La elección de un nuevo Papa siempre ha sido uno de los eventos más intrigantes y enigmáticos del mundo. Durante siglos, el cónclave vaticano ha sido un proceso rodeado de misterio y tradición, donde un pequeño grupo de cardenales decide quién será el líder espiritual de millones de católicos alrededor del mundo. Sin embargo, con el avance vertiginoso de la tecnología, especialmente en el campo de la inteligencia artificial (IA), algunos expertos comenzaron a preguntarse si estas herramientas podían anticipar el resultado de esta compleja elección. Recientemente, el proceso del cónclave de 2025 fue puesto a prueba con un modelo de inteligencia artificial diseñado para predecir quién sería el próximo Papa. ¿Pero logró la IA acertar? La respuesta es no, y la razón de este fallo abre una interesante reflexión sobre el uso de tecnología en decisiones profundamente humanas y políticas.
En mayo de 2025, 133 cardenales entraron en la Capilla Sixtina para elegir al 267º Papa. La elección sorprendió a muchos, ya que el elegido fue el cardenal estadounidense Robert Prevost, cuya candidatura no estaba entre las favoritas en muchos análisis y poco apareció en las predicciones basadas en algoritmos. Un grupo de investigadores, liderado por Eugenio Valdano de la agencia francesa INSERM, desarrolló un modelo de aprendizaje automático que buscaba identificar patrones ideológicos y alineaciones políticas dentro del cuerpo cardinalicio. El objetivo era simular las dinámicas del cónclave basándose en datos históricos, declaraciones públicas y posturas ideológicas en temas cruciales. Para construir este modelo, los investigadores se basaron en cinco siglos de registros genealógicos e históricos acerca de nombramientos y sucesiones dentro de la Iglesia, con la premisa de que las relaciones de afinidad ideológica y las influencias de quienes designaron a los cardenales podrían reflejar tendencias sobre quiénes serían más propensos a apoyarse mutuamente.
Esta idea, aunque audaz, se enfrentaba a un enorme desafío: la elección papal es un proceso en extremo reservado, donde las motivaciones personales, las luchas de poder internas y el contexto geopolítico juegan un rol fundamental, pero permanecen opacos para los observadores externos. El modelo se centró en cuatro temas clave que supuestamente influirían en la decisión: la postura respecto a las parejas del mismo sexo, la migración internacional y la pobreza, los diálogos interreligiosos, y la sinodalidad, esto es, la autonomía y autoridad de las iglesias locales frente a la figura central del Papa. Evaluando las posiciones públicas de los cardenales en estas áreas, el algoritmo clasificó a cada elector según su grado de progresismo o conservadurismo. A partir de este análisis, el sistema simuló varias rondas de votación hasta que emergió un candidato vencedor: el italiano Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano y considerado tradicionalmente uno de los favoritos para suceder a Francisco. Parolin, dado su perfil diplomático y experiencia, estaba también entre los candidatos con más probabilidades en casas de apuestas en línea.
Le seguían otros cardenales como Stephen Brislin de Sudáfrica y Luis Antonio Tagle de Filipinas, ambos considerados moderados con posturas progresistas en distintos temas. Sin embargo, ninguno de estos candidatos fue finalmente elegido. El elegido, Robert Prevost, fue categorizado por el modelo como un candidato centrista, capaz de fungir como figura de consenso. Su elección reflejaría factores que el modelo no logró incorporar a la simulación, como consideraciones geopolíticas, la intención de fortalecer la relación con la Iglesia en Estados Unidos o negociaciones internas durante el cónclave. Este resultado plantea un debate profundo sobre las capacidades y limitaciones de la inteligencia artificial en contextos políticos y sociales.
Por un lado, la IA demostró ser útil para tocar temas ideológicos, estructurar modelos de elección y entender mejor los pequeños grupos electorales. Esto contrasta con elecciones políticas masivas, donde el análisis de textos, discursos y opiniones puede arrojar predicciones relativamente precisas. No obstante, la elección del Papa presenta desafíos únicos: no hay encuestas públicas, las votaciones son secretas, y los factores no son solo ideológicos, sino también culturales, geográficos y de poder. Los investigadores reconocieron que la falta de acceso a datos sobre influencias geopolíticas y negociaciones internas limita enormemente la precisión del modelo. Más aún, los votos reflejan no solo opiniones públicas, sino también la historia personal y las complejas relaciones de quienes votan.
Expertos en ciencias de datos y politólogos destacan que la clave para mejorar los futuros modelos es incluir más fuentes de datos, como interacciones en redes sociales, discursos menos públicos y hasta variables de influencia menos obvias. También es necesario entender mejor la dinámica única de grupos tan reducidos y poderosos, donde el diálogo directo, los encuentros personales y hasta la convivencia durante el cónclave pueden afectar la decisión final. Pese a no haber acertado, la iniciativa de utilizar inteligencia artificial para pronosticar el nuevo Papa representa un avance en la intersección entre tecnología, religión y política. Al aplicar rigurosos métodos científicos a un proceso tan tradicional, se abre la puerta para que futuros estudios puedan aprovechar la tecnología para desentrañar procesos siempre ocultos y complejos. En definitiva, la lección más clara no es si la IA puede prever con exactitud quién será el líder de la Iglesia Católica, sino cómo podemos combinar la inteligencia humana y artificial para comprender mejor resultados políticos y sociales.
La tecnología debe considerarse una herramienta, no una oráculo invulnerable. El reciente cónclave dejó claro que, en asuntos profundamente humanos y espiritualizados, la incertidumbre y la complejidad siguen siendo protagonistas. Además, la elección de un Papa estadounidense subraya la importancia de factores externos al ideal puramente ideológico o teológico. La Iglesia Católica es una institución global, y su liderazgo impacta no solo en cuestiones religiosas, sino también en la política internacional, la cultura y la sociedad civil. El equilibrio geopolítico y la representación de comunidades emergentes son variables que, aunque difíciles de cuantificar, pesan en la balanza de decisiones como la elección papal.
Es probable que en los próximos años sigamos viendo combinaciones innovadoras de métodos estadísticos, análisis históricos y de inteligencia artificial para abordar predicciones y estudios complejos. La experiencia de esta predicción fallida servirá para diseñar modelos más integrales, capaces de captar esas dimensiones humanas, políticas y culturales que ahora escapan a los algoritmos. Así, aunque la IA no predijo al próximo Papa en 2025, su uso representa un punto de partida para explorar cómo la tecnología puede ayudar a entender mejor procesos electorales restringidos y sujetarnos a un análisis más profundo de las organizaciones humanas y sus dinámicas internas. En un mundo cada vez más digitalizado, la coexistencia de intuición humana y análisis computacional podría ser la clave para navegar el futuro de la toma de decisiones en ámbitos tan diversos como la religión, la política y la sociedad en general.