En un mundo cada vez más digitalizado y dependiente de la tecnología para facilitar nuestras actividades cotidianas, surge una nueva herramienta que promete cambiar radicalmente la forma en que las personas se identifican y acceden a servicios financieros y digitales: la tecnología de escaneo ocular. Esta innovación, promovida por la startup Tools for Humanity dirigida por Sam Altman, cabeza de OpenAI y creador de ChatGPT, está comenzando a implementarse en cinco estados de Estados Unidos, marcando un paso significativo hacia una sociedad digital que rastrea la identidad, el dinero y cada movimiento de sus usuarios a través de sus propios ojos. La esencia de esta tecnología es el uso de un dispositivo conocido como "orb" o esfera escaneadora, que analiza el iris de los usuarios para generar una huella digital única llamada IrisCode. Este código se asocia a un identificador digital llamado World ID, que funciona como un pasaporte digital para verificar la identidad de una persona en internet de manera segura y anónima. La idea es que este sistema pueda usarse para todo, desde iniciar sesión en sitios web, acceder a servicios gubernamentales, hasta eventualmente votar de forma digital.
La implementación ha empezado en ciudades importantes como Atlanta, Austin, Los Ángeles, Miami, Nashville y San Francisco, con planes de expandir la red hasta tener 7,500 dispositivos operativos en todo el país para finales de 2025. Más allá de Estados Unidos, esta tecnología ya había sido introducida en más de 20 países y 35 ciudades a nivel mundial, alcanzando hasta ahora a 26 millones de usuarios registrados. El desarrollo de esta red mundial de identidad biométrica se apoya en la tecnología blockchain, una base de datos descentralizada que almacena la información de manera segura, teóricamente evitando que un solo ente controle o manipule los datos de los usuarios. En lugar de centralizar esta información en una única base de datos, los IrisCodes se almacenan en múltiples nodos que conforman esta red distribuida, lo que supone una innovación interesante para combatir los problemas comunes de privacidad y seguridad asociados con las bases de datos centralizadas. Pese a los beneficios planteados por sus creadores, la expansión de esta tecnología no ha estado exenta de controversias y preocupaciones.
Expertos en ciberseguridad, defensores de la privacidad y diversos gobiernos han manifestado inquietudes sobre la protección de los datos biométricos y el potencial uso indebido o explotación de esta información sensible. Durante el 2023, la aplicación de los orbs enfrentó suspensiones temporales en países como España, India, Brasil y Francia debido a escrutinios regulatorios y quejas relacionadas con la privacidad y el consentimiento informado. El riesgo de que una tecnología capaz de recolectar datos biométricos tan personales pueda ser objeto de hackeos o mal uso es un tema recurrente en el debate público. El hecho de que la empresa responsable tenga sede en un paraíso fiscal como las Islas Caimán también añade un elemento de desconfianza para muchos usuarios, quienes se cuestionan sobre la legitimidad y transparencia en el manejo de sus datos. Además, voces críticas en redes sociales y expertos han señalado hacia un posible escenario distópico en el que la adopción masiva de este tipo de sistemas abre la puerta a la creación de una sociedad controlada a través de la vigilancia biométrica constante, donde el seguimiento detallado de cada movimiento y transacción económica puede ser utilizado con fines de control social o económico.
Este cambio llevaría a un avance hacia la eliminación del efectivo y la incorporación total de las identidades digitales en una red global regulada por entidades tecnológicas y financieras. Por otro lado, los impulsores del proyecto defienden que la tecnología ayuda a combatir la proliferación de cuentas falsas y bots en internet, una problemática creciente que afecta la integridad de muchas plataformas y también la lucha contra el fraude en el sistema financiero digital, especialmente en el entorno criptográfico. Sam Altman, preocupado por la facilidad con la que las herramientas de inteligencia artificial permiten crear contenidos falsos y manipulados, ve en la identidad biométrica una solución para certificar la autenticidad de las personas en línea. La propuesta también ha despertado un interés particular en sectores como el gaming y la educación universitaria, con la instalación de hubs de escaneo en tiendas de videojuegos, cafeterías y campus universitarios. Así se intenta facilitar un acceso más amplio a la red World ID, involucrando a grupos demográficos jóvenes y tecnológicamente activos.
No obstante, la polémica sobre si realmente es seguro depositar información tan íntima como la biometría ocular en sistemas digitales descentralizados continúa. El temor a que el dispositivo pueda ser comprometido, o a que la identidad digital pueda ser colectivamente rastreada y vulnerada, persiste. Además, no se ha aclarado del todo cómo se garantizará que el uso de esta identificación anónima no se traduzca en formas de discriminación o exclusión social. Es notable que ciertas jurisdicciones, como el estado de Nueva York, hayan decidido no autorizar la instalación de estos escáneres, una postura que refleja la complejidad legal y ética que representa la integración de esta tecnología en la vida cotidiana. A pesar de la ausencia de explicación oficial, esta decisión podría estar vinculada a preocupaciones regulatorias y a la protección de derechos fundamentales.
Mientras la red de escaneo ocular se extiende, el diálogo sobre hasta dónde debe llegar la digitalización de nuestra identidad se intensifica. La relación entre tecnología, privacidad y derechos humanos está en el centro de discusiones que definirán el futuro de la sociedad conectada. La promesa de una verificación única y segura contrasta con las alarmas que advierten sobre posibles abusos y pérdidas en libertades personales. Es fundamental que, a medida que avanzan estas innovaciones, exista una regulación clara, transparente y internacionalmente coherente que proteja a los usuarios y garantice que la tecnología sirva realmente para mejorar la vida humana y no para erigir nuevos mecanismos de control y vigilancia. Así, el despliegue de la tecnología de escaneo ocular en Estados Unidos y en el mundo es un claro ejemplo de la dicotomía que enfrenta la modernidad digital: lo que supone un avance en seguridad y eficiencia puede, al mismo tiempo, representar una gran amenaza para la privacidad y la autonomía individual.
La responsabilidad hoy recae no solo en las empresas que la desarrollan, sino también en legisladores, expertos y usuarios para equilibrar estos factores a favor de una sociedad más justa y libre.