La pregunta sobre si la ropa ha disminuido en calidad es un tema que ha generado debates apasionados a lo largo de las últimas décadas. Muchas personas sienten que hoy en día las prendas no duran tanto como antes y tienden a deshacerse con facilidad. Sin embargo, es fundamental analizar este fenómeno desde distintas perspectivas, considerando cambios económicos, tecnológicos y culturales que han impactado a la industria textil. Para comenzar, es importante destacar el notable descenso en el costo real de la ropa en las últimas décadas, en gran parte gracias al comercio internacional y la producción en países con mano de obra más barata. En los años sesenta, las familias destinaban cerca del 9 al 10% de sus ingresos a la compra de vestimenta, una cifra que ha bajado a alrededor del 3% en la actualidad.
Este dato sugiere que la ropa ha dejado de ser un bien de lujo o casi de subsistencia para convertirse en un producto accesible y abundante. No obstante, existen reclamos reiterados acerca de que esta caída en el precio ha significado un sacrificio en la calidad. Por ejemplo, en el caso emblemático de los jeans, es común escuchar que los fabricados en la era de los 60 y 80 tenían telas más gruesas y resistentes — como el denim de 13 a 16 onzas — frente a los actuales que usualmente oscilan entre 9 y 11 onzas. Asimismo, algunos testimonios sugieren que la vida útil promedio de la ropa ha disminuido modestamente, aunque la evidencia estadística es limitada y se basa en gran parte en anécdotas. Un fenómeno clave para entender este cambio es la aparición y consolidación del llamado “fast fashion” o moda rápida.
Marcas como Zara han revolucionado la producción textil al acelerar los procesos para sacar al mercado prendas que respondan rápidamente a las últimas tendencias. Este modelo no busca crear prendas duraderas o atemporales, sino piezas a la moda que sean económicas y disponibles de inmediato. Por ende, su falta de durabilidad no es una falla, sino una característica intrínseca que satisface la demanda de renovación constante. Este enfoque implica que la calidad, entendida como resistencia y perdurabilidad, no sea el principal objetivo. En cambio, se valora otro tipo de calidad relacionada con la tendencia y la sincronización cultural.
Para muchos consumidores, la diversión y el placer están en la frecuencia de compra y el cambio de estilos, lo que explica la proliferación de armarios repletos con ropa que permanece poco tiempo en uso activo. Sin embargo, esta transformación del concepto de calidad no afecta a toda la ropa por igual. En el sector de prendas funcionales, como ropa deportiva de alto rendimiento o equipos de protección personal (EPP), la calidad ha mejorado sustancialmente. Tecnologías como GoreTex han logrado una impermeabilidad cinco veces superior a las opciones tradicionales, además de ofrecer transpirabilidad y ligereza. Las fibras sintéticas modernas y los avances en el diseño permiten prendas que se adaptan a las necesidades del usuario de manera mucho más eficiente que en el pasado.
Este contraste evidencia que la percepción de una caída en la calidad depende en gran medida del tipo de prenda y del criterio que se utilice para evaluar «calidad». Mientras que la ropa que prioriza la función ha evolucionado para ser más resistente, cómoda y tecnológica, la moda rápida sacrifica la durabilidad por la actualización constante de estilos. Además, no hay que perder de vista que todavía existen opciones de ropa de alta calidad en el mercado. Existen marcas que producen prendas con materiales nobles, bien confeccionadas y duraderas, aunque a precios significativamente más elevados. Esto indica que la variedad y la oferta se han ampliado, permitiendo a los consumidores elegir en función de sus preferencias y su presupuesto.
También es interesante considerar el contexto histórico y social. En el pasado, la ropa era un bien mucho más costoso y a menudo de calidad cuestionable. Las prácticas de reutilización, reparación y remienda eran comunes, ya que comprar ropa nueva implicaba un gasto importante y muchas familias no podían permitírselo. Hoy en día, el acceso a prendas baratas ha cambiado estos hábitos, y la economía de la sustitución se ha impuesto al mantenimiento. En el debate sobre la calidad, surgen preguntas sobre los sacrificios que implica la globalización y el desplazamiento de la manufactura a países en desarrollo.
Los trabajadores en fábricas textiles fuera de Estados Unidos o Europa suelen enfrentar condiciones duras y salarios bajos, y aunque este modelo ha contribuido a abaratar costos y hacer la ropa accesible, también plantea preguntas éticas sobre explotación laboral y sostenibilidad. A nivel ambiental, la producción masiva y el consumo rápido de ropa generan grandes cantidades de residuos, muchos de los cuales terminan en vertederos o incinerados, y los tejidos sintéticos contribuyen a la contaminación microplástica. Esto lleva a cuestionar si el modelo actual es realmente sostenible a largo plazo. Por último, el mercado ha experimentado una segmentación donde coexisten extremos: por un lado, la moda rápida y económica accesible a la mayoría, y por otro, un nicho de consumidores dispuestos a pagar más por prendas exclusivas, con materiales de alta calidad y confeccionadas de manera tradicional. La ropa de segunda mano también ha ganado popularidad, extendiendo la vida útil de las prendas y fomentando una cultura de consumo más responsable.
En resumen, la discusión sobre si la calidad de la ropa ha decaído no tiene una única respuesta. La calidad ha cambiado y se ha redefinido en función de la demanda del mercado, los avances tecnológicos y las tendencias culturales. Mientras que algunas prendas han perdido durabilidad en favor de la moda efímera, otras han mejorado notablemente en funcionalidad y comfort. La globalización ha democratizado el acceso a la ropa, pero también ha traído desafíos sociales y ambientales que ameritan reflexión. Por lo tanto, encontrar ropa de calidad hoy es posible, pero requiere voluntad de invertir y buscar opciones más allá del mercado masivo.
Comprender estas dinámicas permite a los consumidores tomar decisiones más informadas y conscientes sobre sus hábitos de compra, equilibrando estilo, presupuesto y sostenibilidad.