A comienzos de 2025, la economía estadounidense enfrentaba desafíos significativos que indicaban una pérdida de dinamismo incluso antes de que los recientes cambios en la política comercial comenzaran a afectar con fuerza. Después de un año previo caracterizado por un crecimiento relativamente estable y cómodo, la economía empezó a mostrar signos claros de desaceleración, evidenciando que los problemas estructurales y cíclicos ya estaban presentes, mucho antes de que las tensiones comerciales y las tarifas marcaran el ritmo económico del país. El Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos en el primer trimestre del 2025 experimentó un crecimiento anualizado de apenas 0,4%, la tasa más baja en casi tres años. Esta cifra refleja una economía que, aunque no en recesión técnica, está lejos de las tasas de expansión observadas en el pasado reciente. La contracción se atribuye a varios factores, entre los que destaca la disminución del gasto de los consumidores, una de las fuerzas motoras tradicionales del crecimiento económico estadounidense.
Es importante entender que el consumo, que representa cerca del 70% del PIB, comenzó a mostrar señales de fatiga. Los consumidores estadounidenses, que en años anteriores habían sostenido el crecimiento a través del gasto en bienes y servicios, empezaron a restringir sus compras debido a temores crecientes sobre la seguridad laboral y el futuro económico. La percepción de inseguridad en el mercado laboral llevó a un comportamiento más cauteloso, impactando directamente en las ventas minoristas y en la demanda general. Contrario al temor inicial de que la reciente escalada tarifaria, impulsada por la administración Trump y sus políticas de comercio proteccionista, sería el principal factor de la desaceleración, los datos económicos sugieren que la economía ya estaba perdiendo tracción antes de la implementación efectiva de las tarifas más severas. Los importadores y negocios estadounidenses respondieron comprando anticipadamente productos antes de la entrada en vigor de nuevas tarifas, ralentizando la demanda futura y contribuyendo a una mayor acumulación de inventarios, que a su vez afectó la producción y la inversión empresarial.
El déficit comercial, especialmente el déficit en bienes, aumentó considerablemente durante este período. La estrategia de “adelantar importaciones” por parte de las empresas provocó un desequilibrio comercial más pronunciado antes de que las tarifas entraran en vigor. Este fenómeno demuestra cómo las políticas comerciales pueden generar efectos distorsionadores en los flujos comerciales, impactando la economía incluso antes de que se materialicen los costos adicionales asociados con aranceles y barreras. En cuanto al mercado laboral, los indicios fueron más positivos aunque con señales mixtas. Mientras que el ritmo de creación de empleo se desaceleró en comparación con el trimestre anterior, no hubo evidencia de despidos masivos o un aumento significativo en la tasa de desempleo, que se mantuvo constante en 4.
2%. El informe de empleo anticipado para el mes previo estimaba un incremento en la nómina no agrícola en torno a 130,000 puestos de trabajo, cifra menor a la registrada en marzo pero aún indicando cierta resiliencia en el mercado laboral. La inversión empresarial, un componente fundamental para el crecimiento económico sostenible, mostró un coqueteo con la incertidumbre. Aunque sectores como el de la aeronáutica comercial destacaron por mantener niveles sólidos de inversión en equipo, la mayoría de las empresas adoptaron una postura de espera, aplazando decisiones claves en proyectos de capital y expansiones ante la falta de claridad en las políticas arancelarias y fiscales. Esta cautela empresarial se traduce en un ambiente menos favorable para el crecimiento a medio y largo plazo.
Los economistas que supervisan el desempeño de la economía estadounidense anticipan que esta desaceleración podría extenderse a lo largo del 2025, con un crecimiento del PIB estimado en menos del 1% durante los primeros tres trimestres del año. La retracción en la inversión privada y la prudencia en el gasto de los consumidores se combinan para establecer un panorama económico complejo, navegando entre la posibilidad de una recesión y una recuperación lenta. Otro punto a destacar es la inflación y su evolución en este contexto. Aunque el índice preferido por la Reserva Federal para medir la inflación mostró una desaceleración, se mantiene un nivel que sigue siendo motivo de preocupación para los encargados de la política monetaria. La combinación de una inflación no controlada y un crecimiento económico ralentizado crea un escenario complicado para las decisiones que debe tomar la Fed para evitar una recesión sin provocar un sobrecalentamiento inflacionario.
La interacción entre las políticas comerciales, la incertidumbre en el mercado y el comportamiento de los consumidores define un ciclo económico en el que múltiples factores internos y externos juegan un papel decisivo. En este contexto, la gestión adecuada de las relaciones comerciales internacionales, la claridad en las políticas económicas y la estabilidad del empleo son cruciales para revitalizar la economía estadounidense. Además, la evolución de la economía global añade un componente adicional de desafío. La desaceleración del crecimiento en otras economías importantes y las tensiones geopolíticas generan un ambiente menos propicio para las exportaciones estadounidenses, limitando una posible compensación frente a la caída del consumo interno. La fuerte dependencia del mercado estadounidense en las cadenas de suministro globales también implica que cualquier cambio en las políticas comerciales internacionales tendrá efectos significativos, tanto directos como indirectos.