El agua, uno de los recursos naturales más vitales para la supervivencia y el desarrollo humano, se ha convertido en un elemento central y problemático en la relación entre India y Pakistán, dos naciones históricamente marcadas por enfrentamientos geopolíticos. En este contexto, el Tratado de Aguas del Indo (IWT, por sus siglas en inglés), firmado en 1960, ha sido considerado durante décadas una muestra de que la cooperación puede prevalecer incluso en medio de profundas hostilidades. Sin embargo, la reciente suspensión del tratado por parte de India ha abierto un capítulo incierto y peligroso en la gestión de los recursos hídricos que atraviesan ambas naciones y amenaza con desestabilizar aún más la región. El sistema fluvial del Indo, que se origina en la meseta tibetana y atraviesa India y Pakistán antes de desembocar en el Mar Arábigo, está compuesto por seis ríos principales: el Indo, Jhelum, Chenab, Ravi, Beas y Sutlej. La partición de 1947, que dividió el territorio colonial británico en los estados independientes de India y Pakistán, sembró las semillas del conflicto por los derechos de uso del agua, dado que varios de estos ríos cruzan las fronteras nacionales.
Esta situación llevó a la firma de una de las negociaciones bilaterales más significativas en la historia del agua transfronteriza. El tratado fue facilitado por el Banco Mundial y firmado en Karachi en septiembre de 1960, con la participación de las máximas autoridades políticas de ambas naciones. Bajo el acuerdo, India obtuvo el control exclusivo sobre los ríos del este—Ravi, Beas y Sutlej—mientras que Pakistán recibió los derechos para gestionar los ríos del oeste—Indo, Jhelum y Chenab. Para suavizar la transición, India se comprometió a contribuir económicamente a la construcción de represas y canales en territorio paquistaní. La creación de la Comisión Permanente del Indo estableció un mecanismo para la resolución de conflictos y el intercambio constante de información técnica.
Lo notable del Tratado de Aguas del Indo es que a pesar de diversos conflictos armados y tensiones prolongadas entre los dos países, inclusive guerras en 1965, 1971 y en tiempos recientes, el acuerdo permaneció vigente, sirviendo de ejemplo mundial sobre cómo los recursos compartidos pueden ser gestionados pacíficamente. Esta estabilidad empezó a ser señalada como un modelo para la gestión de recursos naturales en regiones conflictivas. El nombre de David E. Lilienthal está íntimamente ligado a la concepción original de este tratado. Exdirector de la Autoridad del Valle de Tennessee y de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, Lilienthal visitó la zona en 1951 para una serie de artículos periodísticos, donde observó las tensiones agudas, especialmente en la región de Cachemira.
Él propuso que la cooperación en cuestiones hidráulicas podría actuar como un trampolín para reducir las hostilidades. Su perspectiva técnica, vista desde la experiencia en grandes proyectos de infraestructura en Estados Unidos, alentó la concepción del problema como uno esencialmente de ingeniería y planificación, no únicamente de política o conflicto territorial. Gracias a estas gestiones y al apoyo del entonces presidente del Banco Mundial, Eugene R. Black, se conformó un grupo de trabajo conjunto entre ingenieros de India, Pakistán y la institución internacional, que facilitó la negociación técnica y financiera, llevando al acuerdo final que rigió las relaciones hídricas por más de seis décadas. Durante la vigencia del tratado, a pesar de desacuerdos puntuales y proyectos hidroeléctricos controvertidos como la planta de Kishanganga, las partes mantuvieron el compromiso con la resolución pacífica a través de la arbitraje internacional.
Esto permitió mantener la estabilidad en una región que por otros motivos sufrió múltiples episodios de conflicto. Sin embargo, los sucesos recientes han puesto en jaque esta armonía aparente. El 22 de abril de 2025, un ataque terrorista en la zona de Pahalgam, en Jammu y Cachemira, causó la muerte de 26 turistas. El gobierno de India responsabilizó a militantes asentados en Pakistán y, en consecuencia, suspendió unilateralmente el Tratado de Aguas del Indo al día siguiente, una medida sin precedentes en la historia del acuerdo. La suspensión tuvo un efecto inmediato sobre el flujo del río Chenab, por donde pasa el suministro hídrico crucial para Pakistán.
