Entrevistas con Líderes

Uso de Redes Sociales en Adolescentes: Diferencias entre quienes tienen y no tienen Problemas de Salud Mental

Entrevistas con Líderes
Social media use in adolescents with and without mental health conditions

Exploración profunda sobre cómo el uso de redes sociales varía entre adolescentes con y sin condiciones de salud mental, analizando comportamientos, impactos emocionales y consideraciones clínicas para mejorar el bienestar juvenil.

Las redes sociales se han convertido en una parte esencial de la vida cotidiana de los adolescentes en todo el mundo. Con más del 90 % de jóvenes entre 12 y 17 años que poseen perfiles en diferentes plataformas digitales, la interacción en línea define en gran medida sus formas de aprender, relacionarse y construirse socialmente. Sin embargo, en paralelo con este aumento del uso, también se ha observado un deterioro en la salud mental de esta población. Estudios recientes han mostrado incrementos significativos en los trastornos emocionales y psicológicos entre jóvenes, lo que impulsó una investigación rigurosa sobre la relación entre la exposición a redes sociales y las condiciones mentales en adolescentes. Dentro de este contexto, es crucial entender no solo si existe un vínculo entre ambas variables, sino cómo varían las formas de uso y vivencia de los medios sociales entre quienes tienen problemas de salud mental y quienes no los presentan.

Existen múltiples enfoques para estudiar esta relación. Hasta ahora, la mayoría de los trabajos se han basado en muestras comunitarias y evaluaciones mediante cuestionarios autoinformados sobre síntomas emocionales, buscando correlaciones con el tiempo dedicado a las redes sociales o el uso del teléfono inteligente. Estos estudios, aunque útiles, tienen limitaciones importantes. Por ejemplo, no siempre permiten distinguir entre adolescentes con síntomas transitorios y aquellos que cumplen criterios diagnósticos clínicos formales, ni consideran la diversidad y complejidad de los trastornos mentales ni diferencias cualitativas en cómo se usa y se experimenta el mundo digital. Ante esta carencia, investigaciones recientes han recurrido a evaluaciones clínicas estandarizadas para diagnosticar con mayor precisión condiciones de salud mental, permitiendo comparaciones más sólidas entre adolescentes con y sin dichos diagnósticos.

Un análisis basado en una muestra representativa a nivel nacional en Inglaterra sobre 3,340 adolescentes entre 11 y 19 años reveló diferencias significativas en los patrones de uso de redes sociales entre quienes tenían alguna condición mental y quienes no. Los jóvenes con diagnósticos clínicos dedicaban más tiempo a las redes sociales, confirmando la hipótesis sobre un mayor consumo digital en estos grupos. Sin embargo, no es solo la cantidad de uso lo que distingue a estos adolescentes, sino también cómo interactúan y qué significados atribuyen a sus experiencias en línea. Por ejemplo, los adolescentes con condiciones internas, como trastornos de ansiedad o depresión, tienden a involucrarse más en procesos de comparación social, es decir, evalúan su apariencia, logros o popularidad en función del perfil de otros usuarios. Esta tendencia puede elevar la vulnerabilidad emocional, pues las comparaciones suelen ser hacia estándares ideales o inalcanzables que incrementan sentimientos de insuficiencia.

Además, estos jóvenes se ven más afectados por el feedback recibido en redes – los “me gusta”, comentarios y otras formas de validación social – lo que tiene un efecto notorio en su estado de ánimo. Por otro lado, manifiestan menor satisfacción con la cantidad de amistades virtuales y menor disposición para revelarse honestamente, reflejando probablemente inseguridades y dificultades en la construcción de vínculos auténticos. En contraste, los adolescentes con trastornos externos, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o conductuales, muestran un patrón más limitado de diferencias respecto a sus pares sin diagnóstico. En general, también utilizan las plataformas digitales por más tiempo, pero sin presentar variaciones significativas en aspectos como comparación social o impacto del feedback, que están más relacionados con las emociones internas y procesos cognitivos que caracterizan los trastornos internos. La ausencia de estas diferencias no implica que no tengan dificultades, sino que sus formas de interactuar con lo digital podrían estar marcadas más por impulsividad o uso desregulado que por reflexiones emocionales.

