El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha generado gran inquietud entre la comunidad científica tanto dentro como fuera del país. Durante los primeros meses de su segundo mandato, la administración presidencial ha implementado políticas que han cambiado radicalmente el panorama de la ciencia en EE.UU., desencadenando recortes presupuestarios masivos, despidos de científicos gubernamentales y la cancelación de numerosos proyectos de investigación de alto impacto. Esta situación ha abierto un debate crucial acerca del futuro de la ciencia estadounidense y sus repercusiones globales.
Estados Unidos ha sido, desde la Segunda Guerra Mundial, una potencia científica indiscutible, gracias a una política federal de inversiones continuas en investigación y desarrollo. Estas inversiones han sido la base para innovaciones revolucionarias, como la creación de internet, los sistemas de navegación GPS y avances médicos como la resonancia magnética. Sin embargo, con la nueva administración que se inició en 2025, este liderazgo parece estar en riesgo debido a las políticas que buscan reducir el tamaño y alcance de las instituciones científicas públicas. Durante los primeros tres meses del segundo mandato de Trump, se desmantelaron agencias dedicadas a la investigación, se rescindieron más de mil subvenciones relacionadas con temas prioritarios como el cambio climático, el cáncer o la prevención del VIH, y se despidió a miles de científicos del sector público. Instituciones emblemáticas como los Institutos Nacionales de Salud (NIH), la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y la Agencia de Protección Ambiental (EPA) han sufrido recortes de personal y presupuesto sin precedentes, lo que ha paralizado investigaciones y afectado el desarrollo de proyectos en curso.
Además, las propuestas presupuestarias para 2026 contemplan recortes aún más drásticos que podrían afectar fondos de la NASA y reducir la financiación del NIH hasta en un 40%. Estas medidas forman parte de una estrategia más amplia con raíces en el documento Project 2025, promovido por el think tank conservador Heritage Foundation, que aboga por la reducción del “estado administrativo” y acusa a empleados federales de fomentar una agenda política que califican de “woke” o propagandística, sin aportar evidencias claras. La profunda reducción del personal científico en el gobierno y el debilitamiento de programas clave está generando una fuga de talento preocupante. Investigadores, profesores y estudiantes extranjeros están considerando abandonar Estados Unidos ante las estrictas políticas migratorias que dificultan la permanencia de expertos internacionales. Esta posible fuga podría minar la capacidad del país para formar nuevas generaciones de científicos y mantener su competitividad tecnológica.
Otra pieza clave en el ecosistema científico de Estados Unidos es la relación con las universidades. Estas instituciones dependen en gran medida de la financiación federal para sostener sus laboratorios e investigaciones. La administración Trump ha amenazado con retirar fondos de numerosas universidades prestigiosas debido a posiciones políticas y demandas relacionadas con temas sociales, lo que ha provocado investigaciones y censuras. Tal acción pone en riesgo la colaboración histórica entre el gobierno y el sector académico que ha impulsado enormes avances científicos y desarrollo económico. Muchos expertos advierten que reemplazar el financiamiento público con inversiones exclusivamente privadas es un experimento riesgoso.
La investigación fundamental, que no tiene una aplicación inmediata pero constituye la base para futuros avances tecnológicos, suele estar fuera del alcance del sector privado, que prefiere financiar desarrollos con retorno evidente y a corto plazo. Los recortes masivos y los despidos en el sector público podrían afectar tanto la innovación como la capacitación de científicos, un daño difícil de revertir en plazos cortos. Estos cambios tienen ya consecuencias palpables. Clínicas y laboratorios reportan interrupciones en ensayos clínicos, interrupciones en el monitoreo meteorológico debido a la reducción de personal en el Servicio Nacional de Meteorología, y cancelaciones de proyectos estratégicos para combatir enfermedades y abordar el cambio climático. La percepción entre científicos estadounidenses y extranjeros es mayoritariamente negativa respecto al futuro de la ciencia en el país y al impacto que estas políticas tendrán en el resto del mundo.
El impacto no se limita a la ciencia y la tecnología. La reducción de la inversión científica puede tener efectos colaterales en la economía, la competitividad y la seguridad nacional. Las innovaciones tecnológicas suelen generar empleos, mejorar la calidad de vida y fortalecer la posición internacional de un país. Por tanto, disminuir los recursos destinados a la investigación puede poner en peligro el crecimiento económico y el bienestar social a largo plazo. Sin embargo, a pesar del panorama desfavorable, existen voces que defienden que es posible mejorar la gestión y la eficacia de la inversión pública en ciencia, combatiendo el fraude y el desperdicio.
No obstante, la mayoría coincide en que los recortes masivos y el desmantelamiento institucional no son el camino adecuado y que, más bien, provocan una pérdida de conocimiento acumulado y una disminución del liderazgo científico global. En conclusión, el segundo mandato de Trump plantea un desafío sin precedentes para la comunidad científica estadounidense. La reducción de recursos, despidos masivos y políticas migratorias restrictivas están desestabilizando un sistema que llevó a Estados Unidos a ser la principal potencia mundial en innovación y desarrollo tecnológico. A corto y mediano plazo, estas acciones pueden causar un retroceso significativo, dificultar la formación de nuevas generaciones de investigadores y desincentivar la colaboración internacional. El destino de la ciencia estadounidense dependerá en gran medida de las decisiones políticas en los próximos años, así como de la respuesta de universidades, centros de investigación y la propia comunidad científica.
La fortaleza y resiliencia del sistema serán puestas a prueba, y el mundo observa con atención cómo se definirá la hegemonía científica en las próximas décadas. Mantener un compromiso robusto con la investigación y el desarrollo será clave para que Estados Unidos conserve su liderazgo y continúe siendo un motor esencial de innovación y progreso global.