En los últimos años, muchos ciudadanos han sentido una desconexión entre las cifras económicas y la realidad de sus vidas diarias. A pesar de que diversas instituciones económicas destacan el crecimiento constante del PIB, el aumento del empleo y una menor tasa de inflación, existe un sentimiento predominante de insatisfacción y preocupación que afecta a millones de personas. ¿Por qué, a pesar de estos indicadores positivos, la economía se siente tan mal? Uno de los motivos principales que explica esta discrepancia es la percepción subjetiva de la economía. Las estadísticas, aunque precisas y útiles para un análisis general, no siempre reflejan la realidad que vive cada individuo. Mientras las cifras muestran un crecimiento nacional, muchas personas se enfrentan a dificultades financieras, aumento en el costo de vida y una creciente brecha entre ricos y pobres que se agranda con el tiempo.
Para muchos, el progreso macroeconómico no se traduce en mejoras en su calidad de vida ni en un aumento del poder adquisitivo. Además, la inflación, aunque ha disminuido, sigue siendo un factor importante en la vida diaria de las familias. Los precios de alimentos, vivienda y servicios básicos han aumentado notablemente, lo que ha llevado a muchos a sentir que sus ingresos ya no son suficientes. A medida que las necesidades fundamentales se vuelven más costosas, la percepción de la estabilidad económica se desploma. A pesar de un crecimiento en el mercado laboral, el salario mínimo en muchos lugares no ha seguido el ritmo de estos incrementos, lo que genera una sensación de estancamiento y desesperanza.
El impacto de la globalización también debe ser considerado en esta ecuación. La deslocalización de industrias y la automatización han hecho que muchas personas sientan que sus trabajos están en riesgo. La tecnología avanza rápidamente, pero no todos tienen acceso a la formación necesaria para adaptarse a esta nueva realidad laboral. Los trabajos que solían proporcionar estabilidad y beneficios se están desvaneciendo, y muchos trabajadores se ven obligados a aceptar empleos temporales o de menor calidad, lo que incrementa el escepticismo hacia las garantías de una economía supuestamente próspera. Por otro lado, el acceso a la información y las redes sociales han permitido que las quejas y preocupaciones de la población sean escuchadas con mayor fuerza.
Las plataformas digitales han amplificado las narrativas de crisis y descontento, a menudo eclipsando los datos positivos. Este acceso inmediato a la información puede generar un ciclo de ansiedad, donde los problemas que afectan a una comunidad son compartidos y difundidos, creando una realidad colectiva que puede desestabilizar incluso las economías más robustas. Las expectativas también juegan un papel significativo en cómo se percibe la economía. La mayoría de las personas esperan mejoras constantes en sus condiciones de vida. Sin embargo, cuando estas expectativas no se cumplen, la frustración se incrementa.
La desconexión entre lo que se espera y lo que realmente se experimenta puede provocar una sensación generalizada de decepción. Este contraste es aún más evidente entre las generaciones más jóvenes, que han crecido en tiempos de crisis y desilusión, y que enfrentan un futuro con altas expectativas pero con realidades económicas desafiantes. La desigualdad económica es un problema que no puede ser ignorado. Mientras que algunos sectores de la población pueden sentirse beneficiados por el crecimiento económico, otros quedan rezagados. La riqueza se concentra cada vez más en un pequeño porcentaje de la población, lo que exacerba la desconfianza en el sistema económico.
Aquellos que ya luchan por llegar a fin de mes se sienten cada vez más distanciados de los discursos optimistas que provienen de los círculos institucionales y políticos. Para quienes viven al borde de la pobreza, la idea de una economía próspera se siente como un insulto. Adicionalmente, los efectos de la pandemia de COVID-19 han dejado una huella profunda en la psique colectiva. Aunque las cifras económicas han empezado a recuperarse, los ecos de la crisis persisten y afectan la forma en que la gente experimenta la economía. Muchos todavía lidian con el trauma económico y emocional, lo que puede enturbiar su percepción de la recuperación.
Las secuelas de la pandemia en la salud mental y el bienestar de la población son indiscutibles y se suman a la lucha diaria de muchos por adaptarse a un nuevo escenario económico. En este contexto, es esencial considerar la importancia de la comunicación efectiva entre expertos económicos y la población en general. La forma en que se presentan los datos y se discuten las tendencias económicas puede contribuir a la percepción que tiene la gente sobre su realidad. Necesitamos un enfoque más comprensivo que no solo se enfoque en números, sino que también tome en cuenta las historias personales que a menudo se pierden detrás de las estadísticas. Es fundamental fortalecer el diálogo entre los economistas y la ciudadanía, creando un puente que facilite la comprensión de cómo las decisiones macroeconómicas impactan la vida diaria.