La preocupación por el impacto ambiental de las nuevas tecnologías es comprensible dado el contexto global de crisis climática y la urgencia de adoptar hábitos más sostenibles. En este escenario, es común encontrar debates sobre si herramientas digitales, como ChatGPT y otros chatbots basados en inteligencia artificial, contribuyen de forma significativa al calentamiento global o al desperdicio de recursos naturales. Sin embargo, un análisis detallado y basado en datos muestra que el uso personal y masivo de ChatGPT no representa una amenaza ambiental considerable, y que preocuparse excesivamente por este aspecto puede distraernos de los verdaderos retos ecológicos. El primer punto para entender este fenómeno es reconocer la cantidad de energía que se utiliza para procesar cada consulta en ChatGPT. El promedio estimado se sitúa en torno a las 3 vatios-hora (Wh) por interacción, una cifra que, aunque puede parecer elevada en comparación con una simple búsqueda en Google, es en realidad un consumo pequeño en términos cotidianos.
Por ejemplo, esa misma cantidad de energía basta para mantener encendida una bombilla incandescente durante apenas tres minutos o para utilizar un router inalámbrico durante media hora, actividades habituales y comunes que raramente asociamos con un impacto ambiental elevado. Desde el punto de vista económico, el costo de energía que implica cada utilización de ChatGPT también es mínimo. En grandes ciudades, como Washington D.C., el gasto aproximado por cada búsqueda es menor a un centavo de dólar, haciendo que su contribución a la factura mensual de electricidad sea prácticamente imperceptible.
Frente a otras actividades del día a día, como una ducha prolongada, el consumo energético y de recursos vinculado al uso de la inteligencia artificial chatea es un porcentaje diminuto. Más allá de la energía, otro recurso fundamental para la discusión medioambiental es el agua. La generación eléctrica a gran escala suele implicar un consumo significativo de agua para procesos como la creación de vapor para turbinas o la refrigeración de centros de datos. Este consumo es cuantioso, por lo que la huella hídrica de cada actividad que usa electricidad debe considerarse con criterio. En este sentido, se estima que para generar la electricidad necesaria para una consulta a ChatGPT se utilizan entre 10 y 25 mililitros de agua, lo que pone en perspectiva la magnitud de su impacto real comparado con un consumo diario promedio de cientos de litros de agua por persona en actividades comunes, como el aseo o la cocina.
Otro error frecuente en la percepción pública es comparar el consumo energético de ChatGPT con el de otras actividades sin considerar la escala total del impacto. Por ejemplo, es común escuchar que ChatGPT utiliza diez veces más energía que una búsqueda estándar en Google, lo cual a primera vista podría sonar preocupante. Sin embargo, esta afirmación, sin el contexto adecuado, puede inducir a conclusiones erróneas. Aumentar en un orden de magnitud una cifra muy baja no produce un impacto relevante en el conjunto del consumo de energía diario o mensual de un individuo o de una sociedad. Si se analizara con detalle el balance energético global, el uso de ChatGPT representa una fracción minúscula de la demanda total, y aún menos si se tiene en cuenta la diversidad de actividades que consumen electricidad a nivel mundial.
En términos globales, es relevante destacar que el uso masivo de ChatGPT, a pesar de la popularidad alcanzada por esta herramienta, solo representa una pequeña parte del consumo energético vinculado a la inteligencia artificial en general. Estudios indican que, incluso si todos los usuarios dejaran de usar chatbots basados en inteligencia artificial, la disminución en la demanda energética sería apenas del 1 al 3 por ciento dentro de la energía utilizada para entrenar y mantener modelos de inteligencia artificial. Esto implica que los verdaderos 'grandes consumidores' en el ecosistema de IA son otros tipos de aplicaciones más pesadas y a gran escala, como sistemas de recomendación o análisis en empresas. Además, una comparación útil para dimensionar el impacto de ChatGPT es con respecto a los hogares estadounidenses promedio. Se calcula que la demanda energética diaria de todos los usuarios de ChatGPT equivale aproximadamente al consumo de unos 20,000 hogares, mientras que una planta térmica de carbón puede suministrar energía para 80,000 hogares.
