La miopía, también conocida como visión corta o nearsightedness, es una condición visual que ha pasado de ser un problema médico menor a convertirse en una preocupación de salud pública a nivel mundial. Recientes estudios científicos indican que un porcentaje alarmante de la población global sufre de esta condición, y las proyecciones sugieren que para mediados de siglo esta cifra podría casi duplicarse. Este aumento masivo en los casos de miopía está siendo descrito por expertos como una verdadera epidemia visual que afecta tanto a niños como a adultos y que cobra especial fuerza en países desarrollados y áreas urbanas densamente pobladas. Pero ¿qué está causando este incremento y qué podemos esperar en el futuro si no se toman medidas efectivas? La respuesta no es sencilla y abarca factores genéticos, ambientales y sociales que interactúan de manera compleja para impactar la salud visual global. Según un estudio publicado en 2019 en el Investigative Ophthalmology and Visual Science, más del 32% de la población mundial ya padece algún grado de miopía.
Pero lo más inquietante es la predicción para el año 2050: se estima que casi el 60% de las personas en el planeta podrían ser miopes. Esta tendencia afecta sobre todo a países desarrollados, donde los estilos de vida modernos y las condiciones urbanas prevalecen. En regiones de Asia como Singapur, Hong Kong y Guangzhou, la miopía alcanza niveles críticos, pero en Occidente también están ocurriendo aumentos significativos de casi un 15% en Europa occidental y un 14% en Estados Unidos desde el año 2000. La miopía es causada por una elongación excesiva del globo ocular que provoca que los objetos distantes se vean borrosos. Desde hace años, se sabía que esta condición generalmente se desarrolla en la infancia, con diagnósticos frecuentes entre los tres y doce años de edad.
Sin embargo, lo que resulta especialmente preocupante es la aceleración en la progresión de la miopía en niños, que no solo afecta la calidad de vida sino que también incrementa el riesgo de padecer enfermedades oculares severas en la adultez como cataratas, glaucoma, desprendimiento de retina y miopía magna que puede conducir incluso a la ceguera. Durante décadas, la solución más común fue limitarse a recetar lentes correctivos o lentes de contacto para compensar la visión borrosa. Sin embargo, estos métodos solamente corrigen el síntoma, sin detener ni revertir la elongación del ojo. La cirugía láser se ha popularizado como un recurso para mejorar la visión, pero tampoco aborda la causa subyacente y no es una opción para los niños ni para casos avanzados. Los expertos coinciden en que la genética influye en la predisposición a la miopía, pero no es el único factor a considerar.
Es difícil explicar por qué dos niños con antecedentes genéticos similares presentan diferentes grados de miopía. En cambio, los factores ambientales y de estilo de vida están cobrando protagonismo como desencadenantes y aceleradores de esta condición. Entre estos factores, el aumento de las horas frente a pantallas electrónicas y dispositivos digitales se ha posicionado como uno de los principales sospechosos. En el mundo moderno, especialmente en la infancia, hay una tendencia a pasar largos periodos mirando pantallas a una distancia cercana que puede estimular la elongación del globo ocular. Estudios recientes estiman que un 80% de los niños pasan al menos una hora diaria frente a computadoras, tabletas o teléfonos móviles, y esa cantidad suele ser subestimada por los propios padres.
Además del tiempo dedicado a las pantallas, la disminución del tiempo al aire libre es vista como un factor crítico en la proliferación de la miopía. En Hong Kong o Singapur, donde la presión académica es elevada, los niños pasan muchas horas estudiando o realizando tareas en ambientes cerrados y con poca exposición a la luz natural. Investigaciones sugieren que la luz brillante del exterior contribuye a la producción de dopamina en la retina, un neurotransmisor que puede retardar o frenar la elongación del ojo. Por otro lado, no solo la luz sino el ejercicio de la visión en distancias largas y la estimulación visual periférica son importantes para el desarrollo ocular saludable. Aunque no se entiende completamente el mecanismo, se ha observado que los niños que pasan más tiempo fuera suelen tener menos incidencia de miopía o menor progresión.
Sin embargo, este efecto protector no es absoluto para aquellos con predisposición genética fuerte. Algunos importantes avances en tratamientos recientes ofrecen esperanza para reducir la progresión de la miopía en niños. La FDA ha aprobado lentes de contacto específicos llamados MiSight que están diseñados para controlar el crecimiento excesivo del ojo. Otros métodos incluyen el uso de gotas oftálmicas con bajas concentraciones de atropina, así como la ortoqueratología que consiste en usar lentes especiales durante la noche para moldear la córnea temporalmente. No obstante, para que estos tratamientos sean efectivos es indispensable que los niños tengan un diagnóstico temprano y un seguimiento constante por profesionales de la salud ocular.
Los especialistas recomiendan evaluaciones regulares desde la niñez para identificar casos de miopía temprana y prevenir complicaciones o progresiones aceleradas. Pese a los avances tecnológicos y médicos, el abordaje preventivo sigue siendo fundamental. Las campañas de concientización para fomentar hábitos saludables como el aumento de tiempo al aire libre, la regulación del uso de dispositivos electrónicos en menores y la adecuación de las tareas escolares para evitar esfuerzos visuales excesivos deben ser prioridad en escuelas y hogares. La miopía no solo representa un desafío para la salud física y visual sino también implica un importante impacto económico. Estudios han mostrado que la carga financiera asociada a la miopía supera la de enfermedades graves como el cáncer o la insuficiencia cardíaca, especialmente en países como Estados Unidos donde los costos de tratamientos, revisiones y correcciones visuales son elevados.
Este impacto afecta desproporcionadamente a comunidades de bajos recursos donde el acceso a atención especializada es limitado y la falta de información dificulta la detección temprana. Frente a este panorama, los especialistas tienen un mensaje claro: no estamos preparados para un futuro donde una gran parte de la población pueda padecer discapacidad visual severa. La combinación de factores genéticos, ambientales y sociales está generando una crisis silenciosa que podría tener consecuencias profundas para la calidad de vida global y los sistemas de salud. La colaboración entre familias, educadores, profesionales de la salud y responsables políticos es indispensable para implementar estrategias que frenen esta epidemia en crecimiento. En definitiva, todos nos estamos volviendo más miopes, y no es cuestión solamente de usar lentes o cirugía para corregir la visión.
Se trata de entender y enfrentar un fenómeno complejo que requiere atención multidisciplinaria y medidas preventivas a nivel social. El futuro de nuestra salud ocular depende en gran parte de los hábitos y decisiones que tomemos hoy, desde fomentar más tiempo al aire libre hasta regular el uso de la tecnología. Solo así podremos evitar un mundo donde la miopía se convierta en una carga irreversiblemente grande y asegurar que la visión clara siga siendo un derecho para todos.