En el dinámico mundo de las startups, uno de los temas más debatidos es la importancia del capital accionario para los fundadores de estas empresas emergentes. Este interés no es solo una cuestión de recompensas económicas; se trata de alinear los intereses de los fundadores con los de los inversores. La reciente controversia alrededor de Sam Altman, CEO de OpenAI, ha puesto de relieve este asunto, especialmente en un momento en que su empresa se presenta como un pionero en la inteligencia artificial. Tradicionalmente, cuando un fundador inicia una empresa, se le asigna un porcentaje significativo de acciones, que es crucial para su motivación y compromiso. Este concepto de “skin in the game” implica que el fundador tiene una participación directa en el éxito de la empresa.
A medida que la compañía crece y busca nuevas rondas de financiamiento, es común que el porcentaje de propiedad del fundador se diluya, pero la valoración de sus acciones generalmente aumenta, lo que les permite beneficiarse de la creación de valor a largo plazo. Sin embargo, el caso de Sam Altman es particularmente fascinante, ya que durante años ha trabajado sin un capital accionario significativo en OpenAI. Mientras que muchos empresarios y ejecutivos de startups habitualmente poseen una porción sustancial de su compañía, Altman ha sostenido que su motivación principal radica en el deseo de acelerar el desarrollo de una inteligencia artificial que beneficie a la humanidad. Al testificar ante un comité del Senado, Altman enfatizó: “No tengo acciones en OpenAI” y añadió que su trabajo es impulsado por su interés en lograr avances en la inteligencia artificial. Este enfoque inusual ha suscitado tanto apoyo como críticas.
Por un lado, algunos ven su falta de participación accionaria como un símbolo del compromiso de OpenAI con su misión original de desarrollar tecnologías para el bien común. Pero, por otro lado, ciertos inversores sostienen que la ausencia de intereses financieros de Altman podría ser una preocupación. Según Andy Harrison, CEO de la firma de capital de riesgo S32, la falta de participación accionaría por parte del fundador puede generar inquietud. “Generalmente, uno estaría preocupado si el CEO no tiene intereses alineados”, afirma Harrison, destacando la relación entre la propiedad y la motivación. Recientemente, los informes sugieren que se está considerando otorgarle a Altman un 7% de participación en OpenAI, que podría valer más de 10 mil millones de dólares en el contexto de una nueva ronda de financiamiento que valuaría la empresa en 150 mil millones de dólares.
Esto tiene sentido en el contexto del historial de otras startups exitosas. Tomemos como ejemplo a Mark Zuckerberg, quien tenía un 28.2% de acciones en Facebook cuando la empresa presentó su oferta pública inicial (IPO). Tal participación es estándar en una empresa en crecimiento, donde el fundador aún puede tener una voz prominente en el rumbo estratégico de la compañía. La discusión sobre la participación accionaria de Altman también ha sido complicada por la estructura única de OpenAI, que combina una entidad sin fines de lucro con una subsidiaria con fines de lucro.
Esta configuración, aunque innovadora, ha generado fricciones a medida que la empresa busca atraer más inversión. Los inversores están impulsando fuertemente la necesidad de que Altman tenga una participación personal, lo que podría facilitar la inversión y ofrecer tranquilidad a los financiadores sobre el compromiso del líder de la compañía. Aun así, Altman ha sido cuidadoso al expresar su deseo de mantener la misión altruista de OpenAI. En reuniones recientes, se ha opuesto a la idea de recibir una gran cantidad de acciones, argumentando que si los inversores no comprenden la motivación de trabajar para lograr una inteligencia artificial útil, no deberían invertir en la empresa. A medida que avanzamos hacia un futuro en el que las empresas tecnológicas juegan un papel cada vez más importante en la vida cotidiana, la dinámica entre fundadores e inversores se vuelve más crítica.
Mientras que los inversores buscan retornos financieros y valor de mercado, los fundadores, como Altman, están construyendo no solo empresas, sino también visiones para el futuro de la tecnología. Esta tensión entre el deseo de lucro y las implicaciones sociales de la innovación en inteligencia artificial es un punto focal en el discurso actual sobre la responsabilidad empresarial. Tracy Barba, directora de ética de capital de riesgo y equidad del Markkula Center for Applied Ethics, subraya que este dilema debe ser considerado por todos los involucrados en la financiación y gestión de startups. “Los capitalistas de riesgo deben enfrentarse a si simplemente están respaldando el crecimiento o asumiendo la responsabilidad del impacto más amplio en la sociedad”, menciona Barba, resaltando una cuestión esencial. La misión original de OpenAI como una organización sin fines de lucro se centraba en el desarrollo ético de la inteligencia artificial.
Sin embargo, a medida que busca monetizar su tecnología y atraer inversiones masivas, la pregunta sobre la alineación de intereses, tanto financieros como éticos, se vuelve aún más urgente. La saga de Altman y OpenAI plantea preguntas sobre cómo deberíamos estructurar la compensación para los fundadores en el mundo de las startups. Este dilema no solo afecta a una sola compañía, sino que tiene repercusiones potenciales en todo el ecosistema de startups. Al final del día, los inversores y los fundadores deben encontrar un equilibrio que proteja sus respectivos intereses mientras se comprometen a un objetivo común: construir un futuro mejor y más responsable. A medida que OpenAI continúa evolucionando, con la posible reestructuración hacia un modelo más tradicional con un incentivo de capital accionario para su fundador, el ecosistema deberá observar de cerca cómo se resolverán estas tensiones.
La historia de Sam Altman no es solo un caso aislado; refleja un cambio en la narrativa que está redefiniendo el papel de los fundadores y cómo se les recompensa en un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados y las decisiones financieras pueden tener repercusiones a largo plazo en la sociedad. En definitiva, la pregunta sobre por qué los inversores quieren que los fundadores de startups posean acciones se centra en gran medida en la necesidad de compromiso y alineación de intereses. En un mundo donde el capital y la innovación a menudo chocan con consideraciones éticas y sociales, el camino hacia adelante será crucial tanto para los individuos como para las empresas que buscan contribuir al bien común en una era de rápidas transformaciones tecnológicas.