Durante décadas, los trabajadores tecnológicos fueron considerados una especie de élite laboral gracias a sus altos salarios, beneficios excepcionales y entornos de trabajo envidiables. Campus con café gratuito, áreas de ocio, y generosas acciones en sus compañías configuraban un panorama donde quienes trabajaban en tecnología disfrutaban de privilegios que pocos sectores podían igualar. Sin embargo, este espejismo ha comenzado a desvanecerse, evidenciando un fenómeno que algunos llaman la "enshittificación" de los empleos tecnológicos, en la que la calidad del trabajo y la dignidad laboral están en retroceso acelerado. A lo largo de años, el poder de negociación de los trabajadores tecnológicos no se sustentó en la solidaridad ni en la organización sindical masiva. La verdadera fortaleza residía en su escasez y en la alta demanda de talento especializado, que generaba una competencia feroz entre empresas por contratar y retener a esos profesionales.
Pero, ¿qué ocurre cuando la base de esa fortaleza comienza a erosionarse? La gestión empresarial empleó una estrategia conocida como "awe vocacional" para maximizar la explotación sin confrontación directa. Esta táctica, originalmente identificada en profesiones de cuidado como la enfermería o la enseñanza, fue adaptada para el sector tecnológico. Consistía en hacer sentir a los empleados que su trabajo era una labor sagrada y vital para el progreso del mundo, incentivándolos a sacrificar su tiempo y bienestar en beneficio de la empresa. La devoción por la misión permitía a las compañías exigir jornadas laborales extenuantes y altas expectativas, mientras ofrecían, en ocasiones, solo promesas y escasos límites a la explotación. Durante años, esta ilusión funcionó.
Los ingenieros y desarrolladores aceptaban quedarse horas extras, descuidaban momentos personales importantes y se comprometían con metas imposibles, motivados por idealismos y la seguridad de la excepción con la que contaban. Sin embargo, esta dinámica comenzó a fracturarse cuando las empresas, buscando maximizar ganancias ante mercados saturados y presiones internas, empezaron a reducir beneficios, implementar despidos masivos y aumentar las cargas de trabajo sobre los empleados restantes. Esta oleada en la que gigantes tecnológicos como Meta o Google anunciaron despidos significativos sin tocar las compensaciones de sus altos ejecutivos, desencadenó una crisis de confianza y un cambio radical en el ambiente laboral. Ahora, los pocos trabajadores que permanecen deben asumir responsabilidad doble o triple, sin los bonos, el reconocimiento ni los beneficios que otrora caracterizaban al sector. El declive en la calidad del empleo incluye también la vigilancia intensiva mediante herramientas que monitorean cada pulsación de tecla o actividad frente al ordenador, erosionando aún más la privacidad y la confianza.
El impacto de la inteligencia artificial, que podría interpretarse como una herramienta para aumentar la productividad y mejorar la calidad de vida laboral, se ha convertido en un arma de doble filo. En muchos casos, la narrativa corporativa se centra en la idea de que la IA justifica una reducción de personal, intensificación del trabajo y una vuelta de tuerca sobre la explotación laboral, al debilitar el poder de negociación de los trabajadores. En lugar de liberar al talento para tareas creativas o estratégicas, muchas empresas emplean la inteligencia artificial para justificar mayor precariedad y control. En este contexto, la concepción del trabajador tecnológico como un "príncipe del trabajo" basado en su escasez y alta especialización se ha disipado. El entorno se asemeja cada vez más al de otros sectores donde la subordinación y la precarización eran la norma desde el principio, y donde la falta de organización sindical o representación efectiva deja a los empleados en una situación vulnerable.
La comparación con los trabajadores de fábricas, almacenes o repartidores no es casual. Las condiciones de despido, monitoreo constante, presiones para aumentar la carga laboral y la reducción de derechos remiten a prácticas típicas del trabajo manual precarizado. Lo que antes parecía exclusivo de estas áreas productivas ahora permea el sector tecnológico, y la desaparición del privilegio percibido abre la puerta a una homogeneización negativa. Enfrentar esta crisis requiere un cambio profundo en las estrategias laborales y sindicales dentro de las empresas tecnológicas. El miedo a sindicalizarse o a perder oportunidades en un mercado cada vez más competitivo ha minado históricamente la organización colectiva en el sector.
Sin embargo, la evidencia sugiere que sin una estructura que defienda los derechos y las condiciones laborales, los trabajadores estarán destinados a seguir perdiendo terreno frente a empresas que priorizan el beneficio económico sobre el bienestar laboral. Es necesario reconocer que esta problemática no es aislada ni exclusiva del sector tecnológico. Forma parte de una coyuntura global de transformación laboral donde la tecnología y la monopolización empresarial impactan en la distribución de poder y riqueza. También es una manifestación clara de la lucha de clases contemporánea, donde empleadores y empleados viven una disputa constante por las condiciones dignas de trabajo, el respeto y la justicia social. Además, la renuncia a las instancias de diálogo horizontales y transparentes entre directivos y trabajadores, que alguna vez se sostuvo como signo de apertura en compañías como Google o Facebook, ha sido reemplazada por reuniones estrictamente controladas y la eliminación de espacios para la crítica y la participación activa.
La desconexión entre las bases y las altas esferas contribuye a un ambiente de desgaste y desesperanza. Los empleadores, al tener la capacidad de absorber despidos sin afectar sus resultados financieros y sin reducir los beneficios otorgados a la alta dirección, revelan un modelo donde la desigualdad interna se profundiza. La disonancia entre la realidad de los trabajadores y la opulencia ejecutiva ahonda la fractura social en el ámbito laboral. Así, la enshittificación de los empleos tecnológicos es una advertencia contundente sobre las consecuencias de un modelo económico que privilegia las métricas financieras a corto plazo y margina la calidad de vida y la justicia en el trabajo. Recuperar el equilibrio implica no solo una revalorización del esfuerzo humano detrás de la innovación tecnológica, sino también la construcción de mecanismos efectivos de representación y negociación colectiva, que puedan frenar la precarización y reimpulsar la dignidad laboral en un sector que ha sido emblema de progreso y bienestar hasta hace poco.