En las últimas semanas, la situación en el sur de Líbano se ha vuelto desesperada y alarmante. A medida que las fuerzas israelíes intensifican sus ataques aéreos en un esfuerzo por repatriar a sus propios desplazados, la población libanesa se enfrenta a una dura realidad: "En las próximas semanas no estaremos aquí. Todos moriremos o seremos desplazados". Esta profecía sombría resuena entre los habitantes de este país que una vez más se ve atrapado en la vorágine de un conflicto en escalada. La región se ha convertido en un escenario de destrucción y sufrimiento.
En el pequeño pueblo de Ain el Delb, apenas a unos kilómetros de la histórica ciudad de Saida, la devastación es palpable. Un edificio de apartamentos fue arrasado por un ataque aéreo israelí, dejando un rastro de muerte y desolación. Al menos 45 personas perdieron la vida en ese ataque, y el hedor a muerte se mezcla con el polvo de los escombros que aún apestan. Fotos familiares, juguetes de niños y ropa se encuentran esparcidos por el suelo, recordando a todos que detrás de cada cifra hay vidas truncadas y sueños desvanecidos. Julia Ramadan, una valiente estudiante de 28 años, se encontraba entre las víctimas.
Su deseo de ayudar a los desplazados la llevó a mudarse de Beirut a Ain el Delb, creyendo que allí estaría a salvo. Desafortunadamente, el destino tuvo otros planes, y tanto ella como su madre sufrieron la trágica suerte de encontrar la muerte cuando el edificio colapsó. Su historia es solo una de las muchas tragedias que se están desarrollando en este angustiante conflicto. La Fuerza de Defensa de Israel (IDF) ha declarado que su lucha es contra el grupo militante y partido político Hizbollah, pero los ataques indiscriminados han dejado en claro que los civiles libaneses se encuentran en el centro del fuego cruzado. A pesar de las afirmaciones de que se están realizando esfuerzos para mitigar el daño a los civiles, la realidad es que muchos de los que han sido heridos y asesinados no tienen ninguna relación con la milicia.
El derecho internacional humanitario prohíbe el daño a civiles y a sus propiedades, y aun así, los ataques continúan proliferando sin un fin a la vista. La cepa emocional por la que atraviesa la población es innegable. Más de 100,000 personas ya habían sido desplazadas antes de este reciente escalamiento de violencia, y en las últimas semanas, la ciudad de Saida ha visto un aumento masivo de personas que huyen de los bombardeos. La situación es desesperada; según el Ministerio de Salud de Líbano, al menos 1,471 personas han perdido la vida en el país desde que comenzara la escalada de violencia el 16 de septiembre. Más de una quinta parte de la población de Líbano se ha visto obligada a abandonar sus hogares.
Los hospitales de la región, ya sobrecargados, están lidiando con un flujo constante de heridos. El director del Hospital Al Hamsharie en Saida, Riad al Aynin, ha descrito la situación como crítica. Desde el ataque del 17 de septiembre, el hospital ha recibido a decenas de víctimas de los bombardeos, incluidas muchas que han llegado en condiciones extremadamente graves. Entre los heridos hay una alarmante cantidad de niños. UNICEF ha indicado que más de 690 niños han resultado heridos por los ataques en solo seis semanas, y más de 100 han muerto en un período de tan solo once días.
Los relatos de cómo se están llevando a cabo los bombardeos son desgarradores. Médicos han informado que los cuerpos de las víctimas llegan en pedazos, lo que pone de relieve la brutalidad del conflicto. Entre los ataques se encuentra uno en el campamento palestino de Ain el-Hilweh, donde, en un intento de eliminar a un miembro de un grupo armado, se cobró la vida de siete civiles, incluidos niños. Con cada día que pasa, las tensiones aumentan. La invasión terrestre de Israel ha comenzado y se han desplegado varias divisiones del ejército.
Las órdenes de evacuación se emiten constantemente, advirtiendo a los residentes que se dirijan al norte del río Awali, dejando muchos lugares de Saida en una situación precaria. La incertidumbre es aterradora, y pocas personas sienten que hay un camino claro hacia la seguridad. La población, a pesar de su desesperación, muestra una increíble resistencia. Manol Moussa Saleh retrata la lucha emocional de una madre que, tras recibir la noticia del grave estado de su hijo, se enfrenta al duelo por la pérdida de su madre, quien murió tras sufrir un ataque aéreo. En medio de tanto horror, la familia intenta encontrar consuelo en su comunidad mientras navegan por la montaña de desafíos que enfrentan.
Zainab Jumaal, directora de la Asociación Zaintuna para el Desarrollo Social en Saida, tiene una visión sombría sobre el futuro. “No predigo nada bueno”, afirma mientras el sonido de los bombardeos retumba a lo lejos. A pesar de la adversidad, Jumaal y su equipo continúan brindando apoyo a las familias desplazadas, distribuyendo alimentos y suministros básicos. Ei aroma de la comida se mezcla con el miedo y la desesperación de quienes se enfrentan a la incertidumbre en un entorno hostil. “Estamos preparando nuestras maletas”, dice Jumaal con voz temblorosa, “ya tenemos listas nuestras cosas en caso de que necesitemos irnos”.
A medida que la situación empeora, el sentido de urgencia se intensifica. “Todos aquí no esperaban que Israel atacara así”, lamenta. El dolor y la desesperación son palpables en Saida. Aquellos que todavía tienen la esperanza de regresar a casa se enfrentan a la sombría realidad de que ese regreso podría no ser posible. Las palabras de Manol y Zainab resuenan con el sentimiento colectivo de una comunidad atrapada entre su deseo de paz y la brutalidad de un conflicto que parece no tener fin.
Con la declaración desgarradora de que "podemos morir o ser desplazados", la pregunta que queda en el aire es: ¿cómo se vive bajo la sombra de la muerte inminente y la pérdida de hogar? En el contexto de esta crisis, es vital que la comunidad internacional preste atención y actúe para proteger a los civiles, pues detrás de cada número hay historias de pérdida, sufrimiento y resiliencia. El futuro de Líbano y su gente pende de un hilo, y si no se toman medidas para abordar la raíz del conflicto, el ciclo de violencia y desplazamiento continuará indefinidamente.