En septiembre de 2016, el lanzamiento del cohete Falcon 9 de SpaceX terminó en una explosión dramática e inesperada en el Centro Espacial Kennedy, Florida. El satélite Amos-6, destinado a ser un activo valioso para comunicaciones, se perdió junto con el vehículo de lanzamiento en una violenta detonación durante una prueba estática. Este momento crítico representó un punto de inflexión para SpaceX y la industria espacial comercial, dejando muchas preguntas sin respuesta sobre las causas del desastre. A raíz del accidente, mientras los ingenieros se enfrascaron en una exhaustiva investigación técnica, surgió una teoría inusual y sorprendente: la posibilidad de que un francotirador hubiera disparado al cohete, causando la ruptura de un tanque de helio presurizado que desencadenó la explosión. Esta hipótesis, aunque parecía extraída de una película de espionaje o una novela de suspenso, fue promovida con especial interés por Elon Musk, fundador y CEO de SpaceX, y no fue descartada rápidamente dentro de la compañía.
Las razones detrás de esta teoría eran en cierto modo más que especulativas. La ruptura inicial ocurrió aproximadamente a 61 metros sobre el suelo en el lado suroeste del cohete. Esta dirección apuntaba hacia un edificio operado por United Launch Alliance (ULA), principal competidor de SpaceX en ese momento. A poca distancia, se observó en un video un destello en el techo, sincronizado con el lapso de tiempo esperado para que un proyectil viajara desde ese punto al cohete. Esto generó inquietudes y la necesidad de investigar a fondo esa posibilidad.
SpaceX tomó medidas concretas para explorar esa ruta de investigación. Internamente, técnicos experimentaron con tanques de helio similares, disparándoles para observar si podrían estallar y recrear las condiciones observadas en el origen de la explosión. A nivel externo, enviaron a Ricky Lim, director de operaciones de SpaceX en Florida, para solicitar acceso al techo del edificio rival con la finalidad de inspeccionar y descartar cualquier actividad sospechosa, pero la petición fue rechazada de forma tajante. Este episodio tuvo lugar en un contexto de alta competitividad y rivalidad intensa entre SpaceX y ULA. Mientras ULA dominaba el mercado con importantes contratos gubernamentales y una tasa de lanzamientos significativamente superior, SpaceX comenzaba a irrumpir con nuevos y audaces proyectos, amenazando la comodidad de su competidor.
Se trataba de un escenario propicio para teorías conspirativas, desconfianzas y sospechas que trascendían la simple competencia empresarial para envolver términos que rozaban lo criminal. La teoría del saboteador no se limitó a discusiones internas. Elon Musk y su equipo elevaron la hipótesis ante agencias federales. SpaceX recopiló y envió evidencia audiovisual junto con sus análisis a la Administración Federal de Aviación (FAA) y al FBI. La implicación de estas instituciones en la investigación subrayó la seriedad con la que se tomó la posibilidad de un acto delictivo o de sabotaje en una instalación de alta seguridad y en un momento crítico para el programa espacial nacional.
Tres semanas después del incidente, el Director de Integración Comercial Espacial de la FAA, el Dr. Michael C. Romanowski, respondió formalmente a SpaceX. En una carta fechada el 13 de octubre de 2016, confirmó que, tras una revisión exhaustiva y coordinada entre diversas autoridades federales, no existían indicios que señalaran actividad criminal o sabotaje relacionado con la explosión del Falcon 9. Por consiguiente, se consideró el caso cerrado.
Aunque la investigación del FBI directamente descartó la posibilidad de que un francotirador o sabotaje externo hubieran causado el accidente, la persistencia inicial de esta teoría habla de la presión y la incertidumbre a la que estuvo sometido SpaceX durante ese tiempo. Enfrentando secuelas técnicas, dudas financieras y la necesidad imperiosa de recuperar la confianza de clientes y agencias como NASA, la empresa estaba en una encrucijada. El fracaso del Amos-6, además, impactó considerablemente en las preocupaciones de seguridad, sobre todo para misiones futuras con tripulación humana. NASA, que había comenzado a confiar en SpaceX para sus programas de vuelos tripulados, se mostró especialmente alarmada. El accidente se produjo en medio de debates sobre las nuevas prácticas de carga de propelente de SpaceX —la controvertida técnica "load and go", que implica subir a la tripulación antes de que el cohete sea completamente cargado y estabilizado.
Esta forma de operación fue inicialmente rechazada por la comunidad de seguridad de NASA, aliada a una preocupación justificada por la naturaleza dinámica y peligrosa del proceso. Después de meses de análisis, SpaceX concluyó que el accidente fue resultado de un error en el ritmo de carga del propelente, que provocó un calentamiento excesivo del revestimiento de aluminio dentro de los tanques de helio, causando su colapso estructural. Este hallazgo fue clave para ajustar procedimientos y garantías que mejorarían la seguridad en futuras misiones. A pesar del golpe que implicó el accidente, SpaceX logró remontar con éxito en los años siguientes. El número de lanzamientos se disparó drásticamente, pasando de cinco cohetes al año a superar ampliamente a su competidor tradicional.
La empresa no solo recuperó su prestigio sino que consolidó su posición como líder mundial en lanzamientos orbitales. Sin embargo, la historia completa, incluyendo la persistencia de la teoría del francotirador y el nivel de investigación federal involucrada, permaneció oculta hasta años después. Esta revelación pone en perspectiva el ambiente tenso y desafiante que rodea a la industria espacial comercial y cómo, en momentos críticos, la combinación de rivalidades empresariales, presiones regulatorias y la naturaleza técnica de los desafíos pueden dar lugar a especulaciones sorprendentes. El caso del Falcon 9 y el "sniper" es un ejemplo inolvidable de cómo una empresa innovadora enfrenta crisis multifacéticas mientras avanza en redefinir los límites del espacio. En definitiva, el incidente de Amos-6 y la respuesta de SpaceX y las autoridades federales revelan las complejidades y desafíos que enfrenta la tecnología espacial moderna.
Más allá de lo técnico, están las dinámicas humanas y comerciales que forman parte integral de la carrera por conquistar el espacio en la era contemporánea. Lo que comenzó como una idea casi conspirativa terminó reafirmando la capacidad de la industria para aprender, adaptarse y superar adversidades sin que la sombra del sabotaje empañe sus logros.