El flujo hídrico disminuyó un 90%, afectando severamente la producción agrícola y la generación eléctrica paquistaní, sectores que representan pilares fundamentales para el sustento económico y social del país. Esta reducción súbita sembró alarma en la población y puso en riesgo la seguridad alimentaria de millones. La respuesta de Pakistán fue rotunda, advirtiendo que cualquier interferencia prolongada con los recursos hídricos podría ser interpretada como un acto de guerra, incluso mencionando la posibilidad de represalias nucleares, dado que ambos países poseen arsenal atómico. La falta de comunicación oficial con el Banco Mundial, que había sido mediador y garante del tratado, limitó las opciones diplomáticas y complicó la desescalada. Paralelamente a este contexto hídrico, la región vivió una escalada militar sin precedentes.
A los pocos días del ataque en Pahalgam, India lanzó una serie de bombardeos a múltiples objetivos dentro de Pakistán y Cachemira administrada por Pakistán, incluyendo zonas profundas dentro del Punjab, un movimiento que rompió códigos tácitos sobre el alcance permitidos en confrontaciones anteriores. Esto fue acompañado por combates aéreos en los que, según informes no confirmados oficialmente, Pakistán habría derribado algunos aviones Rafale indios, mientras usaba sus cazas J-10C chinos de última generación para contestar la ofensiva. La situación se agravó con el uso de drones israelíes tipo Harop por parte de India, dirigidos a centros urbanos y militares de Pakistán como Lahore y Rawalpindi, aumentando el nerviosismo en ambas capitales. Pakistán tomó medidas de emergencia, cerrando su espacio aéreo por completo y declarando alerta máxima, mientras que India mantenía una postura defensiva pero firme, advirtiendo de represalias contundentes ante cualquier nuevo ataque. En los días posteriores, la región estuvo al borde de un conflicto regional abierto, con ataques con misiles balísticos, operaciones militares y movilizaciones generalizadas que incluyeron la reunión de la Autoridad Nacional de Comando paquistaní, responsable del arsenal nuclear, encendiendo las alarmas mundiales sobre la posibilidad de un enfrentamiento nuclear.
El 10 de mayo de 2025, la intervención del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que llamó a un cese inmediato el fuego a través de su plataforma en redes sociales, fue decisiva para evitar una tragedia mayor. El liderazgo paquistaní recibió favorablemente esta iniciativa, mientras que la respuesta india fue más reticente, aunque finalmente aceptó el alto al fuego, que ha resistido con ciertas tensiones y violaciones menores. La crisis del Tratado de Aguas del Indo deja en evidencia la fragilidad de los acuerdos internacionales cuando se enfrentan a tensiones geopolíticas profundas. Este episodio reafirma la importancia de la diplomacia, el diálogo constante y la intervención de organismos multilaterales para gestionar no solo conflictos tradicionales sino también los derivados de la competencia por recursos esenciales, como el agua. Además, la situación resalta la necesidad de modernizar y adaptar los marcos legales y técnicos a las realidades contemporáneas, teniendo en cuenta la demanda creciente, el cambio climático y las nuevas tecnologías, para evitar que el agua se convierta en un detonante para conflictos mayores.
El futuro del sistema fluvial del Indo y, por ende, el bienestar de millones de personas que dependen de sus aguas, pende de un delicado equilibrio entre soberanía, cooperación y responsabilidad compartida. Con la posibilidad de revisar el tratado bajo nuevos términos o construir acuerdos más amplios e inclusivos a nivel regional, la expectativa es que la gestión del agua pueda de nuevo ser un puente de paz en lugar de un campo de batalla. En resumen, el caso del Tratado de Aguas del Indo ilustra cómo un recurso vital puede convertirse en un flashpoint de conflicto, pero también en una oportunidad para que la ingeniería política y la diplomacia preventiva conduzcan a soluciones sostenibles en un asunto tan crítico para la supervivencia humana como lo es el acceso y gestión del agua.