La probabilidad es un concepto que utilizamos para describir la incertidumbre o las posibilidades en una amplia gama de fenómenos, desde eventos cotidianos como lanzar una moneda hasta la evolución de sistemas complejos en física cuántica. Sin embargo, cuando profundizamos en la naturaleza misma de la probabilidad, nos encontramos con una distinción esencial entre dos tipos: la probabilidad epistemica y la probabilidad óntica. Esta diferenciación es fundamental para entender no solo cómo interpretamos eventos físicos y filosóficos, sino también para desentrañar debates complejos como el del libre albedrío. La probabilidad epistemica puede entenderse como la expresión matemática de nuestra ignorancia o falta de conocimiento sobre un sistema o evento. Cuando decimos que un dado tiene un 1/6 de probabilidad de mostrar un número determinado en la próxima tirada, en realidad estamos reconociendo que desconocemos muchas variables — desde la fuerza aplicada a la tirada hasta la textura de la superficie—; sin embargo, en teoría, si pudiéramos medir todas estas variables con precisión, el resultado sería absolutamente determinado.
En este caso, la probabilidad es simplemente una herramienta útil para resumir nuestra incertidumbre. Por otro lado, la probabilidad óntica o ontológica postula que la incertidumbre y la probabilidad no solo reflejan nuestro desconocimiento, sino que la probabilidad en sí misma existe objetivamente en la naturaleza. Es decir, un sistema puede tener un rango real de resultados posibles con probabilidades intrínsecas que no son reducibles a causas ocultas o desconocidas. Este punto de vista, a menudo relacionado con interpretaciones de la mecánica cuántica, sugiere que ciertos eventos son genuinamente indeterminados y que las probabilidades forman parte inseparable de la realidad. Esta idea provoca intensos debates filosóficos porque si la probabilidad es óntica y existe realmente en la naturaleza, entonces podría ofrecer un soporte para la libre elección o el libre albedrío, especialmente en el contexto de los procesos cerebrales.
En algunos círculos se argumenta que el comportamiento intrínsecamente probabilístico de las partículas cuánticas podría proporcionar el espacio necesario para que el libre albedrío actúe de manera no determinista. Pero, para analizar esta afirmación, primero es necesario comprender profundamente los problemas que plantea la probabilidad óntica. Para entender estos problemas, un ejercicio útil es regresar a un ejemplo clásico: el lanzamiento de una moneda. Desde un punto de vista clásico, cada lanzamiento es determinado por un conjunto complejo de variables que definen el resultado. Si se conocieran todos estos detalles, se podría predecir con certeza si caerá cara o cruz, eliminando la probabilidad como una característica real del evento y reduciéndola a una mera herramienta para describir nuestro desconocimiento.
Por lo tanto, este tipo de probabilidad es epistemica. La probabilidad óntica, en contraste, implicaría que incluso conociendo todas las variables relevantes, el resultado no estaría ya determinado sino que seguiría siendo intrínsecamente incierto y probabilístico. El problema surge cuando tratamos de conciliar esta idea con la lógica y las definiciones de causalidad. Un evento debe ser o causado o no causado. Si afirmamos que un evento es causado, entonces la causa debe producir un resultado específico, no un espectro de resultados con probabilidades definidas que no sean consecuencias lógicas directas de dicha causa.
Por ejemplo, si decimos que una partícula tiene un 75% de probabilidad óntica de llegar a un lugar A y un 25% a un lugar B, entonces la causa que originó ese evento tendría que ser simultáneamente la causa de que la partícula termine en A y que no termine en A (puesto que hay un 25% de que no ocurra). Esto es una contradicción lógica, ya que un mismo conjunto de causas no puede producir y no producir al mismo tiempo un mismo resultado. Cuando analizamos esta problemática desde la perspectiva de eventos acausales — es decir, eventos sin causa — la situación no mejora. La noción de un evento acausal con una distribución probabilística definida y objetiva también es problemática porque carece de un mecanismo o variable que justifique la asignación de dichas probabilidades. Si algo sucede sin causa, entonces no puede tener una probabilidad definida más que la de simplemente ocurrir o no ocurrir en un momento y lugar indeterminados.
