En 1992, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama publicó un ensayo que rápidamente generó controversia y debate en el ámbito académico y político: "El Fin de la Historia y el Último Hombre". Esta obra marcó un hito en la filosofía política y las ciencias sociales al proponer una teoría que buscaba explicar el curso del desarrollo político y cultural después del fin de la Guerra Fría. Su tesis principal sugiere que, con la caída del comunismo y el colapso de la Unión Soviética, el liberalismo occidental se impondría como la forma definitiva de gobierno y organización social, señalando así lo que él denominó como el "fin de la historia" en términos ideológicos y políticos. El contexto histórico en el que Fukuyama elaboró su teoría fue crucial para su formulación. En la década de los ochenta y principios de los noventa, el mundo asistía al desmoronamiento del bloque soviético y al triunfo del modelo capitalista democrático.
El optimismo respecto a la expansión de la democracia liberal y el libre mercado era palpable. La teoría de Fukuyama encontró amplio eco porque representaba una interpretación esperanzadora del futuro global, donde la lucha ideológica parecía haber terminado con el establecimiento de la democracia liberal como sistema dominante. Según Fukuyama, la historia en el sentido de conflictos y cambios fundamentales en las formas de gobierno debería entenderse como una lucha ideológica entre diferentes modelos sociales y económicos. Durante siglos, esta lucha había incluido el feudalismo, el absolutismo, el socialismo, el comunismo, y finalmente el liberalismo. Con la victoria indiscutible de este último, la evolución dialéctica de ideas que impulsaba cambios políticos y sociales habría llegado a su conclusión.
Sin embargo, el filósofo no sostenía que la historia dejara de ocurrir. Más bien, apuntaba a un estancamiento en el progreso ideológico fundamental, es decir, no habría un sistema superior que pudiera desafiar la soberanía del liberalismo en el ámbito ideológico. La "historia" en sentido político, entonces, no tendría un desarrollo ulterior significativo. Esta perspectiva implicó que las sociedades enfrentarían desde entonces desafíos internos y de carácter económico, pero sin la disyuntiva fundamental de elegir un sistema político alternativo a la democracia liberal. El concepto del "último hombre" es otro elemento central en la obra de Fukuyama.
El último hombre representa a un ser humano que vive en un sistema estable y próspero, pero que podría verse afectado por la falta de grandes ideales o sueños, dado que las grandes luchas de valores se habrían extinguido. Esto sugiere un futuro en el que el sufrimiento y el conflicto político tendrían menos incidencia, pero donde también podrían surgir problemas relacionados con la apatía o la búsqueda de sentido. La influencia de "El Fin de la Historia" trascendió con rapidez los círculos académicos, impulsando un debate intenso sobre la viabilidad y sostenibilidad del modelo democrático liberal en un mundo multipolar y cada vez más globalizado. En aquel momento, el optimismo por el triunfo de la democracia parecía justificar políticas de promoción de valores democráticos y mercados abiertos en diversas regiones del planeta. No obstante, con el paso del tiempo, la teoría de Fukuyama ha sido objeto de múltiples críticas y revisiones.
La aparición de nuevos actores geopolíticos como China, que combina autoritarismo político con una economía fuerte, junto con el resurgimiento de nacionalismos y populismos en democracias consolidadas, ha puesto en tela de juicio la idea de un "fin" definitivo de la historia. También se han cuestionado las implicaciones éticas y realistas de considerar la democracia liberal como el modelo supremo y universalmente deseable. Además, el concepto de historia ha sido revisado desde una perspectiva más amplia que incluye factores culturales, económicos, tecnológicos y sociales. La interrelación de estos elementos muestra una dinámica más compleja que la simple lucha ideológica entre sistemas políticos. En ese sentido, el debate sobre el "fin de la historia" se ha ampliado para considerar cómo las sociedades enfrentan retos globales como el cambio climático, la desigualdad social y las crisis sanitarias, que no se resuelven solo a través del orden político.
Fukuyama mismo ha matizado sus posiciones en años posteriores, reconociendo que la democracia liberal está lejos de ser perfecta o un punto final inmutable. En diferentes intervenciones, ha alertado sobre amenazas internas a las democracias, como la corrupción, la polarización social y el debilitamiento de las instituciones. Estas reflexiones subrayan que la historia política está en constante evolución, aunque quizás sin cambios radicales en el sistema dominante. El legado de "El Fin de la Historia" reside en la invitación a reflexionar sobre el futuro de la humanidad en términos de sistemas políticos y valores fundamentales. Su enfoque ha servido como punto de partida para diálogos interdisciplinarios que examinan las razones detrás del éxito de la democracia liberal, así como sus debilidades y desafíos.
También ha alentado a estudiar cómo las sociedades pueden evolucionar hacia formas de vida política más inclusivas y sostenibles, en un mundo complejo y en permanente transformación. En definitiva, el concepto del fin de la historia no debe interpretarse como una conclusión absoluta, sino como una provocación intelectual para cuestionar y analizar el rumbo del desarrollo político global. La propuesta de Fukuyama anima a considerar cómo los valores democráticos pueden integrarse con la diversidad cultural y los cambios tecnológicos para construir un futuro que, aunque incierto, puede aspirar a mayor justicia y bienestar. Al hacerlo, la discusión que inició en 1992 mantiene su vigencia y continúa estimulando el debate sobre el papel de las ideas y las instituciones en la configuración del destino humano.