El universo, con su vastedad insondable, alberga miles de millones de galaxias, estrellas y planetas que fomentan la especulación desde hace décadas sobre la posibilidad de vida más allá de nuestro planeta. Detectar vida extraterrestre sería una de las revelaciones más impactantes en la historia de la ciencia, capaz de revolucionar nuestro entendimiento del cosmos y nuestro lugar en él. Sin embargo, afinar los estándares para afirmar un descubrimiento tan asombroso no solo es prudente sino esencial. La famosa máxima del astrónomo Carl Sagan, “Las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”, resuena más vigente que nunca en la búsqueda de extraterrestres, estableciendo un alto umbral para la confirmación científica legítima. Para entender cuánta evidencia se necesita para validar descubrimientos como la vida fuera de la Tierra, es fundamental analizar cómo funciona el método científico en estos contextos y qué parámetros se deben cumplir para que una afirmación sea aceptada mundialmente.
Para que un descubrimiento sea considerado sólido y confiable, debe cumplir al menos tres criterios básicos. Es imperativo primero que la investigación mida una cantidad significativa y relevante. Por ejemplo, uno de los casos más recientes y discutidos involucra el planeta K2-18b, un exoplaneta situado fuera de nuestro sistema solar. Usando el telescopio espacial James Webb, los científicos detectaron dimetil sulfuro en la atmósfera del planeta. Esta molécula, en la Tierra, está relacionada con procesos biológicos, como los que generan bacterias y fitoplancton en los océanos.
Sin embargo, la presencia de esta sustancia no es una prueba concluyente de vida, pues también puede originarse mediante procesos abióticos. Esto indica que tener una señal notable es solo el primer paso en un camino lleno de procesos rigurosos. El segundo criterio indispensable gira en torno a la fuerza estadística de la detección. A diferencia de un avistamiento casual, la señal debe tener una probabilidad muy baja de haber ocurrido por casualidad debido a ruido o errores instrumentales. En el caso de K2-18b, la detección tuvo una significancia estadística de 3 sigma, esto quiere decir que tiene un 0.
3% de probabilidad de ser un simple error aleatorio. Aunque pueda parecer baja, en la comunidad científica esto se considera una débil señal. El estándar de oro para aceptar hallazgos con confianza generalmente se fija en 5 sigma, es decir, menos de 0.00006% de chance que la observación sea una casualidad. Un ejemplo paradigmático de cómo esperar a obtener la evidencia necesaria es el descubrimiento del bosón de Higgs, que requirió años de recopilación de datos para alcanzar ese nivel de certeza absoluta y recibió respaldo global antes de ser confirmado oficialmente.
El tercer pilar fundamental es la repetibilidad del resultado. Las afirmaciones científicas no pueden basarse en eventos singulares que no se puedan replicar. Para que una afirmación sea considerada robusta, tiene que ser corroborada por diferentes equipos o con instrumentos diferentes. En el caso de K2-18b, lograr detectar otras moléculas asociadas a la vida, como el oxígeno, y que otros grupos científicos puedan verificar esos resultados mediante observaciones independientes, son pasos indispensables para que el reclamo de vida exotópica gane credibilidad. Sin esta confirmación duplicada, las afirmaciones se mantienen en el terreno de la especulación y el debate académico.
En la historia de la exploración espacial, hubo otros ejemplos que muestran la fragilidad de afirmaciones apresuradas. Hace más de un siglo, Percival Lowell afirmó haber descubierto canales en Marte que supuestamente eran construidos por una civilización marciana agonizante. Sin embargo, sus observaciones no pudieron ser replicadas y fueron desacreditadas como ilusiones ópticas inducidas por un deseo ferviente de encontrar vida. Más cercano en el tiempo, en 1996 la NASA anunció indicios de microfósiles en el meteorito ALH 84001 procedente de Marte, lo que provocó entusiasmo mundial. Poco después, la comunidad científica propuso explicaciones alternativas no biológicas para esas características, y la afirmación perdió terreno.
La detección de metano en la atmósfera marciana es otro caso especial. Como el dimetil sulfuro, el metano en la Tierra es principalmente producido por seres vivos, pero también puede originarse por procesos geológicos. La fluctuación y niveles bajos detectados por distintos instrumentos no han llevado a un consenso ni a la confirmación de una fuente biológica. Este complejo paradigma sigue siendo motivo de estudio y cautela. Más allá de la vida microbiana, la búsqueda de civilizaciones avanzadas ha capturado la imaginación popular y científica.
El proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) lleva 75 años sin recibir mensajes claros del espacio exterior. Uno de sus episodios más curiosos fue la detección de la llamada señal “Wow!” en 1977. Esta señal, inusualmente fuerte y breve, nunca se repitió, lo que la condenó a permanecer sin explicación y fuera de los estándares de prueba para afirmar con certeza su origen inteligente. Un objeto singular llamado ‘Oumuamua, que atravesó nuestro sistema solar en 2017, también despertó debates sobre su posible naturaleza artificial. Sin embargo, debido a que el objeto ya está fuera de nuestro alcance para observación futura y a la falta de evidencias decisivas, la hipótesis de que sea una nave alienígena no ha sido validada científicamente.
Estas situaciones ejemplifican por qué la comunidad científica tiene una postura prudente y rigurosa, pues afirmar la existencia de vida extraterrestre sin pruebas irrefutables puede ocasionar falsas expectativas y dañar la credibilidad del campo. El método científico y la necesidad de evidencia robusta también se aplican a descubrimientos cosmológicos. A diferencia de exoplanetas, solo tenemos un universo para estudiar, lo que hace difícil replicar ciertos hallazgos. Un caso paradigmático fue la aparente detección de señales relacionadas con la inflación cósmica en 2014, que luego se atribuyeron a polvo galáctico, evidenciando la importancia de cuidadosas interpretaciones y verificaciones continuas. Por el contrario, la aceptación del descubrimiento de que el universo se está acelerando mostró cómo la confirmación independiente por dos equipos distintos y la consistencia entre diferentes conjuntos de datos pueden generar un alto grado de confianza científica.