Es fundamental destacar la relevancia que tiene la consideración de la tipología del trastorno para comprender el vínculo entre salud mental y redes sociales. Agrupar a todos los adolescentes con problemas como un solo colectivo sin atender a estas distinciones puede llevar a conclusiones simplistas y a intervenciones menos efectivas. Además, aunque el tiempo de uso es importante, no debería ser la única métrica. La calidad de la interacción, las motivaciones, percepciones y evaluaciones personales aportan información imprescindible para entender cómo cada joven vive su experiencia digital, y cómo esta tiene la capacidad de afectar su bienestar. La investigación también pone de manifiesto que, aunque existen diferencias estadísticamente significativas entre grupos, no todos los aspectos analizados muestran un tamaño del efecto suficientemente relevante para ser considerados clínicamente útiles.

Por ejemplo, el monitoreo constante del feedback recibido en redes, si bien es un fenómeno citado como problemático, no mostró variaciones grandes entre adolescentes con y sin condiciones de salud mental. Esto invita a reflexionar sobre las expectativas sobre el impacto de ciertos comportamientos en la salud mental y la necesidad de matizar la comprensión de riesgos y beneficios. Desde el punto de vista clínico, estos hallazgos abren caminos para la implementación de estrategias de evaluación y asesoramiento más especializadas. Los profesionales de la salud mental pueden incorporar en sus consultas preguntas específicas sobre cómo los adolescentes manejan las emociones vinculadas a sus interacciones en redes, especialmente en contextos de comparación social y respuesta a la retroalimentación. La psicoeducación dirigida a desarrollar habilidades para regular sentimientos negativos generados por estas interacciones, como las técnicas de reestructuración cognitiva del pensamiento comparativo, podrían incorporarse dentro de programas terapéuticos enfocados en jóvenes con trastornos internos.

Además, se sugiere fomentar el desarrollo de autoexpresión auténtica en el entorno digital, promoviendo espacios donde los adolescentes puedan sentirse seguros y libres para compartir experiencias personales sin miedo a ser juzgados. Desde una perspectiva preventiva, se podrían diseñar intervenciones en entornos escolares y comunitarios que sensibilicen a jóvenes sobre los riesgos y beneficios del uso de redes sociales, capacitando para un manejo equilibrado y saludable. No obstante, es importante mantener una mirada crítica y no caer en simplificaciones o demonización del uso de redes sociales. La evidencia científica disponible no permite establecer relaciones causales directas entre el uso de redes y el desarrollo o agravamiento de trastornos mentales. Se debe considerar la interacción entre múltiples factores individuales, sociales y contextuales que influyen en el bienestar psicosocial de los adolescentes.

Por ello, la investigación futura debe orientarse hacia estudios longitudinales y experimentales que permitan esclarecer la dirección de estas relaciones y explorar nuevas dimensiones del uso digital, como la similitud entre la identidad digital y la offline, el desplazamiento temporal de actividades o la naturaleza de contenido al que los adolescentes están expuestos. También es imprescindible ampliar el espectro de población estudiada para incluir grupos particularmente vulnerables o poco representados, como adolescentes con discapacidades intelectuales o dificultades de aprendizaje, que podrían experimentar el mundo digital de manera distinta y presentar necesidades específicas. Finalmente, dada la evolución rápida de las plataformas digitales y los cambios en las formas de interacción social en línea, los resultados obtenidos en estudios basados en datos de años recientes pueden no reflejar totalmente las dinámicas actuales, lo que señala la necesidad de actualización constante y replicación en diversos contextos culturales y geográficos. En resumen, el uso de redes sociales entre adolescentes con condiciones de salud mental presenta particularidades que se relacionan con el tipo de trastorno y con dimensiones cualitativas más allá del simple tiempo de consumo. Reconocer estas diferencias es clave para desarrollar prácticas clínicas, educativas y políticas públicas que apoyen el bienestar emocional juvenil en la era digital.

La comprensión del universo digital de los adolescentes debe ir acompañada de un enfoque empático, informado y multidisciplinario que valore tanto los riesgos como las oportunidades que ofrecen las redes sociales en la construcción de identidad y relaciones sociales durante esta etapa vital.

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