En el paisaje vertiginoso de la política estadounidense, el término "sorpresa de octubre" ha cobrado un nuevo significado en 2024. Esta vez, lleva el nombre de Milton, un huracán devastador que ha desencadenado una serie de eventos que podrían alterar el curso de las elecciones presidenciales el próximo noviembre. En este noviembre, las elecciones se presentan no solo como un plebiscito sobre el futuro del liderazgo en EE. UU., sino también como un clamor urgente por un cambio radical en la forma en que se aborda la crisis climática.
Milton, que rápidamente saltó de ser un sistema de tormenta a un huracán de categoría 5, ha puesto en jaque a regiones enteras de la costa del Golfo. Los residentes de la zona de Tampa, ya agobiados por los estragos causados por el huracán Helene, se encontraron nuevamente en medio de una tormenta que solo ha intensificado las secuelas del precedente evento climático. Este octubre, la naturaleza ha demostrado ser tanto una amiga como enemiga para aquellos que buscan respuestas en una situación de emergencia. En días recientes, las imágenes de los residentes de Tampa huyendo de la tormenta se han convertido en una realidad inquietante en los medios de comunicación. Las carreteras estaban atestadas; las filas de espera para abastecerse de gasolina se asemejaban a escenas de una crisis energética.
En medio de este caos, el enfoque político se ha desvanecido, dando paso a una realidad tangente donde las elecciones parecen un segundo plano. Pero, a medida que el furor de Milton aumenta, se plantea la pregunta: ¿qué impacto tendrá este huracán en la política electoral? Hurricane Milton ha desencadenado una oleada de emociones y acciones en política, resaltando las diferencias fundamentales entre los dos partidos principales. Mientras que los demócratas suelen reconocer la creciente amenaza de los fenómenos climáticos extremos, los republicanos, y en particular el ex presidente Donald Trump y su compañero de fórmula JD Vance, se aferran al negacionismo climático. Su respuesta a la devastación provocada por Helene y ahora Milton ha sido trivializar las consecuencias, vinculándolas con teorías de conspiración extravagantes que reflejan su rechazo a considerar el cambio climático como un factor determinante en la crisis actual. Bill McKibben, un conocido activista ambiental, ha afirmado que estos huracanes no solo marcarán un antes y un después en la percepción pública sobre el clima, sino que configuración de lo que puede considerarse una “elección climática”.
Sin embargo, las acciones específicas de los líderes demócratas han sido tibias. La vicepresidenta Kamala Harris, a pesar de haber extendido su apoyo a la energía limpia, ha tenido que lidiar con la crítica de no hacer suficiente énfasis en su plan respecto al cambio climático. La gravedad de la situación se ha visto reforzada al observar que, tras el paso de Milton, el tema del cambio climático se ha colado en las conversaciones hacia los próximos comicios. Se estima que la devastación que provoca Milton, amplificada por las aguas oceánicas desmesuradamente cálidas, podría ser usada como munición en las campañas políticas. La dificultad radica en que muchos votantes aún no perciben el cambio climático como una prioridad en su toma de decisiones.
Sin embargo, a medida que las comunidades costeras y del interior enfrentan la dura realidad de perder sus hogares, podsremos ver un cambio en las actitudes. En un contexto más amplio, esta también es una historia sobre un cambio generacional. Los votantes jóvenes, mucho más conectados y concienciados con la crisis climática, probablemente demandarán una respuesta concreta durante las campañas electorales. Los líderes políticos que ignoren esta urgencia pueden estar jugando con fuego, ya que una nueva ola de electores está decidida a influir en el futuro del planeta. Mientras la tormenta Milton sigue su curso, lo que está en juego va más allá de la política; se trata de la vida misma de millones de estadounidenses.
Las decisiones que se tomen ahora no solo afectarán el futuro inmediato de la infraestructura y bienestar en esos estados golpeados, sino que también le darán forma a la narrativa electoral. Los republicanos, con su rechazo a la realidad del cambio climático, podrían verse abrumados si las condiciones comerciales en su propio patio trasero se deterioran de manera indefendible. Las proyecciones indican que si el clima global sigue deteriorándose, situaciones como la de Milton se volverán cada vez más comunes. Los desastres naturales están aumentando su frecuencia e intensidad, y los responsables políticos deben ser más que meros espectáculos en este debate. Es difícil pensar que una fuerza de la naturaleza pueda convertirse en un actor en el juego político, pero Milton podría convertirse en el catalizador que lleve la conversación sobre políticas climáticas a la palestra.
Por su parte, los líderes republicanos podrán seguir empujando narrativas de negación, pero esto solo les hará más daño a largo plazo. La poliarquía que se ha generado en torno a Milton puede traducirse en un punto crítico para aquellos en el poder, despojando sus discursos de legitimidad ante la inapelable evidencia de lo que los desastres naturales están causando a la población. El tiempo está a favor de la movilización. Esta es una elección que implica el futuro de la humanidad, la salud de nuestro planeta y nuestra capacidad colectiva para enfrentarnos a los desafíos que nos depara el cambio climático. Las tormentas que asolan el país están diciendo más de lo que las palabras de los políticos jamás podrán.