En el vasto reino de la naturaleza, siempre surgen comportamientos que, a primera vista, parecen sorprendentemente humanos. Uno de los más recientes hallazgos científicos señala que ciertas comunidades de chimpancés salvajes en Guinea-Bissau han sido observadas consumiendo y compartiendo frutas fermentadas de manera colectiva, un fenómeno que recuerda las famosas reuniones humanas en torno a bebidas alcohólicas. Este descubrimiento no sólo despierta la curiosidad sobre el origen evolutivo del consumo de alcohol, sino que también abre un campo de estudio sobre la socialización y las tradiciones entre nuestros parientes cercanos en el reino animal. El trasfondo de este hallazgo radica en un estudio publicado en la prestigiosa revista Current Biology, donde un grupo de científicos liderado por Anna Bowland del University of Exeter documentó mediante cámaras trampa a chimpancés en el Parque Nacional Cantanhez, en Guinea-Bissau. Las cámaras captaron cómo estos primates comían y compartían de forma selectiva frutas fermentadas procedentes del árbol Treculia africana, conocido comúnmente como pan africano.
Estas frutas, al madurar y caer al suelo, experimentan un proceso natural de fermentación que genera etanol, es decir, alcohol. Durante varios meses de observación, se detectaron al menos diez episodios documentados de intercambio de frutas entre 17 chimpancés diferentes. La selección de las frutas parecía favorecer las más maduras, aquellas que contenían la mayor concentración de alcohol, con niveles que alcanzaban aproximadamente 0.61% de volumen alcohólico, una cifra baja si se compara con las bebidas alcohólicas humanas, pero significativa dado que el consumo de frutas representa entre el 60 y 80 por ciento de la dieta diaria de estos animales. Este comportamiento natural sugiere varias reflexiones interesantes.
Por un lado, el consumo de estas frutas no etapa a niveles que provoquen embriaguez o alteración severa, lo cual sería improbable desde un punto de vista evolutivo, ya que un estado de embriaguez podría comprometer la supervivencia. Más aún, existen evidencias en el genoma común de los grandes simios africanos que revelan una estructura molecular que facilita la metabolización eficiente del alcohol. Esto implica que, aun sin una intención consciente de embriagarse, nuestros parientes cercanos tienen adaptaciones para manejar la ingestión de etanol. La clave no estaría pues en el alcohol como sustancia intoxicante, sino en sus posibles efectos sociales y fisiológicos. Para los humanos, la ingesta moderada de alcohol, sobre todo en contextos sociales, está vinculada con la liberación de neurotransmisores como la dopamina y las endorfinas, que provocan sensaciones de bienestar, felicidad y relajación.
Además, el acto de compartir bebidas alcohólicas ha sido una práctica ancestral que fortalece los lazos sociales y facilita la cohesión dentro de grupos y comunidades. ¿Podrían entonces los chimpancés experimentar beneficios similares? Aunque aún no es posible afirmarlo con certeza, la observación de la compartición de frutas fermentadas invita a considerar que, lejos de ser un acto accidental, podría existir una dimensión social en esta práctica. El compartir alimento o recursos entre animales, especialmente entre primates, guarda beneficios en términos de cooperación, alivio de tensiones y construcción de alianzas dentro del grupo. Por otro lado, los investigadores se enfrentan a la dificultad de determinar el grado de intencionalidad en la elección y consumo de frutas fermentadas. No está claro si los chimpancés seleccionan deliberadamente estas frutas por el contenido alcohólico o si el motivo es puramente gustativo, motivado por el sabor o la textura del fruto en su etapa madura, que casualmente coincide con mayores niveles de alcohol.
Sin embargo, el simple hecho de observar la preferencia por frutas en una etapa en la que el contenido etílico es más elevado ya es un indicio interesante. Las implicaciones evolutivas de este comportamiento son profundas. La posibilidad de que el consumo de ethanol y la socialización alrededor de alimentos fermentados hayan estado presentes en los ancestros comunes de humanos y chimpancés sugiere que actitudes tan humanas como reunirse para compartir alimentos y bebidas podrían tener raíces evolutivas mucho más antiguas de lo que se pensaba. El estudio de estas interacciones puede asimismo aportar pistas sobre cómo la cultura y las costumbres se desarrollaron en las primeras sociedades humanas a partir de patrones observables en otras especies. Para lograr una comprensión más completa de este fenómeno, los científicos abogan por investigaciones a largo plazo que permitan identificar a los individuos, analizar sus relaciones sociales, su parentesco y observar cómo varía su comportamiento de alimentación en diferentes circunstancias.
Adicionalmente, continuar midiendo las concentraciones de etanol en los alimentos consumidos y correlacionarlas con las interacciones sociales podría arrojar datos reveladores sobre las motivaciones detrás del consumo y el impacto social que este tiene. Este tipo de estudios no sólo enriquecen nuestro conocimiento sobre los chimpancés como especie, sino que también ayudan a comprender conceptos más amplios sobre la evolución del comportamiento social y los vínculos que unen a los organismos. La replicación de tradiciones como la ‘‘fiesta’’ o ‘‘booze-up’’ alrededor de bebidas fermentadas en otros primates invita a reflexionar sobre cómo las prácticas culturales impactan en la evolución y supervivencia, además de cómo los humanos comparten una profunda conexión con la vida silvestre y sus costumbres. En resumen, esta nueva evidencia acerca del consumo y compartición de frutas fermentadas por chimpancés en libertad no sólo desafía nuestras percepciones sobre la exclusividad humana del consumo de alcohol sino que señala hacia un comportamiento que podría tener un trasfondo evolutivo común. La naturaleza nos recuerda que, en muchas ocasiones, lo que pareciera únicamente humano, es en realidad un reflejo de los patrones que se encuentran en nuestros parientes más cercanos en el árbol de la vida.
La ciencia continúa abriendo caminos para entender mejor nuestras raíces y los lazos invisibles que nos conectan con el mundo natural.