Desde su primer vuelo en 1967, el Boeing 737 se consolidó como una de las historias de éxito más importantes de la aviación comercial. Su diseño compacto de fuselaje estrecho, con un solo pasillo y capacidad para vuelos de corta y media distancia, lo convirtió rápidamente en la opción ideal para una gran cantidad de rutas domésticas en todo el mundo. Esta fórmula exitosa llevó a que miles de unidades fuesen entregadas, marcando al 737 como el avión más popular en la historia de la aviación, llegando a cubrir hasta un tercio de todos los vuelos en su apogeo. Sin embargo, la llegada de la generación más reciente, el 737 MAX, lanzada en 2017, cambió radicalmente esta narrativa. Lejos de mantener esta hegemonía, Boeing comenzó a enfrentar una serie de dificultades que impactaron negativamente su producción y ventas, permitiendo que su competencia directa, Airbus, superara con su línea de aviones A320.
Más allá de las caídas en las estadísticas comerciales, Boeing se vio inmerso en una crisis reputacional y legal, marcada por accidentes fatales relacionados con fallos técnicos. La génesis de estos problemas tiene su raíz en una mentalidad corporativa enfocada en recortar gastos. Esta decisión estratégica derivó en múltiples errores a nivel de diseño y desarrollo, junto con una drástica reducción en los presupuestos destinados a la seguridad. En consecuencia, el 737 MAX, en lugar de llevar a Boeing a una nueva era de dominancia, se convirtió en su mayor dolor de cabeza en décadas. Una de las innovaciones principales del 737 MAX respecto a sus predecesores fue la incorporación de nuevos motores más grandes y eficientes, diseñados para mejorar el rendimiento en cuanto a consumo de combustible y alcance.
Sin embargo, el tamaño físico de estos motores representó un desafío significativo. Su gran dimensión hacía imposible montarlos bajo las alas del 737 convencional sin que tocaran el suelo. Ante esta situación, Boeing se vio en la encrucijada de diseñar un avión completamente nuevo o modificar la estructura existente. Optaron por lo segundo, reinstalando los motores más adelante del ala, una decisión que afectó negativamente el equilibrio del avión. Para corregir este desequilibrio, se implementó un sistema automático de control de vuelo basado en software, diseñado para hacer ajustes constantes y mantener la estabilidad en vuelo.
Este sistema, conocido como MCAS (Maneuvering Characteristics Augmentation System), fue el epicentro de una tragedia que se desarrolló en menos de dos años. Dos accidentes aéreos ocurridos en 2018 y 2019, con pérdida masiva de vidas humanas, tuvieron como uno de los factores determinantes la intervención errónea del software, que entraba en conflicto con las acciones de los pilotos y provocaba maniobras peligrosas. Como resultado inmediato, las autoridades aeronáuticas globales decidieron la suspensión de todos los vuelos de 737 MAX, hasta que se introdujeran actualizaciones y mejoras que mitigaran los riesgos. La recertificación llegó posteriormente, pero la sombra de la inseguridad permaneció presente. Más problemas salieron a la luz con el tiempo, como los defectos en los procesos de fabricación que causaron incidentes graves, incluyendo la separación de un panel en vuelo en enero de 2024, atribuido a errores en la manufactura.
En el plano legal, Boeing tuvo que enfrentar las consecuencias de esta crisis. La negociación con el Departamento de Justicia de Estados Unidos dio como resultado una multa multimillonaria y la obligación de implementar un programa de cumplimiento y ética corporativa, diseñado para prevenir futuros descuidos. Sin embargo, la compañía no cumplió completamente con estas medidas, lo que volvió a provocar acciones legales que culminaron con una declaración de culpabilidad por fraude criminal. Paradójicamente, la multa fue menor en esta ocasión, aunque los problemas legales persistieron, complicados además por disputas judiciales relacionadas con cláusulas controversiales en los acuerdos. Mientras Boeing luchaba por solucionar estas dificultades, el impacto en la competencia fue significativo.
Airbus capitalizó la oportunidad y vio cómo las órdenes para su línea A320 se disparaban, acercándose a ser el avión más vendido de todos los tiempos, posición que durante décadas había sido exclusiva del 737. Actualmente, a pesar de los esfuerzos por retomar la senda del éxito, Boeing enfrenta nuevos retos con las variantes del 737 MAX, como la versión más corta MAX 7 y la más larga MAX 10, ambas pendientes de certificación. Problemas técnicos adicionales, como la presencia de humo en cabina luego de impactos con aves y malfuncionamientos en el sistema anti-hielo que provoca sobrecalentamiento, han atrasado su producción y puesta en servicio por años. La estrategia de la empresa en este punto parece inclinarse más hacia la gestión legal, solicitando exenciones a las regulaciones de seguridad en lugar de buscar soluciones tecnológicas robustas. Afortunadamente, las autoridades reguladoras han mantenido firmes sus estándares y aún no han aprobado dichas exenciones.