En la era digital actual, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en uno de los temas más discutidos y polarizantes. Para 2025, la percepción pública de la IA suele dividirse en dos posturas extremas: por un lado están los escépticos que piensan que la IA está sobrevalorada y que continuará produciendo resultados defectuosos, y por otro lado están los fanáticos que creen que la IA alcanzará pronto una inteligencia comparable a la humana y resolverá prácticamente todos los problemas. Sin embargo, la realidad se encuentra en un punto intermedio mucho más complejo y matizado. La IA, especialmente los modelos de lenguaje a gran escala que dominan esta época, es innegablemente imperfecta, pero a pesar de sus errores, limitaciones y sesgos, su utilidad persiste y seguirá teniendo un papel importante en diversas áreas de nuestra vida. Por lo tanto, la IA deficiente ha llegado para quedarse y comprender esta dinámica es clave para afrontar los retos futuros.
Es importante entender qué quiere decir “IA deficiente”. Se refiere a que los sistemas de IA actuales suelen tener problemas sustanciales: generan respuestas incorrectas con frecuencia, reproducen prejuicios raciales y sociales, consumen una cantidad considerable de energía, y muchas veces operan con datos obtenidos sin el consentimiento adecuado. Estos aspectos negativos generan dudas legítimas sobre su uso responsable y ético. Sin embargo, estos defectos no anulan el hecho de que la IA puede ser extremadamente útil para tareas específicas, generando soluciones que antes habrían requerido un esfuerzo humano considerable o que simplemente serían imposibles con los métodos tradicionales. Para evaluar cuándo y cómo vale la pena usar IA, se puede pensar en términos de una fórmula de riesgo, donde se suman tanto los costos directos de la consulta (por ejemplo, tiempo, dinero o recursos que implica hacer la pregunta a la IA) como los costos derivados de una posible respuesta errónea, ponderados según la probabilidad de que la IA falle.
Este enfoque auxilia a determinar si resulta conveniente confiar en la IA para una tarea o si es preferible emplear un método alternativo, como la consulta directa a expertos humanos o el uso de herramientas tradicionales. Cuando hay posibilidad de verificar la respuesta dada por la IA, el riesgo puede reducirse, ya que un error no implica un daño irreversible sino simplemente la necesidad de intentar otra vía. No obstante, uno de los mayores peligros de los sistemas actuales es la existencia de sesgos ocultos ligados a características inherentes a las personas, como raza, género o condición social. Estos sesgos no solo desacreditan la justicia e imparcialidad de las decisiones automatizadas, sino que además pueden profundizar desigualdades. Por esta razón, es fundamental que los sistemas de IA no sean utilizados para decisiones cruciales que afectan derechos fundamentales o acceso a oportunidades sin una revisión exhaustiva y transparente.
A pesar de estas limitaciones, la IA ofrece un potencial valioso en contextos muy específicos, donde incluso con sus fallos, puede generar beneficios claros. Una primera categoría en la que la IA brilla es la inspiración. En situaciones donde el costo de un error es casi inexistente, como pedir ideas para recetas usando los ingredientes disponibles o generar nombres para funciones de programación, experimentar con la IA es una forma rápida y económica de explorar posibilidades. En estas circunstancias se trata de propuestas abiertas y flexibles, donde la creatividad humana no se encuentra amenazada sino potenciada. En segundo lugar, la IA resulta útil en tareas creativas donde, paradójicamente, casi no hay respuestas equivocadas porque la creatividad humana tiene un amplio margen de interpretación.
Esto incluye generar poemas, canciones o reformular frases. Sin embargo, esta área es también la que levanta cuestionamientos éticos y culturales profundos, pues el arte y la expresión son formas de conexión humana basadas en emociones, experiencias y subjetividades difíciles de replicar por una máquina. La producción artística automatizada puede ser funcional para fines triviales o comerciales, pero también puede deshumanizar procesos que tradicionalmente se valoran por su autenticidad. La planificación y la toma de decisiones representan otro ámbito en el que la IA puede ofrecer ventajas, sobre todo cuando las tareas están altamente restringidas y deben cumplir criterios muy específicos sin margen para la irrelevancia. Herramientas de IA pueden optimizar desde la ejecución de consultas de bases de datos hasta la reformulación de código para mejorar legibilidad, o reorganizar condiciones lógicas para maximizar eficiencia.
