El Consejo Ártico, compuesto por ocho naciones que poseen territorio en el Círculo Polar Ártico, acaba de vivir uno de sus periodos más desafiantes bajo la presidencia de Noruega. Durante los últimos dos años, el país escandinavo ha asumido la responsabilidad de liderar este importante foro internacional en un contexto lleno de tensiones y desafíos, tanto geopolíticos como climáticos, que han puesto a prueba la capacidad del cuerpo para mantener la unidad y la cooperación entre sus miembros. Noruega ha sido reconocida por su empeño en mantener el Consejo activo y cohesionado, a pesar de los graves obstáculos que se han presentado debido a dinámicas internacionales complejas, principalmente por la guerra en Ucrania y las fricciones causadas por la reelección de Donald Trump en Estados Unidos, quien reiteró amenazas controvertidas sobre la soberanía de Groenlandia. La ministra de Relaciones Exteriores noruega, Espen Barth Eide, ha señalado que este período fue “difícil” debido a que las circunstancias globales hicieron imposible que el Consejo funcionara como habitualmente. Sin embargo, destacó la importancia de haber logrado conservar la membresía integral y una actividad constante dentro del organismo.
El Consejo Ártico está compuesto por los estados árticos: Estados Unidos, Rusia, Canadá, Finlandia, Islandia, Noruega, Dinamarca (que incluye Groenlandia) y Suecia. Este ente intergubernamental funciona con base en el consenso unánime, lo que significa que todas las decisiones y declaraciones requieren la aprobación de todos sus miembros. Este mecanismo, aunque garantiza cooperación, también puede complicar la toma de decisiones, especialmente cuando existen tensiones políticas profundas entre algunos países integrantes. Durante la presidencia de Noruega, los sectores clave del Consejo, como los relacionados con los océanos, la crisis climática y la situación de las comunidades indígenas y habitantes del Ártico, tuvieron avances limitados pero significativos, considerando el contexto. Esto refleja un esfuerzo colectivo para preservar los objetivos fundamentales del Consejo, a pesar de que la invasión rusa a Ucrania generó una marcada división dentro del bloque, principalmente entre Estados Unidos y Rusia.
Los países árticos contrastaron con otros foros internacionales en los que conflictos similares provocaron rupturas y abandonos de miembros; aquí, ningún país ha abandonado, y no ha surgido una propuesta seria para fragmentar este organismo vital. La entrega de la presidencia noruega a Groenlandia, que será la primera vez que esta región autónoma asuma el liderazgo del Consejo Ártico, simboliza la búsqueda de un nuevo enfoque para las relaciones entre Groenlandia y Dinamarca. Esto cobra especial relevancia tras las tensiones causadas por las declaraciones de Trump sobre la posibilidad de adquirir Groenlandia. La intención de Dinamarca de ceder la presidencia a través de Groenlandia representa una señal clara de reconciliación y fortalecimiento de la cooperación interna dentro del reino danés, a la vez que pone en el centro a la voz de Groenlandia en los asuntos árticos. Noruega también ha respondido al deterioro de la seguridad en la región con acciones concretas.
Recientemente lanzó su primera estrategia nacional de seguridad, en la que describe el contexto actual como la situación de seguridad más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Pese a que no perciben una amenaza inmediata de ataque, han adoptado un enfoque de prudencia y preparación, especialmente por la proximidad de la concentración más grande del mundo de armas nucleares en la península rusa de Kola, que limita con su territorio. Noruega entiende que el Ártico podría convertirse en una zona crítica en caso de un conflicto internacional mayor entre oriente y occidente, dada su posición estratégica como la ruta más corta para misiles y aviones entre Rusia y Norteamérica. El aumento de la presencia mundial en el Ártico, incluido el interés creciente de China, añade otro elemento de atención en el futuro del Consejo Ártico. Aunque tradicionalmente el Consejo se ha mantenido al margen de las tensiones políticas del sur del planeta, la guerra en Ucrania ha demostrado que este aislamiento es cada vez más difícil de mantener.
A pesar de ello, los miembros siguen comprometidos en preservar un Consejo Ártico unificado, rechazando la formación de organizaciones paralelas que podrían fragmentar la cooperación regional. En el plano bilateral, Noruega ha experimentado un cambio sustancial en su postura hacia Rusia. Después de décadas de cooperación, especialmente en la región del Mar de Barents, las relaciones se han vuelto más cautelosas, en gran parte como resultado del conflicto en Ucrania y la nueva postura de seguridad adoptada por los países nórdicos. Sin embargo, esta tensión no ha llegado al punto de paralizar los canales de comunicación ni los mecanismos de cooperación necesarios para la gestión ambiental y cultural en la región. El mandato noruego en el Consejo Ártico marca un capítulo crucial para la gobernanza del Ártico, un territorio que no sólo es vital por sus recursos naturales y su importancia estratégica, sino también por su vulnerabilidad frente a los efectos del cambio climático.