Hace un siglo, el escenario mundial se encontraba en un estado de caos y transformación. La Primera Guerra Mundial, que había comenzado en 1914, había tomado un giro devastador, involucrando a naciones y continentes enteros en una lucha por la supervivencia, la gloria y, en última instancia, el control. En medio de esta vorágine de tragedia y conflicto, un evento crucial se estaba gestando: la entrada de los Estados Unidos en la guerra, un acontecimiento que cambiaría el curso no solo de la contienda, sino del propio país. En abril de 1917, después de casi tres años de guerra, el presidente Woodrow Wilson se enfrentaba a una decisión monumental. A pesar de haber promovido una política de neutralidad, la presión sobre Estados Unidos para que se implicara en el conflicto se había intensificado.
Las atrocidades que se estaban cometiendo en Europa, junto con los ataques indiscriminados de submarinos alemanes a barcos mercantes, entre ellos el famoso transatlántico Lusitania, impulsaron la opinión pública hacia un clamor por la justicia y la intervención. Desde el estallido del conflicto en 1914, Wilson había insistido en que Estados Unidos debía mantenerse al margen de las hostilidades. Sin embargo, el hundimiento del Lusitania, que resultó en la muerte de 1,198 personas, incluidas 128 estadounidenses, había causado una ola de indignación en el país. A medida que la guerra se prolongaba, las narrativas de propaganda que describían la brutalidad alemana reforzaron aún más la urgencia de actuar. Wilson abogó por una “paz sin victorias”, pero la realidad en el frente europeo era abrumadora y la posibilidad de que el Eje ganara se volvía cada vez más probable.
Ya en 1915, el presidente había pedido a los estadounidenses que mantuvieran la neutralidad “en pensamiento y acción”, un ideal que se vería comprometido por los crescendos de dolor y sufrimiento que llegaban desde Europa. En marzo de 1917, la situación se tornó crítica cuando el gobierno británico interceptó un telegrama del ministro de Relaciones Exteriores alemán, Arthur Zimmermann, con una propuesta de alianza dirigida a México; una oferta que abogaba por la recuperación de territorios perdidos. Este acto fue el último empujón que necesitaba el presidente Wilson. El 2 de abril de 1917, Wilson se presentó ante el Congreso para solicitar una declaración de guerra. Ante los miembros de la Cámara y del Senado, hizo un emotivo discurso en el que argumentó que el mundo debía ser “seguro para la democracia”.
En esencia, hizo un llamamiento a una lucha no solo contra Alemania, sino contra la tiranía misma. Pidió a los estadounidenses que se unieran a él para luchar por los valores de libertad y justicia, valores que, según él, estaban siendo amenazados por las fuerzas de la agresión. La declaración de guerra fue aprobada con entusiasmo, y el 6 de abril de 1917, Estados Unidos se convirtió oficialmente en parte de la Primera Guerra Mundial. La entrada de los estadounidenses en el conflicto no fue solo un giro en la historia militar; representó un cambio significativo en la dinámica global. Hasta ese momento, la contienda se había centrado mayormente en Europa, pero con el despliegue de las fuerzas expedicionarias estadounidenses, la guerra se expandiría aún más.
Wilson, quien había sido renuente a participar en la guerra, ahora se encontraba al mando de una gran movilización militar. La incertidumbre sobre cómo se desarrollarían los eventos era palpable. Estados Unidos contaba con menos de 100,000 soldados en su ejército regular, un número que resultaba insignificante frente a las masas de hombres que luchaban en Europa. Wilson y su gabinete se dieron cuenta de que necesitaban movilizar y entrenar rápidamente a cientos de miles de hombres para que se unieran al esfuerzo bélico. Las campañas de reclutamiento comenzaron a cobrar vida.
Carteles con el famoso personaje de "Tío Sam" instaban a los estadounidenses a enlistarse. La cultura popular se convirtió en un vehículo de propaganda ante la inminente participación del país en la guerra. Canciones como "Over There", escrita por George M. Cohan, se convirtieron en himnos de patriotismo y fervor bélico. Las familias comenzaron a prepararse para la llegada de sus hombres al frente, y las mujeres asumieron roles mayores en la sociedad, apoyando la industria bélica y contribuyendo a la causa.
Internamente, la guerra también trajo consigo una serie de tensiones sociales y políticas. Grupos pacifistas, socialistas y otros movimientos comenzaron a cuestionar la necesidad de este conflicto. Sin embargo, el fervor nacionalista y el deseo de demostrar la fuerza de Estados Unidos en el ámbito internacional predominaban. Los soldados estadounidenses, conocidos como “doughboys”, comenzaron a ser enviados a Europa, donde se ganarían su lugar en una guerra que había sido impensable pocos años antes. La llegada de las fuerzas estadounidenses a Francia en 1917 marcó el inicio de un cambio significativo en la guerra.
Las tropas, aunque no experimentadas, trajeron consigo un renovado sentido de energía y determinación. Las batallas en las que se involucraron, como la de Château-Thierry y la ofensiva de Meuse-Argonne, mostraron la valentía y capacidad del nuevo ejército. A medida que los estadounidenses comenzaron a tomar parte activa en el frente occidental, la moral de las fuerzas aliadas se elevó. La guerra fue brutal y las pérdidas humanas fueron inmensas. Aproximadamente 116,516 soldados estadounidenses perdieron la vida durante la contienda, y millones más resultaron heridos.
La experiencia vivida por los soldados en el campo de batalla sería traumática y dejaría cicatrices profundas en la sociedad estadounidense. A medida que la guerra avanzaba, también se fue gestando un cambio en el panorama político y social de Estados Unidos. La participación en la Primera Guerra Mundial no solo consolidó la idea de que el país debía tener un papel protagónico en los asuntos mundiales, sino que ayudó a moldear la identidad nacional en la búsqueda de la democracia y los derechos humanos. El armisticio del 11 de noviembre de 1918 puso fin a la guerra, marcando una victoria para las potencias aliadas, incluido Estados Unidos. El país había emergido no solo como un actor importante en la política mundial, sino también como una fuerza económica y militar formidable.
Sin embargo, las secuelas de la guerra, la crisis económica que siguió y el surgimiento de nuevas ideologías como el comunismo, acabarían por dejar huella en la historia estadounidense en las décadas siguientes. Así, 100 años después, el recuerdo de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial sigue presente, recordándonos cómo un momento de tragedia puede cambiar el destino de una nación y del mundo entero. La historia de la “Gran Guerra” está llena de lecciones y advertencias, y nos invita a reflexionar sobre el valor de la paz y la cooperación en un mundo cada vez más interconectado. Con cada acontecimiento, cada decisión y cada sacrificio, la historia de la humanidad continúa escribiéndose, y es nuestro deber recordar y aprender de ella.