Los bosques de algas pardas flotantes, conocidos como kelp, representan uno de los ecosistemas marinos más importantes y productivos del mundo. Son verdaderos pilares para la biodiversidad, proporcionando alimento, refugio y hábitats para miles de especies marinas. A pesar de su relevancia ecológica y socioeconómica, estos bosques submarinos enfrentan amenazas crecientes asociadas principalmente con el calentamiento de los océanos, especialmente por episodios de olas de calor marinas o «heatwaves marinas». Sorprendentemente, menos del 3% de estos ecosistemas están protegidos eficazmente mediante áreas marinas protegidas altamente restrictivas a nivel mundial, lo que agrava la vulnerabilidad de los kelp ante las condiciones climáticas adversas. Los bosques flotantes de kelp se extienden en más de 30 países y en diversas regiones biogeográficas, predominando en zonas de latitudes medias tanto en hemisferio norte como sur.
Son ecosistemas dinámicos, capaces de cubrir miles de hectáreas y sostener la vida de cientos e incluso miles de especies de invertebrados, peces y otros organismos. La principal característica del kelp flotante es su capacidad de formar extensos doseles en la superficie marina, lo que los hace visibles mediante técnicas de teledetección satelital, especialmente con sensores como Landsat y Sentinel-2. Esto ha permitido mapear su presencia global de forma más precisa, aunque aún existen limitaciones para detectar especies sub-canopy o aquellas sin formación de doseles flotantes. El principal enemigo actual y futuro de los bosques de kelp son las olas de calor marinas, fenómenos caracterizados por incrementos anómalos y sostenidos en la temperatura superficial del mar, capaces de superar los límites fisiológicos de las algas y provocar su declive o muerte. Las proyecciones climáticas indican que la intensidad y frecuencia de estas olas de calor aumentarán exponencialmente durante el siglo XXI.
En escenarios más extremos de cambio climático, se espera un aumento de hasta 16 veces en la exposición anual acumulada de kelp a estas olas de calor para finales de siglo, lo que podría suponer un estresor insuperable para la recuperación y persistencia de estas formaciones. La situación es especialmente preocupante en zonas de alta biodiversidad y de gran valor para la pesca y el turismo, como la costa occidental de América del Norte, donde la combinación de altas temperaturas y amenazas locales como la sobrepoblación de erizos, que se alimentan de algas, han causado pérdidas superiores al 90% de bosques de kelp en lugares como California. En contraste, ciertas regiones en el hemisferio sur, como las islas remotas del Atlántico Sur y fiordos de Chile, podrían actuar como refugios climáticos gracias a su menor exposición a futuras olas de calor, lo que subraya la necesidad de esfuerzos conservacionistas específicos en estas áreas prioritarias. El análisis global realizado con datos satelitales y modelos climáticos revela también que, lamentablemente, la protección efectiva del kelp es mínima. Aunque más del 33% de esta formación ecológica está dentro de algún tipo de área marina protegida, sólo el 13.
7% está bajo medidas altamente restrictivas, y gran parte de esta protección se concentra en zonas remotas y con poca presión antropogénica. En las zonas continentales más impactadas y con mayor riesgo de olas de calor, como las costas de Estados Unidos, México y Chile, la protección es insuficiente, con menos del 3% bajo medidas restrictivas que impidan la pesca o la extracción. Este bajo nivel de protección limita enormemente la capacidad de los kelp para resistir o recuperarse frente a las perturbaciones, ya que factores como la sobrepesca de depredadores de herbívoros, contaminación o destrucción de hábitat siguen sin control adecuado. La gestión eficaz mediante áreas marinas protegidas (AMP) que sean restrictivas, conocidas como reservas no extractivas o no take, es una de las estrategias más prometedoras para mantener la biodiversidad y la resiliencia de los kelp. Estas reservas fomentan el reequilibrio de las cadenas tróficas al proteger a los depredadores naturales de los erizos y otros organismos que pueden devastar los bosques de algas.
Estudios en el suroeste de California muestran que en estos lugares, las reservas marinas pueden proteger poblaciones de peces y fauna clave que ayudan a controlar las poblaciones de herbívoros, favoreciendo la recuperación natural de las algas tras olas de calor. Sin embargo, la protección mediante AMPs no puede revertir directamente los efectos del calentamiento oceánico cuando las temperaturas superan los límites fisiológicos del kelp. Por ello, es necesario complementar las áreas protegidas con otras acciones de adaptación climática, como restauraciones activas, manejo de otras amenazas locales, protección de refugios climáticos, y selección de poblaciones de kelp más resistentes. La restauración y el manejo adaptativo se vuelven esenciales en zonas altamente impactadas para sostener la viabilidad de los bosques y la diversidad dependiente. La importancia del kelp trasciende lo ecológico al impactar también áreas tan diversas como la economía local, la cultura, y el cambio climático.
Estos bosques funcionan como sumideros de carbono azul, ayudando a mitigar la acumulación de gases de efecto invernadero. Además, sostienen pesquerías importantes y actividades ecoturísticas que proveen medios de vida para miles de personas en el mundo. Por ende, su pérdida implica una amenaza multidimensional que requiere atención urgente de gobiernos, científicos y comunidades. El déficit actual en la protección mundial de los bosques flotantes de algas pardas es un claro llamado a la acción para integrar estos ecosistemas en las políticas nacionales e internacionales de conservación marina. A medida que las naciones se comprometen a proteger el 30% de los océanos para 2030 como parte del marco global de biodiversidad, es imperativo que el kelp y sus hábitats sean representados y priorizados en esas acciones.
La coordinación transfronteriza también es clave, dado que varias poblaciones de kelp se distribuyen a lo largo de múltiples países y ecorregiones. El uso de tecnologías satelitales y métodos innovadores para monitorear el kelp a escala global constituye una herramienta fundamental para evaluar su distribución, amenazas y efectividad de protección. Aunque los avances recientes son significativos, aún existen retos, como asegurar el monitoreo en zonas remotas y detectar especies sin dosel flotante. Mejorar estas capacidades permitirá diseñar estrategias de conservación inteligentes, adaptadas a las dinámicas espaciales y temporales del cambio ambiental. En definitiva, los bosques flotantes de kelp enfrentan una amenaza urgente por el aumento del calentamiento marino, parcialmente mitigable mediante la ampliación de áreas marinas protegidas efectivas y complementadas con estrategias de manejo climático.
La protección insuficiente pone en jaque la estabilidad y los beneficios que estos ecosistemas proporcionan. Fomentar políticas públicas integradas, inversión en conservación, investigación científica y la participación de comunidades locales es fundamental para asegurar que estos tesoros submarinos perduren y sigan sosteniendo la salud de los océanos y el bienestar humano en el futuro.