Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, ha vuelto a captar la atención del mundo tras sus recientes declaraciones en un auditorio del Consejo de Europa. Por primera vez desde su liberación de la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, el periodista y activista australiano se dirigió a un comité parlamentario donde manifestó su perspectiva sobre la libertad de prensa y el estado actual del periodismo. Su comparecencia estuvo marcada por un mensaje contundente y relevante para la época que vivimos. “Me he declarado culpable de periodismo”, afirmó Assange, refiriéndose a su trabajo de publicar documentos secretos que han expuesto abusos de poder y corrupción a nivel global. Esta declaración no solo refleja su convicción personal, sino también un llamado a la defensa del periodismo crítico frente a la creciente ola de censura y autoritarismo en diversos países.
La figura de Assange ha estado bajo una intensa controversia desde que fundó WikiLeaks en 2006. La plataforma se hizo famosa en 2010 al publicar miles de documentos clasificados del gobierno de EE. UU. que revelaban detalles sobre la Guerra en Irak, la Guerra en Afganistán y las operaciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Desde entonces, Assange ha sido objeto de una persecución legal que lo llevó a buscar refugio en la embajada de Ecuador en Londres, donde permaneció durante casi siete años para evitar su extradición a Suecia y posteriormente a los Estados Unidos.
Su liberación de Belmarsh en 2024, aunque celebrada por muchos como un triunfo para los derechos humanos y la libertad de expresión, no estuvo exenta de críticas. En su discurso en Estrasburgo, Assange señaló que su situación es emblemática de un fenómeno más amplio: “La gente se está viendo obligada a autocensurarse ante el temor de represalias. En lugar de obtener justicia, muchos enfrentan un sistema que se vuelve cada vez más opaco y hostil hacia quienes buscan la verdad”. Desde su encarcelamiento, el activista ha leído informes sobre la situación global de la libertad de prensa, y se ha alarmado al notar un aumento de la secretividad por parte de los gobiernos. “En los últimos años, la confianza en los medios de comunicación ha disminuido”, dijo.
“Los periodistas enfrentan amenazas, violencia e intimidación por sus investigaciones. Las nuevas tecnologías que prometían democratizar la información también han servido para silenciar voces críticas”. Su afirmación sobre haberse declarado culpable de periodismo es una provocativa reivindicación del papel del periodista en la sociedad. Para Assange, el periodismo no es solo un trabajo; es un deber cívico que implica la búsqueda de la verdad, el cuestionamiento del poder y la defensa de los derechos de la ciudadanía. A lo largo de su discurso, hizo un llamado a los periodistas y a los ciudadanos a resistir la tentación de rendirse ante la presión del estado y de las corporaciones que buscan silenciar las voces disidentes.
Sin embargo, no todo ha sido bien recibido en su comparecencia. Algunos críticos argumentan que su enfoque en el periodismo puede desviar la atención de las implicaciones legales y las acusaciones de delitos sexuales que enfrentó en Suecia, aunque esas acusaciones han sido retiradas. Para muchos, la figura de Assange se ha convertido en un símbolo de la lucha por la libertad de información, pero también de la polarización en la debate sobre la responsabilidad ética de los periodistas. La situación de Assange también ha motivado un renovado interés por el debate sobre la protección de las fuentes y el periodismo de investigación en todo el mundo. En muchos países, los periodistas se ven amenazados por leyes que limitan su capacidad de actuar en interés público, y la presión sobre las plataformas digitales que buscan regular el contenido también ha aumentado.
Ante este panorama, la voz de Assange adquirió un nuevo peso, ya que su experiencia se presenta como un sobrio recordatorio de las ramificaciones de la represión y el miedo en la práctica del periodismo. Al final de su intervención, Assange tocó un tema que ha resonado entre muchos activistas de derechos humanos: la solidaridad. Hizo un llamado a la comunidad internacional de periodistas y defensores de derechos humanos para que se unan en la lucha por la verdad y la transparencia, asegurando que “la libertad de la prensa es la base de una democracia saludable”. La respuesta de los asistentes en Estrasburgo fue mixta, pero hubo un reconocimiento general de la importancia de preservar un espacio para aquellos que se atreven a desafiar el status quo. La comunidad internacional debe ser consciente de las injusticias que permean el sistema y de la responsabilidad compartida en la protección de quienes se dedican a informar al público.