La ciencia en Estados Unidos ha sido durante décadas un pilar fundamental para el progreso tecnológico, la salud pública y el desarrollo económico. Sin embargo, el retorno de Donald Trump a la presidencia ha desatado una seria preocupación dentro y fuera de la comunidad científica sobre la supervivencia y el futuro del entramado de investigación e innovación estadounidense. En los primeros meses de su segundo mandato, se han registrado acciones que indican un distanciamiento notable del apoyo estatal a la ciencia: despidos masivos en agencias gubernamentales, suspensión y cancelación de proyectos de investigación clave, y planes para recortar drásticamente presupuestos en instituciones emblemáticas como el Instituto Nacional de Salud (NIH) y la NASA. El legado científico norteamericano, forjado tras la Segunda Guerra Mundial con inversiones públicas sostenidas, condujo a avances que han transformado el mundo, desde internet y GPS hasta la medicina moderna. Sin embargo, las políticas actuales amenazan con desmantelar lo que la administración Trump denomina como gastos innecesarios y burocráticos.
Específicamente, se han cancelado más de mil subvenciones en ámbitos esenciales como la lucha contra el cáncer, la enfermedad de Alzheimer y la prevención del VIH. La administración justifica estas medidas con argumentos de eficiencia y de eliminar supuestos fraudes, pero expertos y miembros de la comunidad científica advierten que esta estrategia está minando la base misma del progreso científico. El trabajo de miles de investigadores gubernamentales que sostienen el ecosistema de la ciencia está siendo eliminado, y la formación de nuevos profesionales se ve afectada. La experiencia acumulada y los conocimientos institucionales, construidos a lo largo de décadas, no pueden recuperarse de forma rápida ni sencilla ante despidos y recortes abruptos. Además, las restricciones migratorias impuestas durante este segundo mandato han influido negativamente en la llegada y permanencia de estudiantes y académicos extranjeros, fundamentales para mantener un entorno competitivo y diverso en el desarrollo científico.
Esta situación podría generar una fuga académica de talento hacia países que ofrezcan condiciones más favorables para la investigación, lo que dañaría aún más la posición de Estados Unidos en la escena científica internacional. La reducción significativa en el financiamiento para instituciones como el NIH y la NASA no sólo implica menores recursos para proyectos existentes, sino un impacto directo en las universidades. Estas últimas dependen en gran medida de estos fondos para llevar a cabo investigaciones punteras. La cancelación de subvenciones, sumada a presiones políticas sobre determinadas universidades y programas, pone en jaque la colaboración entre el gobierno federal y el sector educativo. Esta dinámica también pone en cuestión la sustentabilidad del modelo de inversión en investigación básica en el que el Estado asume riesgos que el sector privado no está dispuesto a correr.
La ciencia fundamental, que no siempre busca resultados inmediatos, suele ser poco atractiva para la iniciativa privada, que prefiere financiar investigaciones con aplicaciones comerciales claras y a corto plazo. La reducción de inversión pública corre el riesgo de truncar descubrimientos que podrían ser la base de tecnologías revolucionarias en el futuro. Los recortes presupuestarios y el ambiente de incertidumbre que reina han provocado además una preocupante fractura entre la comunidad científica y el gobierno. Distintas asociaciones y colegios de científicos han expresado su alarma ante lo que califican como un desmantelamiento sistemático e irresponsable del aparato de investigación. Una abierta carta firmada por casi dos mil miembros de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos advirtió sobre la gravedad de la situación y su posible impacto negativo durante décadas.
Frente a ello, algunas instituciones académicas han tomado posiciones firmes. Un ejemplo es Harvard, que se opuso públicamente a las demandas políticas vinculadas a la eliminación de subvenciones. Esta resistencia representa un momento clave en la historia reciente del país, pues demarca un punto de inflexión respecto a la autonomía académica y científica frente al gobierno. Es fundamental entender que los daños generados en el sistema científico no se corregirán con facilidad. La pérdida de talento humano, la cancelación abrupta de proyectos esenciales y la erosión de la colaboración público-privada dejarán heridas difíciles de sanar.
Los expertos alertan que la recuperación puede demorar décadas, con un retraso que afectaría no sólo a Estados Unidos, sino a la ciencia global, dada la influencia y el liderazgo estadounidense en varios campos. El futuro de la ciencia en Estados Unidos dependerá en buena medida de las decisiones políticas y del ejercicio del poder legislativo en los próximos meses, particularmente ante la discusión del presupuesto federal para 2026. La comunidad científica espera que haya una reconsideración para preservar y fortalecer la inversión en investigación que ha sido vital para la innovación y el bienestar social. En conclusión, el segundo mandato de Trump ha puesto bajo una presión sin precedentes al sistema científico estadounidense. Las consecuencias de estos ataques se extienden desde la infraestructura de investigación hasta el talento humano esencial para mantener la vanguardia tecnológica y científica.
La supervivencia de la ciencia en Estados Unidos requiere un compromiso renovado con la inversión pública, la diversidad de talento y la autonomía académica, elementos indispensables para continuar generando conocimiento que impulse el desarrollo y la competitividad a nivel mundial.