¿Esto es guerra? El conflicto israelo-Hezbollah es difícil de definir y predecir En el terreno nebuloso de la geopolítica, el conflicto entre Israel y Hezbollah se ha convertido en un enigma complejo que desafía las definiciones estrictas y las predicciones certeras. Desde la creación del Estado de Israel en 1948, la región ha sido testigo de numerosos enfrentamientos que no solo han dejado cicatrices profundas en el paisaje político, sino que también han moldeado las identidades y las narrativas de los pueblos en conflicto. La pregunta de si lo que está ocurriendo actualmente puede ser clasificado como guerra se convierte, en este contexto, en un tema de profundo debate. Hezbollah, un movimiento chiita con sede en Líbano, fue fundado en los años 80, en medio de la guerra civil libanesa y la invasión israelí. Desde entonces, ha evolucionado de un grupo guerrillero a un actor político significativo y una poderosa milicia.
Su influencia ha crecido considerablemente, respaldada por Irán y Siria, lo que ha llevado a Israel a considerarlo una amenaza existencial. La dualidad de Hezbollah como una organización terrorista y una fuerza política legítima complica la narrativa en torno a sus acciones. Por su parte, Israel ha estado en un estado de alerta constante ante la amenaza de Hezbollah. El conflicto de 2006, que resultó en un mes de intenso combate, dejó claro que cualquier escalada podría tener repercusiones devastadoras. Desde entonces, ambos lados han conseguido mantener un frágil equilibrio, alternando entre ataques aéreos, asimétricos y una retórica incendiaria que ha mantenido el fuego de la tensión siempre activo.
En los últimos años, la región ha sido testigo de un aumento en la agresividad de ambas partes. La incursión de Hezbollah en la guerra civil siria, como parte de la lucha respaldada por Irán, y las constantes violaciones del espacio aéreo israelí por parte de la fuerza aérea israelí para neutralizar amenazas han llevado a un aumento de las tensiones. Para muchos analistas, la situación es una trampa de la que ambas partes no pueden escapar. La dinámica de defensa y ataque se ha transformado en un ciclo que parece imposible de romper. Sin embargo, la nomenclatura "guerra" es problemática.
Mientras muchos actos de agresión se producen, estos no se caracterizan necesariamente por los parámetros definidos de guerra convencionales. Los enfrentamientos son más bien esporádicos, con una guerra de palabras y propaganda que complementa las acciones en el terreno. La guerra moderna a menudo se define por el uso de indicadores como el número de bajas, la duración de los enfrentamientos, y la movilización de tropas, elementos que no se presentan con claridad en el caso de la confrontación entre Israel y Hezbollah. Las guerrillas asimétricas son la norma en este conflicto. Hezbollah, con un arsenal de misiles y un conocimiento profundo del terreno, representa un desafío considerable para el ejército israelí, considerado uno de los más poderosos del mundo.
Israel, de su lado, emplea su capacidad tecnológica y de inteligencia de vanguardia para responder rápidamente a cualquier ataque, lo que genera un patrón de reacciones que pueden parecerse a una guerra, pero que en realidad carece del asalto total que uno podría imaginar. La comunidad internacional, por su parte, observa con cautela. La tensión en la frontera israelo-libanesa tiene el potencial de desestabilizar no solo a Líbano y la región, sino a la totalidad del Medio Oriente. Con un estrecho lazo entre Hezbollah e Irán, muchas potencias occidentales ven a Israel como un baluarte ante la expansión de la influencia iraní. Esto, a su vez, añade una capa de complejidad a la situación, ya que cualquier escalada del conflicto podría atraer a actores globales y regionales, convirtiendo un conflicto de baja intensidad en una guerra de proporciones mayores.
La incertidumbre también se extiende a la esfera interna de ambos actores. En Israel, el gobierno se enfrenta a presiones internas y externas que le exigen decisiones estratégicas que podrían desembocar en un enfrentamiento a gran escala o, por el contrario, en políticas más conciliatorias. En el caso de Hezbollah, la organización se encuentra atrapada entre sus compromisos con la resistencia contra Israel y la necesidad de estabilidad interna, particularmente en un Líbano que lidia con crisis económicas y sociales. Las encuestas de opinión pública en ambos lados reflejan un complejo equilibrio de temor y resiliencia. Para muchos israelíes, la percepción de amenaza es constante, mientras que en las comunidades chiitas de Líbano, el apoyo a Hezbollah puede interpretarse como una defensa ante una agresión percibida.
Sin embargo, hay voces dentro de ambas sociedades que abogan por el diálogo y la resolución pacífica de conflictos, señalando que la historia de confrontaciones ha llevado a un ciclo de dolor que solo puede perpetuarse. En conclusión, etiquetar la situación actual entre Israel y Hezbollah como una "guerra" puede ser simplista y categórico. Lo que se manifiesta es más un conflicto latente, un estado de hostilidad que fluctúa entre posicionamientos políticos, escaladas militares y un incesante juego de estrategias. Mientras las balas silban y las palabras se lanzan como proyectiles, la comunidad internacional observa, y las personas sencillas siguen viviendo en el borde de una crisis constante que afecta no solo sus vidas, sino el futuro mismo de la región. La búsqueda de la paz, en este contexto, es no solo una necesidad, sino un imperativo que, quizás, en la convergencia de esfuerzos y voluntades, pueda finalmente hallarse.
Sin embargo, la capacidad de avanzar hacia un futuro pacífico sigue siendo un desafío monumental.