Esto representa una proporción pequeña dentro del uso continuo de energía que maneja la sociedad, lo que relativiza mucho la idea de que ChatGPT es responsable por el reinicio de centrales eléctricas contaminantes o un incremento dramático en la huella ecológica global. En cuanto a la energía involucrada en entrenar los modelos de inteligencia artificial en sí, si bien el gasto energético es elevado en esa etapa inicial, este debe amortizarse en la cantidad enorme de consultas y ejecuciones que dichos modelos procesan a lo largo de su vida útil. De este modo, el costo energético por interacción sigue siendo reducido cuando se evalúa desde una perspectiva razonable y realista. Se trata de un concepto similar a cómo se evalúa la eficiencia o el impacto de un electrodoméstico en función de su uso a lo largo del tiempo más que de su fabricación inicial. Otro aspecto interesante es la relación entre la huella ambiental y la utilidad o el valor que se obtiene.
Aunque las críticas a veces califican a ChatGPT como una herramienta que no aporta mucho valor o que es una forma refinada de autocompletado sin contenido relevante, esta valoración es subjetiva y aparte del tema ambiental. Desde la óptica ecológica, se podría argumentar que incluso actividades que consumen más recursos y son relativamente menos productivas o gratificantes son socialmente aceptadas, como el uso de dispositivos electrónicos decorativos o el consumo energético asociado a juegos y entretenimiento digital. Por lo tanto, si se quisiera evaluar el impacto del uso de ChatGPT en función de su eficiencia ambiental, sería prudente contextualizarlo frente a estas otras prácticas comunes a las que no se les reprocha un costo equivalente. En el ámbito de la responsabilidad individual frente al cambio climático, se debe considerar que el consumo energético diario de una persona promedio es miles de veces superior al generado por su uso individual de ChatGPT. Eso implica que los esfuerzos personales para reducir emisiones deberían priorizar actividades de mayor impacto, como evitar vuelos innecesarios, cambiar a fuentes de energía renovables, modificar dietas altamente contaminantes o promover cambios sistémicos en la infraestructura energética.
Focalizar la culpa en el uso personal de chatbots puede desviar los esfuerzos y generar una falsa sensación de contribución al problema climático sin efecto tangible. En este sentido, la dimensión colectiva del problema es fundamental. Si millones o miles de millones de personas modificaran su comportamiento ligeramente, el impacto podría ser notable, pero es crucial comprender que cualquier tipo de actividad, desde la iluminación hasta el transporte o el consumo digital, suman a la huella ambiental global. No es justo ni útil señalar una sola herramienta en un ecosistema donde todo está interconectado y donde las actividades con mayor peso deberían ser el centro de atención y acción. En definitiva, el uso de ChatGPT no representa un problema ambiental significativo ni para quienes lo usan a nivel individual ni como fenómeno de masa.
La preocupación por su impacto energético o hídrico debe reevaluarse a la luz de los datos reales y la proporcionalidad. La verdadera prioridad para combatir la crisis climática está en acciones insistentes que promuevan una transformación radical del sistema energético hacia fuentes limpias y sostenibles, y en cambios culturales y estructurales mucho más profundos que la simple modificación del consumo digital. Por último, es importante que las discusiones y críticas hacia la inteligencia artificial o cualquier tecnología incluyan un análisis riguroso, sin exageraciones ni malentendidos técnicos, para no alimentar miedos infundados ni conflictos distractores. La ciencia y la información clara deben guiar la comprensión y las decisiones, favoreciendo un enfoque equilibrado que permita aprovechar las herramientas digitales de forma responsable sin renunciar a la innovación ni al progreso sostenible.
