En el prestigioso Museo Boijmans Van Beuningen de Rotterdam, se produjo un incidente que ha conmocionado al mundo del arte y la conservación cultural. Un niño, durante un momento en que la obra no estaba supervisada estrictamente, dañó accidentalmente una pintura de Mark Rothko, uno de los artistas más influyentes del expresionismo abstracto americano. La pieza en cuestión, "Grey, Orange on Maroon, No. 8", está valorada en aproximadamente 50 millones de euros, convirtiéndola en una de las obras más caras de la colección del museo. A pesar del valor astronómico de la pintura, los representantes del museo han asegurado que el daño es superficial.
Según un portavoz, se observan arañazos pequeños en la capa superior de pintura no barnizada, especialmente en la parte inferior del lienzo. Esta característica, la ausencia de un barniz protector tradicional, plantea un desafío añadido para la conservación, ya que expone directamente la obra al desgaste y daño ambiental o accidental. El arte moderno y contemporáneo, particularmente obras como las de Rothko que se enmarcan dentro del movimiento conocido como “color field painting”, dependen en gran medida de grandes áreas de color plano y uniforme. Esta técnica y elección estética hacen que incluso los daños mínimos resulten altamente visibles y puedan afectar significativamente la experiencia visual e interpretativa del espectador. La restauración de una pieza de este calibre no es tarea sencilla.
La complejidad reside no solo en el material y los pigmentos específicos que Rothko empleaba, mezclados con resinas y pegamentos, sino también en la necesidad de preservar la integridad original sin alterar el impacto visual que caracteriza su trabajo. Expertos en restauración locales e internacionales han sido consultados para evaluar las mejores soluciones técnicas y garantizar que la pieza pueda ser exhibida nuevamente, manteniendo su valor estético y financiero. Este incidente también ha generado un debate más amplio sobre las políticas museísticas relacionadas con la accesibilidad y la exhibición de obras tan valiosas. El Rothko se encontraba exhibido en el Depot, una extensión pública del museo donde se muestra una selección de las piezas más queridas por el público. Este tipo de espacios buscan acercar el arte a las personas, pero también incrementan el riesgo de incidentes fortuitos, especialmente cuando se enfrentan a las dinámicas imprevisibles que conlleva la presencia de niños y familias.
En otros países, instituciones culturales enfrentan dilemas similares. Por ejemplo, en el Reino Unido, museos como el V&A East y el British Museum están explorando la apertura de sus archivos y colecciones al público general, lo que implica mayores riesgos en la conservación de piezas frágiles y valiosas. La experiencia reciente en Rotterdam servirá quizás para replantear las medidas de seguridad y supervisión en estos contextos. El daño a obras de arte famosas no es un hecho aislado en la historia reciente. Obras de Rothko ya han sido objeto de daños deliberados y accidentales.
Un caso notable ocurrió en 2012 en la Tate Modern de Londres, donde un hombre vandalizó "Black on Maroon", una obra de 1958 de Rothko, provocando un daño tan significativo que llevó 18 meses de restauración y supuso un gasto de aproximadamente 200.000 libras. El vandalismo, en ese caso, fue intencionado y se castigó judicialmente. Sin embargo, los accidentes cotidianos y no intencionales constituyen un desafío más frecuente y complejo. El papel de las aseguradoras es fundamental, y la mayoría de los museos cuentan con pólizas de seguro para cubrir riesgos asociados a pérdidas y daños físicos, incluyendo accidentes causados por visitantes, niños o adultos.
Cuando se produce un daño, se realiza una investigación detallada que incluye la revisión de videos de seguridad y la evaluación por expertos para determinar las opciones de restauración y las responsabilidades. En cuanto al Museo Boijmans Van Beuningen, tiene una historia de responsabilizar a visitantes por daños ocasionados, tal como sucedió en 2011 cuando un turista pisó accidentalmente una instalación de mantequilla de un artista neerlandés. La política general apunta a que quien daña una obra debe contribuir a su reparación, pero en incidentes con niños muchas veces se aplica un trato más comprensivo, valorando el carácter accidental y la edad del visitante. Este suceso nos invita a reflexionar sobre el equilibrio que los museos deben encontrar entre la protección de sus valiosas colecciones y la promoción del acceso público. La interacción humana con el arte es esencial para su difusión y aprecio, pero también implica riesgos.