En la vida moderna, la cantidad de información y estímulos a nuestro alrededor es abrumadora. Esta abundancia puede fácilmente cegarnos y alejarnos de lo que verdaderamente importa, llevándonos a dispersar nuestra energía en asuntos superficiales o simplemente irrelevantes. Por eso, la pregunta fundamental que debemos hacernos con frecuencia es: ¿Qué problema debería estar abordando ahora? Esta pregunta, aparentemente sencilla, tiene el potencial de transformar nuestra manera de enfocar el tiempo, las tareas y la energía que invertimos día a día. La clave para responder a esta pregunta radica en entender que no todos los problemas tienen la misma importancia o urgencia. Muchas veces nos encontramos atrapados en una rutina donde respondemos a lo que aparece primero, o donde las urgencias ajenas o externas nos dictan la agenda.
Sin embargo, esto conduce a una desconexión con nuestro verdadero propósito y valores, generando al final la sensación frustrante de haber avanzado poco en las cosas que realmente importan. Uno de los mayores obstáculos para enfocar nuestro trabajo en el problema correcto es la falta de claridad interna acerca de qué valoramos como individuos. Dicha claridad no surge de forma automática, sino que requiere introspección reflexiva, honestidad con uno mismo y un ejercicio constante de autoevaluación. En momentos de crisis, pérdidas o cambios enormes, tendemos a conectar con lo que consideramos esencial. Sin embargo, una vez que superamos esos episodios, la conexión con nuestro sistema de valores puede volverse difusa o incluso olvidarse.
Por ejemplo, al elegir cómo invertir nuestro tiempo en internet, muchos podríamos reproducir hábitos poco conscientes, como navegar sin rumbo en redes sociales o consumir contenido irrelevante. Esto puede parecer inofensivo o incluso una forma de descanso, pero la verdad es que estos hábitos a menudo desvían nuestra atención de los problemas que verdaderamente merecen nuestra energía. Una estrategia que ayuda a referenciar y contrarrestar estas tendencias es la creación de momentos de pausa y reflexión donde podamos evaluar qué tareas o problemas tienen un mayor alineamiento con nuestros valores y prioridades inmediatas. Preguntarte a ti mismo, en intervalos regulares, cuál es el problema sobre el que deberías estar trabajando ahora, es un ejercicio que puede generar un cambio significativo en la calidad de tus decisiones y acciones. Este sencillo acto interrumpe la automatización de la conducta, haciendo que tomes conciencia de tu estado actual y de la verdadera relevancia de las actividades que estás desempeñando.
Además, la incorporación del “ahora” en la pregunta enfatiza la dimensión temporal, recordándonos que lo que es prioritario puede cambiar constantemente y que el acto de priorizar es un proceso dinámico. Más allá de identificar el problema correcto, es también importante reconocer que muchas veces nuestras respuestas iniciales no serán perfectas. Abordar problemas relevantes implica un proceso continuo de prueba y error, de aprendizaje iterativo. Cada decisión o acción emite una retroalimentación que puede revelar si la dirección que has tomado está en armonía con tus valores o si debes reajustarla. El desarrollo de esta capacidad de introspección práctica permite afinar poco a poco la clarividencia hacia qué problemas merecen realmente nuestra atención y cuáles conviene dejar de lado.
Por otro lado, es primordial entender que la conexión con nuestros valores no ofrece una receta infalible para resolver todas las dudas sobre qué problemas atender. Más bien brinda una brújula interna que orienta, pero que necesita combinarse con la reflexión sobre las consecuencias prácticas y la exploración de alternativas. En este punto, el proceso de priorización se enriquece con la curiosidad y flexibilidad para descubrir otros caminos hacia nuestros objetivos, los cuales quizás no habíamos considerado inicialmente. La relación de esta metodología con la construcción de agencia personal es esencial. La agencia se refiere a la capacidad de tomar el control activo sobre nuestras decisiones, en lugar de ser meros receptores pasivos de circunstancias o influencias externas.
Al practicar la pregunta de qué problema abordar en el momento presente, y al calibrar continuamente según la experiencia, fortalecemos nuestro sentido de autonomía y responsabilidad sobre nuestra vida. Es natural que en el camino hacia una mayor claridad surjan dudas y desafíos. Nadie desarrolla esta habilidad de la noche a la mañana. Se requiere paciencia, perseverancia y la aceptación de que habrá periodos de confusión o fracaso parcial. Sin embargo, la acumulación de pequeños experimentos y aprendizajes, como piezas de un gran rompecabezas, va dando forma a una consciencia más profunda y a una estructura de valores más definida, la cual a su vez guía decisiones más sabias y satisfactorias.
Esta práctica no solo se aplica a nivel personal, sino también en ámbitos laborales y sociales. Por ejemplo, en un proyecto profesional es común perder de vista la visión principal y dispersarse en tareas urgentes pero poco significativas. Al detenerse y preguntarse con honestidad qué problema es el más relevante para avanzar en ese contexto específico, se pueden redirigir esfuerzos hacia acciones que generen un mayor impacto y sentido. Otro aspecto interesante es el efecto que esta práctica tiene sobre la gestión del tiempo y la productividad. Cuando uno se enfoca conscientemente en resolver el problema adecuado, se evita el desgaste emocional y cognitivo que producen los esfuerzos fragmentados y la multitarea improvisada.
Esto contribuye a un trabajo más profundo y satisfactorio que, a la larga, conduce a mejores resultados y menor estrés. Aunque la vida moderna nos empuja a querer respuestas rápidas y a menudo superficiales, el arte de priorizar correctamente los problemas exige un retorno a la calma interna, a la escucha atenta y al respeto por nuestro ritmo personal. En ese sentido, preguntarse qué problema debe ser resuelto ahora es un llamado a la presencia plena, a no dejarse atrapar por la urgencia aparente sino a sostener una mirada consciente sobre el camino que escogemos recorrer. En definitiva, aprender a discernir el problema correcto para cada momento es una habilidad vital que integra autoconocimiento, claridad de valores, flexibilidad y la disposición a experimentar continuamente. Es una invitación a dejar de navegar a la deriva y tomar las riendas de nuestra vida con mayor intención y propósito.