Viajar al espacio es un sueño que millones han tenido desde que los primeros satélites circundaron nuestro planeta. Sin embargo, experimentar ese viaje y vivir en órbita a los 70 años de edad da lugar a una serie de reflexiones únicas sobre cómo el cuerpo humano se adapta y enfrenta los retos de la microgravedad y el aislamiento. Don Pettit, astronauta de la NASA, ejemplifica esta fascinante experiencia, siendo uno de los pocos que han estado en el espacio durante un período extenso y justo en la tercera edad. Su historia ofrece valiosas lecciones sobre envejecimiento, salud y exploración espacial. Don Pettit ha participado en varias misiones espaciales a lo largo de su vida, acumulando un total de 590 días en órbita, lo que lo sitúa entre los astronautas con más tiempo en el espacio.
Su viaje más reciente notablemente coincidió con su 70 cumpleaños, haciendo de su aventura algo sin precedentes. A pesar de la avanzada edad, Pettit ha demostrado que es posible mantener un alto nivel físico y mental incluso en condiciones extremas de microgravedad. El cuerpo humano en el espacio sufre transformaciones que no ocurren en la Tierra. La ausencia de gravedad provoca que los músculos, especialmente los más pequeños que no usamos conscientemente, disminuyan su actividad. Pettit relata que mientras estaba a bordo de la Estación Espacial Internacional podía realizar ejercicios con peso significativo, como sentadillas y levantamientos de peso muerto, sin dificultad y con gran agilidad.
Sin embargo, al regresar a la Tierra enfrentó una realidad distinta. Los músculos pequeños, que habían estado en “vacaciones” durante meses, comenzaron a doler y fue un proceso humillante darse cuenta de que levantarse del suelo ya no era tan sencillo. Esto muestra que la microgravedad afecta al cuerpo de manera selectiva y que la readaptación al peso terrestre puede ser un desafío mayor para las personas mayores. Una de las ventajas inesperadas que Pettit destaca es cómo la microgravedad aligera las molestias propias del envejecimiento. En la Tierra, el astronauta habría experimentado rigidez en el cuello y dolor en los hombros al despertar, síntomas comunes entre adultos mayores.
No obstante, en el espacio describe la sensación de estar libre de esos dolores, como si regresara a los 30 años, completamente libre de molestias físicas. Esta experiencia personal abre la puerta a estudios más profundos sobre la recuperación muscular y articular en entornos sin gravedad y podría inspirar futuras terapias para personas con problemas musculoesqueléticos. Más allá del aspecto físico, tener 70 años y continuar volando al espacio refleja una fortaleza mental notable. Pettit menciona lo que llama la paradoja del explorador: el deseo constante de estar en la frontera, explorando lo desconocido, combinado con la añoranza de la familia y la Tierra. Esta dualidad existe durante siglos en quienes se atreven a dejar el confort de la civilización para aventurarse en territorios inhóspitos.
Para Pettit, esta llama exploradora permanece encendida y está dispuesto a regresar al espacio cuando los médicos así lo aprueben, afirmando que todavía hay años y vuelos por delante antes de colgar definitivamente el traje espacial. Desde el punto de vista científico y tecnológico, los astronautas mayores como Pettit son una fuente invaluable de información sobre cómo el cuerpo humano envejece en condiciones que son radicalmente diferentes a nuestro entorno habitual. La Estación Espacial Internacional, donde Pettit pasó muchas de sus estancias, ha sido un laboratorio activo durante más de dos décadas, demostrando que es posible operar y mantener un centro de investigación espacial robusto y efectivo incluso a medida que envejece el hardware. Pettit sugiere que no hay una necesidad real de desorbitar la estación en 2030, ya que podría mantenerse y modernizarse como lo han hecho las aeronaves militares con décadas de servicio, prolongando la investigación espacial y abriendo camino a futuras misiones. La experiencia de Pettit también fomenta un debate sobre la inclusión de personas mayores en misiones espaciales.
Tradicionalmente, la astronauta ideal ha sido un individuo joven, en plena forma y sin enfermedades crónicas. Sin embargo, los avances en medicina y entrenamiento físico espacial, combinados con ejemplos vivos como Pettit, evidencian que la edad cronológica no necesariamente limita la capacidad para desempeñarse en el espacio. Esta inclusión podría diversificar la perspectiva y contribuir al estudio del envejecimiento en microgravedad, un aspecto clave para futuras misiones a Marte o más allá. Por otro lado, la reintegración a la gravedad terrestre tras meses en el espacio sigue siendo un área que requiere mayor investigación, especialmente en astronautas de edad avanzada. Pettit recalca que la debilidad en los músculos pequeños y el tiempo de recuperación son aspectos que necesitan atención personalizada.
La ciencia busca desarrollar programas de ejercicios, terapias físicas y suplementos nutricionales que permitan a los viajeros recuperarse con mayor velocidad y eficacia, disminuyendo el riesgo de caídas o lesiones, y facilitando su regreso a la vida cotidiana. La historia y vivencias de Don Pettit nos invitan a reflexionar sobre el futuro de la exploración espacial. A medida que la humanidad se prepara para establecer colonias en la Luna y enviar misiones tripuladas a Marte, entender cómo las personas mayores pueden contribuir y sobrevivir en el espacio es fundamental. La longevidad espacial no solo amplía la inclusión, sino que también ofrece la ventaja de la experiencia acumulada y la sabiduría, factores clave para afrontar los desafíos de la vida más allá de nuestro planeta. Finalmente, la imagen de un astronauta de 70 años celebrando su cumpleaños orbitando la Tierra redefine los límites de lo que creemos posible.