En estos casos, el sistema debe operar dentro de un dominio delimitado y comprobable, haciendo que la precisión y relevancia sean críticas para el éxito. La recuperación de información y clasificación es otra área donde el valor de la IA generalmente supera sus dificultades. Dado un gran volumen de datos, la IA puede identificar patrones, extraer información relevante y clasificar contenido casi con la misma calidad que un humano, pero a una velocidad mucho mayor. Esto es especialmente útil para resumir documentos extensos, seleccionar opiniones positivas en reseñas o encontrar imágenes específicas en colecciones personales. La ventaja aquí radica en la fuerte correlación entre la relevancia y la corrección de las respuestas, lo que facilita la verificación rápida.
Finalmente, existen consultas objetivas que poseen respuestas verificables de forma mecánica o automática. Por ejemplo, identificar propiedades matemáticas o buscar patrones concretos en datos específicos puede realizarse con la ayuda de la IA, y si existen algoritmos de validación eficientes, cualquier respuesta errónea puede ser detectada y descartada con bajo costo. Este tipo de problemas puede beneficiarse considerablemente de la IA, siempre que se mantenga un riguroso control para evitar la propagación de errores inadvertidos. Resulta claro que, en muchos casos, las aplicaciones prácticas de la IA deficiente son viables y en algunos son incluso preferibles a alternativas humanas o más costosas. La clave reside en reconocer sus límites y no pretender que sea una herramienta perfecta o una panacea.
Tomar en serio los problemas de sesgo, sostenibilidad ambiental y el impacto social negativo debe ir de la mano con el aprovechamiento de sus fortalezas. Sin embargo, hay áreas donde el uso irresponsable de la IA puede acarrear daños significativos. Por ejemplo, crear mensajes personalizados de spam masivo, generar perfiles falsos para manipular opiniones públicas o intentar emular relaciones humanas con la intención de sustituir interacciones genuinas puede lesionar la confianza y erosionar los valores sociales. Estas prácticas, aunque potencialmente lucrativas, tienen un costo alto para la sociedad que no puede ser ignorado solo por beneficios comerciales temporales. Su regulación y control serán fundamentales para proteger espacios públicos y relaciones humanas en el futuro.
En el debate público, muchas voces aún niegan la utilidad actual de la IA y se aferran a la idea de que eventualmente desaparecerá debido a sus fallas o que nunca logrará un avance significativo. Este optimismo irracional o rechazo tajante no refleja la realidad compleja que enfrentamos, donde incluso una IA imperfecta estará presente y tendrá impactos profundos en la manera en que trabajamos, nos comunicamos y creamos. Reconocer que la IA es una herramienta imperfecta pero aún valiosa no solo es realista sino esencial para diseñar políticas, tecnologías y prácticas que maximicen sus beneficios sin minimizar sus riesgos. Es probable que en el futuro la inteligencia artificial mejore en precisión, reduzca sus sesgos y disminuya costos energéticos, pero igualmente es posible que estas mejoras lleguen lentamente o enfrenten barreras políticas y económicas. Pese a ello, la utilidad seguirá siendo palpable en ciertas áreas, y por tanto debemos acostumbrarnos a convivir con estas tecnologías, aprendiendo a distinguir cuándo usarlas y cómo supervisarlas adecuadamente.
En conclusión, la inteligencia artificial imperfecta no es un obstáculo que se deba evitar a toda costa, sino un fenómeno que requiere atención consciente, regulación apropiada y un entendimiento profundo de sus capacidades y fallos. La IA deficiente está aquí para quedarse, por ello nuestro enfoque debe ser cómo aprovecharla responsablemente, minimizar sus daños y promover un desarrollo tecnológico que beneficie tanto a individuos como a la sociedad en general. Solo así podremos enfrentar de forma sabia y ética el futuro cada vez más entrelazado con la inteligencia artificial.