencia como método supremo para entender el mundo.
La capacidad de formular hipótesis, recopilarlas y validarlas con datos medibles, accesibles y replicables permitió un avance significativo en la comprensión de fenómenos naturales y tecnológicos. La transición hacia la era industrial y, posteriormente, la era digital, fomentó una fe casi ciega en la ciencia como única fuente de verdad objetiva. Esta confianza se trasladó al mundo empresarial a comienzos del siglo XX con pensadores como Frederick Winslow Taylor, quien aplicó principios científicos para mejorar la administración y productividad. Más adelante, W. Edwards Deming consolidó la inclusión de la estadística y los métodos cuantitativos con la gestión de calidad total, cimentando la idea de que los datos objetivos eran el pilar para una gestión efectiva.
A finales del siglo XX, las escuelas de negocios en América del Norte comenzaron a enseñar la toma de decisiones empresariales como una ciencia exacta, enfatizando el uso de datos cuantificables y análisis estadístico para fundamentar las estrategias. Frases como “En Dios confiamos; los demás deben aportar datos” (atribuida popularmente a Deming) reflejan esta mentalidad, aunque su origen verdadero es incierto. Lo cierto es que esta perspectiva domina hasta hoy, generando una especie de dogma. Pero, ¿qué ocurre cuando se examina con detalle cómo se obtienen y se usan esos datos considerados ‘objetivos’? Un ejemplo cotidiano es la investigación cuantitativa de mercado a través de encuestas. Supongamos que un estudio a mil clientes muestra que el 70% prioriza la rapidez de entrega frente a un 30% que valora la personalización.
Los números pueden ser replicables y verificables, pero detrás de ellos existen múltiples decisiones subjetivas que condicionan esos resultados: la selección de la muestra, la formulación y orden de las preguntas, la interpretación individual de los términos empleados y el contexto en el que se responde. Cada uno de estos elementos puede influir significativamente en la validez del dato final. Por ejemplo, la manera en que se redacta “velocidad de entrega” puede variar su interpretación, y el posicionamiento de la pregunta dentro de la encuesta puede afectar cuáles opciones escoge el encuestado. Incluso el proceso de elección de los participantes lleva implícitas decisiones humanas que no son estrictamente objetivas. Al analizar la aplicación práctica de estos datos, la subjetividad se intensifica aún más.
Si una empresa decide invertir un 70% de su presupuesto en mejorar la rapidez debido a la encuesta, puede estar ignorando aspectos estratégicos esenciales, como que un competidor domina ya ese segmento y que la inversión en personalización para el 30% restante podría ofrecer mejores resultados en términos de diferenciación y fidelización. Esto muestra que la supuesta objetividad de los datos no se traduce directamente en decisiones objetivas. El lado oscuro del mito de la objetividad va más allá de la estrategia empresarial: impacta profundamente en la polarización social. Cuando una persona cree que sus convicciones están fundamentadas en verdades universales e indiscutibles, cualquier opinión divergente se percibe como ignorante o malintencionada. Esta rigidez mental elimina la posibilidad de diálogo constructivo y fomenta la división, ya que cada grupo se siente poseedor exclusivo de la verdad y reduce a los otros a un statu de inferioridad moral o intelectual.
Este fenómeno está en el centro de muchos conflictos actuales y, aunque la ciencia pretende avanzar en la comprensión compartida, el mal uso y la interpretación errónea de sus datos pueden profundizar los desacuerdos y los prejuicios, generando más confusión que claridad. En el terreno estratégico, la adhesión al mito de la objetividad suele deteriorar la calidad del diálogo entre los equipos de trabajo. Cuando los participantes asumen que su perspectiva es la única “científicamente válida”, cualquier argumento diferente se desestima automáticamente, lo que impide la exploración genuina de alternativas y limita el desarrollo de estrategias robustas. La estrategia eficaz necesita considerar diversos puntos de vista y una evaluación crítica, abierta y enriquecida por matices subjetivos. Además, depositar toda la confianza en datos cuantitativos, ignorando los aspectos cualitativos, puede llevar a decisiones construidas sobre una base inestable, comparable a un edificio erigido sobre arena.
La realidad empresarial es compleja y requiere combinar datos duros con experiencia, intuición, conocimiento del mercado y comprensión del comportamiento humano, que a menudo solo pueden apreciarse de manera cualitativa. Un caso ilustrativo histórico involucra a Bill Gates y su advertencia sobre la caída en las inscripciones de estudiantes en ciencias de la computación en Estados Unidos entre 2000 y 2004. Si bien la caída parecía ser un hecho objetivo, un análisis más profundo reveló que el año 2000 fue atípico, en medio de la burbuja tecnológica, y que las inscripciones en carreras afines se mantuvieron estables en términos generales. Además, la extrapolación de esos datos estadísticos estadounidenses para argumentar sobre la situación canadiense ignoraba contextos locales y variables importantes, demostrando cómo un dato objetivo puede ser enmarcado dentro de una subjetividad que invierte su significado. Por tanto, el mito de la objetividad puede inducir a percepciones erróneas que afectan tanto la formulación de políticas públicas como la innovación empresarial y el debate social.
En el mundo real, ninguna decisión estratégica se puede basar únicamente en datos. La incertidumbre futura y la multiplicidad de factores sociales, económicos y tecnológicos demandan juicio, adaptabilidad y una mezcla equilibrada entre datos objetivos y análisis subjetivo. Para cualquier profesional de la estrategia, reconocer los límites de la objetividad es crucial. Debe mantenerse un enfoque crítico hacia los datos, entendiendo su origen, contexto y limitaciones. También es fundamental valorar la experiencia directa de quienes están en contacto con los clientes y el mercado, ya que aportan conocimientos cualitativos que complementan y enriquecen los números.
El desafío consiste en encontrar un equilibrio que permita integrar la mayor cantidad posible de información objetiva sin perder de vista que el futuro es inherentemente incierto y será el juicio humano el que guíe finalmente el rumbo. Ignorar este hecho puede llevar a decisiones rígidas, basadas en supuestos erróneos o incompletos, y con ello perjudicar la capacidad de adaptación y éxito de la organización. La clave está en desarrollar habilidades para navegar entre la objetividad y la subjetividad, combinando análisis cuantitativo con intuición y contexto cualitativo. La creación de una cultura organizacional que valore ambas dimensiones puede mejorar la calidad del debate, fomentar la apertura a nuevas ideas y reducir el riesgo de polarización interna. Finalmente, es importante que quienes lideran procesos estratégicos sepan comunicar los elementos objetivos de sus análisis para ganar credibilidad ante los que valoran la ciencia, pero también sepan exponer la naturaleza “faux objetiva” de muchos datos y cómo la interpretación, el juicio y la experiencia conforman el verdadero motor de las decisiones inteligentes.
En conclusión, el mito de la objetividad es una trampa poderosa que puede distorsionar tanto el pensamiento estratégico como la convivencia social. Reconocer que la objetividad absoluta es inalcanzable y que los datos siempre están enmarcados en contextos subjetivos es un paso esencial para mejorar la calidad del diálogo, reducir la polarización y diseñar estrategias más sólidas, flexibles y humanas. Solo desde ese equilibrio entre ciencia y juicio podremos aprender, adaptarnos y prosperar en un mundo complejo y cambiante.