El 30 de abril de 1975 marcó el fin de la guerra de Vietnam con la caída de Saigón, la capital de Vietnam del Sur, en manos de las fuerzas comunistas. Sin embargo, medio siglo después, la sombra de aquel conflicto bélico se mantiene latente, especialmente debido al legado tóxico del Agente Naranja, un herbicida utilizado masivamente por las fuerzas estadounidenses para despejar la vegetación densa que sirviera de cobertura al enemigo. Más de 72 millones de litros de defoliantes fueron esparcidos en el país durante el conflicto, más de la mitad de ellos correspondientes a esta peligrosa mezcla química. El impacto ambiental y sanitario generado por el Agente Naranja está lejos de haberse superado y millones de personas en Vietnam aún enfrentan día a día sus consecuencias devastadoras. El Agente Naranja fue creado para quemar la vegetación y eliminar la protección natural en la que se ocultaban tropas enemigas.
Sin embargo, esta sustancia contenía dioxina, un compuesto sumamente tóxico y persistente que ha producido daños irreversibles no solo en las personas expuestas directamente durante la guerra, sino también en generaciones posteriores. Numerosos estudios han asociado la dioxina con enfermedades graves como varios tipos de cáncer, defectos de nacimiento, y daños profundos en el sistema nervioso y el desarrollo físico y cognitivo. Entre los afectados se encuentran veteranos estadounidenses, soldados vietnamitas y, lamentablemente, miles de niños nacidos con discapacidades severas. Uno de los ejemplos más dolorosos es el caso de Nguyen Thanh Hai, un hombre nacido en Da Nang, una ciudad que albergó una base aérea estadounidense con altos niveles de contaminación por Agente Naranja. Hai presenta discapacidades de desarrollo que le dificultan realizar tareas básicas que muchos consideramos rutina.
A pesar de las dificultades, asiste a una escuela especial para víctimas donde recibe educación y terapia, y donde sueña con alcanzar sus metas personales. Su historia refleja la realidad de millones de vietnamitas que también luchan contra las secuelas del veneno dejado en su tierra. Las secuelas del Agente Naranja no se limitan a problemas de salud. El impacto ambiental es igualmente severo. El herbicida destruyó gran parte de la flora local, incluyendo alrededor del 50 % de los manglares que protegen las costas vietnamitas contra tormentas tropicales y erosión.
Los suelos quedaron empobrecidos químicamente, reduciendo su fertilidad y afectando la seguridad alimentaria de las comunidades locales. Estas consecuencias también han aumentado la vulnerabilidad del país frente al cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos. Desde la conclusión del conflicto, Vietnam ha emprendido una larga y costosa tarea para limpiar los sitios contaminados, que se extienden a lo largo de 58 de las 63 provincias del país. Algunas zonas como el aeropuerto de Da Nang o la base aérea de Bien Hoa continúan presentando altos niveles de dioxina y representan un riesgo para las comunidades cercanas. La eliminación del Agente Naranja es complicada porque la dioxina permanece en el suelo y el agua durante décadas, y su erradicación requiere procesos costosos y especializados, como la excavación de tierra contaminada seguida de su incineración a altas temperaturas o el confinamiento en rellenos seguros.
Entre los avances más destacables se encuentra la cooperación entre Estados Unidos y Vietnam, que desde 2006 decidió trabajar en conjunto para abordar este legado tóxico. A pesar de la recalcitrante postura estadounidense durante muchos años, a partir de la década de 1990 comenzaron a reconocerse los efectos del Agente Naranja sobre sus propios veteranos y se establecieron programas de ayuda. Posteriormente, se extendieron acciones hacia Vietnam que incluyen proyectos de descontaminación y apoyo a personas afectadas, sumando inversiones por más de 155 millones de dólares en ayuda humanitaria y ambiental. Sin embargo, la incertidumbre persiste. Las ayudas internacionales, especialmente las provenientes de Estados Unidos, enfrentan recortes significativos que ponen en riesgo la continuidad de los programas de saneamiento y asistencia.
Durante la administración del expresidente Donald Trump, los fondos de la agencia de cooperación internacional USAID sufrieron fuertes disminuciones, lo que provocó pausas en proyectos esenciales y la posible pérdida de personal clave para su implementación. Este escenario genera preocupación tanto en autoridades vietnamitas como en activistas y expertos, quienes advierten que la interrupción puede exacerbar la contaminación y causar un nuevo aumento de enfermedades relacionadas con la dioxina. Además, la ciencia sobre los efectos sanitarios multigeneracionales del Agente Naranja aún no está completamente aclarada. Esto se debe en parte a que durante años la cooperación bilaterial se centró más en la descontaminación ambiental que en la investigación epidemiológica y médica. No obstante, Vietnam continúa empleando estrictos criterios para identificar a víctimas, basándose en antecedentes familiares y geográficos, vinculando las enfermedades con la exposición histórica al herbicida.
El debate científico sigue abierto, pero la realidad de las familias afectadas no admite duda. El combate contra las consecuencias del Agente Naranja en Vietnam es una batalla compleja que va más allá de la remoción química. Implica también justicia, reparación moral y atención integral a las comunidades perjudicadas. Las víctimas exigen el compromiso y la responsabilidad de quienes fabricaron y usaron este producto, así como un apoyo sostenido para restablecer su calidad de vida. A nivel internacional, este caso pone a prueba la voluntad para resarcir daños humanos y ambientales en contextos de conflicto.