El descubrimiento del asteroide 2024 YR4 a fines de diciembre de 2024 generó inicialmente preocupación entre astrónomos y entidades dedicadas a la vigilancia de objetos cercanos a la Tierra (NEO, por sus siglas en inglés). Con un tamaño estimado entre 53 y 67 metros de diámetro, este asteroide del tipo Apolo, caracterizado por cruzar la órbita terrestre, fue rastreado intensamente para determinar si representaba algún riesgo de impacto. A pesar de que en un momento alcanzó un índice 3 en la escala de Torino —una medida utilizada para valorar la peligrosidad de un posible impacto—, posteriores observaciones permitieron descartar la probabilidad de colisión con nuestro planeta para el año 2024 y reducir considerablemente las probabilidades de impacto en años posteriores. Su detección inicial se llevó a cabo mediante el sistema ATLAS–CHL instalado en Río Hurtado, Chile, que forma parte de los programas globales de alerta temprana ante amenazas espaciales. El hallazgo ocurrió dos días después de una aproximación cercana del asteroide a la Tierra, el 25 de diciembre, cuando pasó a una distancia segura de aproximadamente 828.
800 kilómetros, equivalente a más de dos veces la distancia a la Luna. La rápida respuesta científica incluyó una campaña de observación global, utilizando telescopios de última generación, desde Tierra y en el espacio, tales como el Telescopio Muy Grande (VLT) y el Telescopio Espacial James Webb. Los datos recopilados indicaron que 2024 YR4 posee una órbita elíptica con una excentricidad alta, lo que significa que alterna distancias variables al Sol, desde aproximadamente 0.85 unidades astronómicas en perihelio hasta más de 4 unidades astronómicas en afelio. Su período orbital es de casi cuatro años terrestres, con una inclinación de poco más de tres grados respecto al plano orbital de la Tierra.
La órbita de este asteroide está sujeta a variaciones significativas debido a perturbaciones gravitacionales, especialmente en sus encuentros cercanos con la Tierra y la Luna. En cuanto a su composición, la mayoría de las evidencias sugieren que 2024 YR4 es principalmente una roca silicatada propia del grupo S, con posibles características intermedias entre los tipos L y K. Los espectros obtenidos indican una superficie más rocosa que la mayoría de los asteroides similares, lo cual tiene implicaciones en su masa, densidad, así como en su capacidad para romperse o permanecer íntegro ante fuerzas gravitacionales o de impacto. Su rotación rápida, con un período cercano a los 19.5 minutos, también apunta a que, aunque gira con rapidez, no alcanza velocidades que lo desintegrarían, apoyando la hipótesis de que podría ser un acumulado de fragmentos o un cuerpo compacto sin un estado “rubble pile”.
La comunidad astronómica monitoreó con cuidadoso interés su acercamiento previsto para diciembre de 2032, un evento para el que en sus inicios se calculó una pequeña probabilidad de impacto, superior al 1%, lo que motivó medidas preliminares de defensa planetaria. Sin embargo, las observaciones adicionales realizadas durante el primer trimestre de 2025 disminuyeron las incertidumbres y eliminaron virtualmente cualquier opción de colisión con la Tierra en esa fecha, cambiando su escala Torino a 0, lo que indica riesgo nulo. En paralelo, estudios recientes con el Telescopio Espacial James Webb sugieren una pequeña probabilidad, cercana al 4%, de impacto con la Luna, que podría producir un cráter visible desde órbitas lunares y posiblemente incluso desde la Tierra, dependiendo de la magnitud del destello generado por la colisión. El análisis de los efectos potenciales de un impacto terrestre con un asteroide de este tamaño da cuenta de una energía liberada equivalente a varias megatones de TNT, comparable a grandes explosiones nucleares históricas como la bomba de Hiroshima, pero mucho menor que las mayores pruebas o eventos naturales conocidos. No obstante, la capacidad destructiva se limitaría a una zona local, con efectos especialmente notables en regiones dentro de unos 50 kilómetros del punto de impacto.
La posibilidad de un fenómeno tipo explosión aérea, similar al ocurrido en Tunguska en 1908, también está presente, donde la fuerza del impacto se disipa antes de llegar al suelo, causando daños principalmente por ondas expansivas y no por la creación de cráteres significativos. Desde el punto de vista orbital, 2024 YR4 representa un objeto interesante para estudiar la dinámica de asteroides cercanos a la Tierra, especialmente por su evolución influenciada por efectos como el Yarkovsky, que altera lentamente la trayectoria de estos cuerpos debido a la reemisión térmica, ocasionando migraciones que pueden cambiar rutas y ciclos orbitales en escalas temporales de décadas a siglos. Su retroceso hacia el Sol explica que provenga del cinturón principal de asteroides, ubicado entre Marte y Júpiter, migrando hacia una órbita más próxima a la Tierra mediante la interacción con resonancias orbitales. El seguimiento de objetos como 2024 YR4 es clave no solo para descartar amenazas inmediatas, sino también para preparar planes de defensa y mitigación en caso de que futuras observaciones detectaran algún riesgo real. Los avances actuales en telescopios espaciales y terrestres, junto con el desarrollo de misiones de defensa planetaria como el proyecto DART, demuestran el compromiso internacional para enfrentar posibles eventos de impacto.
Aunque 2024 YR4 está actualmente descartado como peligro para 2024 e incluso para las próximas décadas, su control continuo es fundamental para mantener la seguridad terrestre y para avanzar en el conocimiento científico sobre la naturaleza y comportamiento de estos viajeros cósmicos. La próxima oportunidad significativa para su observación será durante su acercamiento a la Tierra en 2028, cuando autoridades astronómicas aprovecharán para obtener datos más precisos y confirmar las predicciones actuales. Estas mediciones permitirán garantizar con mayor certeza que el asteroide continuará siendo inofensivo y mejorar los modelos de seguimiento orbital. Además, posibles ocasiones de ocultaciones estelares permitirán medir con mayor detalle su tamaño y forma, características fundamentales para evaluar cualquier escenario posible en el futuro. En suma, el asteroide 2024 YR4 ejemplifica tanto los retos como el avance tecnológico en la vigilancia y análisis de objetos cercanos a la Tierra.
La rápida movilización y cooperación internacional tras su detección, junto con las capacidades observacionales actuales, confirmaron que no representa amenaza inmediata para la vida en nuestro planeta en 2024 ni en las próximas décadas inmediatas, aportando una valiosa experiencia para el manejo de objetos potencialmente peligrosos y reafirmando la importancia de la observación constante del cielo para la protección global.