La idea de que eventos acausales puedan tener una distribución de probabilidades «ponderadas» para distintos resultados es, desde un punto de vista lógico, insostenible. Luego está el mundo complejo y fascinante de la mecánica cuántica, donde se afirma a menudo que la probabilidad tiene una naturaleza óntica. En particular, experimentos emblemáticos como el experimento de la doble rendija ponen en evidencia comportamientos que desafían la intuición clásica. Estos resultados impulsan interpretaciones donde el estado de una partícula se describe mediante una función de onda que da una distribución de probabilidades para los posibles resultados de una medición. Sin embargo, el tema central es si esta función de onda representa realmente una probabilidad óntica o simplemente un estado epistemico de nuestro conocimiento sobre la partícula.
Por ejemplo, en la interpretación de Copenhague, la función de onda no se toma como una realidad física objetiva sino como una herramienta para predecir resultados antes de que ocurra la medición. La “colapso” de la función de onda, por tanto, implica un cambio en nuestro conocimiento, no en la realidad misma. Por tanto, aunque la mecánica cuántica es indudablemente probabilística en términos prácticos, esta probabilidad puede ser entendida como la expresión de una limitación epistemica más que ontológica. En otras palabras, seguimos sin probar que exista una verdadera incertidumbre ontológica y no simplemente una incertidumbre derivada de nuestra ignorancia o de limitaciones fundamentales en cómo podemos medir o conocer los estados cuánticos. Además, interpretaciones alternativas como la mecánica Bohmiana ofrecen una visión determinista pero no local del mundo.
Según esta interpretación, las partículas tienen posiciones definidas en todo momento y las probabilidades reflejan la distribución de estas posiciones en el espacio de fase, lo que sugiere que detrás de la aparente indeterminación habría un conjunto subyacente de variables ocultas que, de ser conocidas, eliminarían la incertidumbre. Otro enfoque es la interpretación de los múltiples mundos, que evita la afirmación de probabilidad óntica en el sentido clásico porque cada posible resultado ocurre en un universo paralelo independiente. En este esquema, la probabilidad se interpreta como un reflejo de la distribución de ramas universales, no como una capacidad inherente del evento o la partícula. Desde un punto de vista filosófico y lógico, estas cuestiones tienen profundas implicaciones para la idea misma de libre albedrío. Si los eventos están determinados causalmente, entonces todo lo que hacemos está inevitablemente predeterminado, eliminando la posibilidad de una elección libre genuina.
Si en cambio aceptamos indeterminismos acausales u ontológicas, esto introduce eventos sin causa que, sin embargo, no proporcionan un control deliberado sobre nuestras decisiones, sino mera aleatoriedad. Por lo tanto, postular que la probabilidad óntica explica o sustenta el libre albedrío es problemático porque confunde la ocurrencia de evento no causales o aleatorios con la agencia consciente que la filosofía y la experiencia intuitiva exigen para la libertad. El libre albedrío exigirá algún mecanismo que no sea ni causalmente predeterminado ni aleatoriamente arbitrario, algo que ninguna interpretación actual de la probabilidad en física cuántica ofrece coherentemente. Finalmente, a nivel teórico, es importante mantener la distinción clara entre ontología (lo que existe) y epistemología (lo que podemos conocer). Confundir ambas conduce no sólo a errores conceptuales sino a dilemas filosóficos estériles, tales como asumir probabilidades ontológicas que desafían la ley de no contradicción y la lógica clásica, sin las cuales no es posible construir conocimiento ni ciencia.
En conclusión, la probabilidad óntica, entendida como una propiedad objetiva y real de eventos, enfrenta serios problemas lógicos y conceptuales tanto en el ámbito de la física como en el filosófico. No puede garantizar, por sí sola, la existencia de un libre albedrío genuino. Más bien, todos los indicios actuales sugieren que la probabilidad es mejor entendida como epistemica, ligada a las limitaciones del conocimiento y la medición, incluso en la extraña y fascinante realidad de la mecánica cuántica. Reconocer esta distinción no es una escisión arbitraria sino una condición necesaria para evitar contradicciones y avanzar en una comprensión coherente tanto del universo físico como de la experiencia humana.