En un contexto global donde la tecnología y la innovación son motores clave para el poder y la influencia, China está adoptando una postura más desafiante frente a Occidente, especialmente hacia Estados Unidos y Europa. Más allá de la clásica rivalidad económica y geopolítica, el gigante asiático está señalando una debilidad fundamental en el mundo occidental: la falta de 'resistencia estratégica' o stamina, entendida como la capacidad de mantener esfuerzos continuos y sostenidos en el tiempo para alcanzar grandes objetivos tecnológicos y de desarrollo. Esta crítica se ha materializado de forma pública y provocativa, no solo a través de discursos oficiales o diplomáticos, sino mediante acciones que rozan el trolling, como la difusión de vídeos generados con inteligencia artificial que satirizan a líderes occidentales realizando trabajos manuales en fábricas, en un claro desafío sobre quién realmente sostiene la producción global. Sin embargo, la última provocación china toca un tema mucho más profundo y de mayor alcance: el desarrollo de la energía nuclear avanzada, concretamente en una tecnología que Occidente abandonó, pero que ellos han retomado con persistencia. La creación de un reactor experimental de sales fundidas de torio que China ha anunciado recientemente no es un mero avance técnico, sino un símbolo del enfoque a largo plazo que las autoridades e ingenieros chinos aplican a la innovación.
Este tipo de reactor, que permite ser recargado sin tener que ser detenido, representa un punto de inflexión en una tecnología que los países occidentales dejaron de lado, pero que tiene fuertes ventajas medioambientales y estratégicas. El torio, un material mucho más abundante que el uranio, ofrece la posibilidad de una fuente de energía más limpia, con menos riesgo y que reduce residuos nucleares peligrosos. Lo más interesante es que China no está basando su avance en el robo industrial u obtención ilegal de tecnología, sino en la inteligencia de aprovechar documentos públicos y desclasificados de proyectos occidentales que fueron interrumpidos. Estos proyectos, especialmente en Estados Unidos, recibieron fondos e investigación hasta hace apenas unos años, y China ha sabido posicionarse como sucesor, continuando un desarrollo que Occidente decidió abandonar por razones políticas o coyunturales. Este fenómeno refleja una falta de visión y, sobre todo, de constancia en el abordaje tecnológico y científico en el mundo occidental.
Aunque el desarrollo de reactores de sales fundidas no está exento de retos técnicos—como la corrosión provocada por la presencia de sales a alta temperatura en un entorno radioactivo—la pregunta esencial que plantea China es si Occidente tiene la paciencia y la determinación para mantener políticas coherentes durante décadas en proyectos cruciales para su futuro energético y tecnológico. En este sentido, la metáfora que utiliza el ingeniero nuclear chino Xu Hongjie, veterano en la materia, es clara: mientras que Occidente actúa como una liebre que se cansa o se distrae, China se comporta como la tortuga que sigue avanzando persistente y lenta, pero segura. La “resistencia estratégica” no es solo una frase, sino una filosofía aplicada a la ingeniería, la investigación y la política de Estado. Este análisis toca una realidad más amplia que va más allá de la energía nuclear. Revela debilidades en la estructura misma del pensamiento político y tecnológico occidental, donde los expertos y técnicos tienen poca presencia en la toma de decisiones estratégicas.
En Europa y Estados Unidos, los debates públicos y las políticas gubernamentales se centran a menudo en ajustes menores, regulaciones superficiales o cuestiones de corto plazo, en lugar de apostar por innovaciones revolucionarias y cambios profundos para garantizar la sostenibilidad y la seguridad energética. Al mismo tiempo, mientras Occidente debate y se fragmenta, China construye reactores a una aceleración notable. Actualmente opera más de 50 reactores nucleares y tiene decenas en construcción, apostando fuertemente por reducir su dependencia de los combustibles fósiles y consolidar una red energética que pueda sostener su crecimiento económico a largo plazo. Europa apenas suma unos pocos proyectos de pequeño tamaño, y las verdaderas iniciativas nucleares han quedado muchas veces paralizadas por cuestiones políticas y técnicas. Aunque no se debe subestimar la complejidad técnica y los riesgos que implica la energía nuclear, tampoco debe pasar desapercibido el mensaje que subyace a estas acciones: La capacidad de mantener el rumbo, la inversión y el compromiso durante décadas es esencial para mantener y aumentar la potencia civilizacional.
Históricamente, las grandes civilizaciones se han fundamentado en su producción tecnológica y organizativa. Sin avances constantes y sostenidos en energía, infraestructuras, ciencia e innovación, una sociedad pierde capacidad para sostener su prosperidad y liderazgo. Hoy, China no solo está poniendo en evidencia las carencias de Occidente, sino que lanza un desafío abierto a su rumbo político y estratégico. De un modo más amplio, la discusión abre la puerta para reconsiderar cómo las democracias occidentales valoran y gestionan la innovación. Mientras en países como China la planificación estatal y la visión a largo plazo se alinean con objetivos científicos y económicos, en Occidente predomina la volatilidad política, cambios frecuentes de gobierno y la concentración en problemas de corto plazo.
Esta coyuntura, unida a la escasa presencia de técnicos e ingenieros en las altas esferas decisorias, crea un ambiente poco favorable para el desarrollo de tecnologías transformadoras que requieren inversiones y paciencia. Este fenómeno no es exclusivo de la energía nuclear. Se extiende a otras áreas cruciales como la inteligencia artificial, la exploración espacial, la biotecnología o la infraestructura digital. Para competir en el siglo XXI, Occidente necesita recuperar esa “stamina” estratégica que permita no abandonar proyectos en la mitad del camino ni dejarse arrastrar por modas o presiones inmediatas. En definitiva, la provocación china no es solo una burla pasajera, sino un llamado de atención a nivel global.
La competencia tecnológica mundial está en juego, pero lo que realmente se pone a prueba es la resiliencia y la capacidad de las sociedades para aprender, adaptar y perseverar en proyectos vitales para su supervivencia y avance. Para el público hispanohablante y los responsables políticos de habla española, este debate tiene una importancia capital. Los países de nuestra región también enfrentan enormes desafíos para construir infraestructuras energéticas seguras y sostenibles, y el ejemplo de China invita a reflexionar sobre la perseverancia que se necesita para alcanzar esos fines, además de las oportunidades que pueden ofrecer tecnologías como el torio. Más allá de las tensiones comerciales y diplomáticas, la historia que nos cuenta China sobre la ‘falta de stamina’ en Occidente es una llamada a repensar cómo se gestiona la innovación y hacia dónde queremos orientar nuestros recursos. Sin una visión clara y paciente, el riesgo es quedarse rezagados en un mundo que avanza con paso firme hacia la transformación tecnológica y energética.
Por lo tanto, más que burlas o provocaciones, es una invitación a aprender de la disciplina y el compromiso que China demuestra en sus desarrollos científicos. La pregunta que queda es si Occidente podrá responder a ese reto y recuperar el camino de la productividad y el liderazgo, o si permanecerá atrapado en su propio cortoplacismo, sacrificando así su futuro en un entorno global cada vez más competitivo.