En los últimos años, una creciente sensación de desconcierto y confusión mental ha permeado a una buena parte de la sociedad. La mente parece fragmentarse ante la cantidad abrumadora de información, imágenes y noticias que circulan sin tregua en el vasto universo digital. Este fenómeno no solo afecta la capacidad cognitiva para procesar hechos, sino que también arroja una sombra de duda e incertidumbre sobre lo que es real y lo que es ficticio. El corazón de este malestar radica en la relación que las personas tienen con sus teléfonos inteligentes y las redes sociales. Estos dispositivos, diseñados para mantenernos informados y conectados, se han transformado en una especie de tableros de juego mental que consumen nuestro tiempo y atención de forma voraz.
La constante avalancha de noticias, mensajes y notificaciones obliga a vivir en un presente perpetuo e irreal, donde el pasado desaparece y el futuro se vuelve inconcebible. Este ritmo frenético genera una desconexión clásica con lo tangible: los detalles simples como observar unas flores en un parque pierden relevancia frente a la intensidad de los mensajes digitales. La información que llega no permite asimilarse ni procesarse; se acumula en una especie de depósito mental que dificulta la comprensión profunda y la reacción efectiva ante los acontecimientos diarios. En este contexto de saturación informativa, las fake news, los contenidos manipulados y la inteligencia artificial generan una nueva dimensión de dificultad. Las imágenes y datos falsos se integran junto a los hechos verdaderos, creando una confusión que debilita la confianza en las noticias y erosiona la capacidad crítica del receptor.
Así, muchos usuarios comienzan a experimentar una especie de niebla cognitiva, donde distinguir lo verídico de lo especulativo resulta arduo y a menudo imposible. La presencia creciente de la inteligencia artificial, especialmente en formatos de contenido, añade un nivel adicional de complejidad. Las herramientas impulsadas por IA producen textos, imágenes y hasta conversaciones que imitan el comportamiento humano con una precisión inquietante, lo que hace difícil discernir lo auténtico. Esta realidad se refleja tanto en las redes sociales como en plataformas de mensajería y en medios digitales, donde proliferan desde influencers virtuales hasta representaciones alteradas de personas reales. En el ámbito político y social, esta oscilación entre la verdad y la falsedad alimenta fenómenos de desinformación masiva que distorsionan la percepción colectiva.
Las noticias sobre eventos críticos, como decisiones gubernamentales, crisis humanitarias y conflictos internacionales, no se asimilan con claridad debido a la velocidad con la que se presentan y al desapego emocional que provocan. Las noticias trágicas, como las guerras o catástrofes humanitarias, se vuelven parte de un trasfondo cotidiano que, más que motivar acción, induce al agotamiento y la resignación. Esta circunstancia tiene consecuencias garrafales para la salud mental y el funcionamiento social. La desconexión cognitiva puede manifestarse como una sensación persistente de niebla cerebral, dificultad para concentrarse, baja motivación y una especie de entumecimiento emocional. Muchas personas se encuentran atrapadas en un ciclo perpetuo de consumir información sin poder actuar o siquiera asimilarla, lo que termina afectando su bienestar y su compromiso con causas importantes.
Además, el uso desmedido de tecnologías, incluyendo a la IA para tareas cotidianas, parece reducir la capacidad individual para resolver problemas y tomar decisiones sin ayuda externa. Esta dependencia creciente puede empañar la habilidad humana para resistir y cuestionar la realidad que se presenta digitalmente, deteriorando el criterio personal en favor de atajos tecnológicos. En el plano familiar, esta situación no está exenta de conflictos. Los padres ven cómo sus hijos crecen en un ambiente donde la hiperconectividad domina, y deben enfrentarse al dilema de preservar la autonomía e imaginación infantil frente a un entorno que premia la asistencia constante de máquinas para resolver hasta las tareas más sencillas. La desconexión entre generaciones se amplía cuando la realidad digital sustituye cada vez más a la experiencia directa y grupal.
Sin embargo, existen señales y estrategias para contrarrestar este fenómeno. Si bien la tecnología y la sobreinformación no desaparecerán, el ejercicio consciente de atención plena, la limitación del tiempo frente a pantallas y la búsqueda activa de fuentes confiables pueden ayudar a recuperar la claridad mental y la conexión con la realidad. Además, promover espacios de diálogo crítico y educación mediática desde edades tempranas se convierte en una herramienta esencial para dotar a las personas de los recursos necesarios para navegar este mar de datos con autonomía y criterio. La alfabetización digital debe incorporar no solo aspectos técnicos sino también la capacidad para reconocer manipulaciones, fuentes dudosas y contextos engañosos. El equilibrio entre el uso provechoso de la inteligencia artificial y la preservación de las capacidades humanas críticas es otra tarea fundamental.