Desde mayo de 2019, la política tecnológica y comercial de Estados Unidos ha estado marcada por una estrategia firme y contundente para limitar la influencia y el acceso de ciertas compañías chinas en su mercado y en las cadenas globales de suministro. El caso más emblemático ha sido Huawei Technologies Co., empresa que fue incluida en la Lista de Entidades del Departamento de Comercio de Estados Unidos, una medida que impone restricciones severas y que ha tenido un impacto directo en el funcionamiento, desarrollo y expansión de esta multinacional china. Todavía hoy, más de cinco años después, surgen debates significativos sobre si estas restricciones están teniendo el efecto deseado, o si al contrario están propiciando un contragolpe que podría terminar siendo un auto-gol en la política estadounidense. La preocupación inicial de Estados Unidos hacia Huawei y sus afiliadas no es nueva.
Por más de dos décadas, la inteligencia estadounidense había registrado ciertas inquietudes relacionadas con la posibilidad de actividades de espionaje o sabotaje, utilizando la infraestructura tecnológica para comprometer la seguridad nacional. Sin embargo, fue la proliferación de la tecnología 5G y la expansión rápida de dispositivos conectados, que incrementaron notablemente el riesgo percibido. El 5G va más allá de ofrecer velocidades superiores para el usuario final, conecta infraestructuras críticas, desde hospitales hasta plantas de producción o redes eléctricas, lo que en caso de vulnerabilidades podría traducirse en daños a gran escala, amenazas a la seguridad nacional e incluso a la defensa. Ante esta situación, las autoridades estadounidenses no solo optaron por prohibir el uso y colaboración con Huawei dentro de sus fronteras, sino que también desplegaron una campaña diplomática e internacional para persuadir a otros gobiernos a hacer lo mismo. Este esfuerzo global buscaba no solo aislar a Huawei, sino frenar el avance tecnológico de China en uno de los sectores más estratégicos y vitales para el futuro económico y militar.
El impacto inmediato no se hizo esperar. Huawei experimentó una caída significativa en sus ingresos durante los dos años siguientes a la imposición de las restricciones estadounidenses, con una reducción de más del 25%. Parecía que la medida estaba dando en el blanco y que la empresa se debilitaba ante la imposibilidad de acceder a componentes y tecnología estadounidense indispensables para sus productos. No obstante, la realidad demostró ser más compleja y menos favorable para los objetivos de Washington. En lugar de desaparecer o reducirse a un actor menor, Huawei reaccionó adaptándose, recomponiendo sus cadenas de suministro y fortaleciendo su autosuficiencia tecnológica.
El gobierno chino apoyó decididamente a su gigante tecnológico mediante inversiones y estrategias de largo plazo que le permitieron sortear muchas de las limitaciones impuestas. Como resultado, Huawei logró recuperarse y sus ingresos volvieron a acercarse a los niveles previos a las restricciones estadounidenses. Esta resiliencia no solo ha generado preocupación entre los analistas y responsables de políticas, sino que también señala un potencial fracaso estratégico de la política de exclusión. En esencia, la medida que buscaba minimizar la influencia tecnológica china en última instancia impulsó un proceso de innovación y autonomía que puede fortalecer a Huawei y, por extensión, a la industria tecnológica china en general. Además, más allá de Huawei, esta dinámica ha tenido efectos colaterales en las relaciones económicas y comerciales de Estados Unidos con China y terceros países.
La guerra tecnológica ha tensado las cadenas globales de suministro, encarecido componentes y productos, y generado incertidumbre en sectores clave. Empresas estadounidenses que dependen de mercados internacionales o de insumos chinos han sufrido y en algunos casos optado por buscar alternativas que no siempre resultan beneficiosas para ellos o para la economía norteamericana en conjunto. Otro factor a considerar es el impacto en la percepción de Estados Unidos como líder tecnológico global. La política de exclusión puede estar alimentando un enfoque de fragmentación tecnológica mundial, donde las colaboraciones internacionales se sustituyen por bloques y alianzas definidas más por la confrontación que por la cooperación. Este escenario puede ralentizar la innovación y limitar las oportunidades de desarrollo para todas las partes involucradas.
Por tanto, la estrategia de restringir y cortar el acceso de empresas chinas, aunque justificada desde una perspectiva de seguridad nacional, ha mostrado ser un arma de doble filo. Es indispensable reconsiderar algunos aspectos de esta política para evitar que a largo plazo Estados Unidos termine perjudicándose más a sí mismo que al adversario al que intenta contener. Para avanzar, resulta fundamental buscar un equilibrio entre proteger la seguridad nacional y mantener abiertas las ventanas de cooperación tecnológica y económica que históricamente han impulsado el progreso global. El diálogo multilateral, el diseño de regulaciones claras y específicas, y la promoción de estándares internacionales pueden ser caminos para alcanzar ese objetivo sin caer en medidas uniformes que terminen siendo contraproducentes. En conclusión, cortar el paso a empresas como Huawei podría parecer una respuesta contundente a un riesgo real, pero la experiencia reciente enseña que esta política conlleva también significativos riesgos de retroceso y pérdida de liderazgo económico y tecnológico por parte de Estados Unidos.
Es necesario un enfoque más matizado que contemple la complejidad de las interdependencias globales y las oportunidades que la innovación compartida puede brindar. Solo así se podrá evitar un auto-gol que comprometa la posición estratégica estadounidense en un mundo cada vez más competitivo y conectado.