China, la potencia asiática que ha experimentado un crecimiento urbano sin precedentes, enfrenta hoy una encrucijada crucial respecto a su desarrollo urbano. La expansión acelerada de ciudades basadas en supermanzanas de alta densidad, rodeadas de amplias vías arteriales dedicadas principalmente al automóvil, está generando un impacto negativo profundo en la movilidad, el ambiente y la cohesión social. Este modelo, que bien podría parecer eficiente debido a su densidad poblacional, revela un problema estructural: se trata de un tipo de urbanismo que no favorece la accesibilidad, el uso de modos sostenibles y la interacción comunitaria. Así, la alta densidad urbana en China no se traduce automáticamente en ciudades saludables o sostenibles, sino que se está convirtiendo en un factor que asfixia a sus ciudades y amenaza su futuro.Para entender este fenómeno es necesario diferenciar entre densidad y urbanidad.
Aunque la densidad es una característica importante para la eficiencia en el uso del suelo, no basta con construir grandes torres residenciales agrupadas. La urbanidad implica conexiones estrechas, mezclas de uso, calles peatonales y una planificación que prioriza al ser humano antes que al automóvil. En China, el fenómeno de las supermanzanas refleja un patrón desarrollado a partir del urbanismo moderno de mediados del siglo XX y una visión tecnocrática que prioriza el flujo vehicular. Cada supermanzana suele ser un área grande, de cuarenta acres o más, compuesta por torres residenciales homogéneas y con usos del suelo segregados de comercios, oficinas y servicios.En la práctica, estas supermanzanas se encuentran rodeadas por grandes calles arteriales, que se convierten en grandes barreras para el peatón y el ciclista.
La separación significativa entre hogares, lugares de trabajo y áreas comerciales obliga a un uso intensivo del auto y del transporte motorizado. Este diseño pierde la escala humana y hace que actividades cotidianas se vuelvan incómodas o peligrosas para quienes optan por caminar o movilizarse en bicicleta. La accesibilidad se reduce drásticamente, y la calidad del espacio público se deteriora. Este patrón, que podría verse en ciertos suburbios norteamericanos, en China se da a dimensiones y densidades mucho mayores, lo que complica aún más la movilidad y la interacción local.La dependencia cada vez mayor del automóvil ha resultado en severos problemas de congestión vehicular y contaminación atmosférica.
Ciudades como Beijing, Shanghái y Guangzhou enfrentan embotellamientos constantes y niveles de contaminación que afectan la salud pública y la productividad. Sólo pensar que en 2010 se registró un atasco de 96 kilómetros que duró once días en una autopista cercana a Beijing da cuenta de una situación insostenible. Esta problemática repercute no sólo en el medio ambiente, sino también en pérdidas económicas y en el bienestar de millones de personas. Es irónico que, a pesar de ser un país con gran dependencia del transporte motorizado, China invierta frenéticamente en nuevas autopistas y vías rápidas, lo que no hace sino agravar el problema, un fenómeno conocido como la “ley de los kilómetros inducidos”.A nivel social, las supermanzanas y la segregación funcional afectan la cohesión comunitaria.
En estas estructuras viven miles de personas en torres uniformes, lo que puede generar anonimato y disminuir la posibilidad de relaciones sociales estrechas. Contrasta notablemente con los tradicionales barrios chinos con callejuelas, patios comunitarios y espacios públicos que fomentaban la interacción vecinal y la vida callejera. La planificación actual está acabando con estas formas de asentamiento patrimoniales y culturales, afectando la identidad urbana y el tejido social.La contaminación del aire es otro costo gravísimo de este modelo urbano. La calidad del aire en ciudades chinas es preocupante, con implicaciones directas en la salud de la población, incluyendo millones de muertes prematuras relacionadas con enfermedades respiratorias y cardiovasculares.
En términos económicos, los daños equivalen a un significativo porcentaje del Producto Interno Bruto del país. Para combatir este problema se han implementado medidas temporales de restricción al tráfico y cierres industriales, pero son soluciones de corto plazo que no abordan el problema estructural del diseño urbano y la dependencia del automóvil.La movilidad activa, como caminar y usar la bicicleta, ha disminuido drásticamente frente al crecimiento del uso del automóvil. Mientras que en 1986 en Beijing el 60% de los viajes se realizaban en bicicleta, para 2010 esta cifra cayó a apenas un 17%. Esta transformación cultural y modal está directamente relacionada con la pérdida de espacios públicos accesibles y seguros para modos no motorizados.
En respuesta a esos desafíos, en los últimos años el gobierno chino ha comenzado a implementar estrategias de desarrollo urbano más sostenibles. Se están construyendo sistemas de transporte masivo, impulsando vehículos eléctricos y fomentando el desarrollo orientado al tránsito. En 2015 se adoptaron normas nacionales que promueven la creación de barrios con bloques pequeños, uso mixto y calles peatonales dentro de un radio andable desde las estaciones de transporte público. Este enfoque es un cambio radical en comparación con el dominio de las supermanzanas, ya que favorece la diversidad funcional, el contacto social y la movilidad sostenible.El rediseño hacia bloques pequeños se inspira en patrones tradicionales de asentamientos chinos que valoran patios compartidos, calles menores y una mezcla integradora entre espacios públicos y privados.
Los bloques reducidos permiten que haya un tamaño manejable de habitantes, lo cual facilita el reconocimiento y la interacción entre vecinos, fortaleciendo la comunidad. Además, estos bloques generan oportunidades para negocios locales y servicios que promueven la vida urbana vibrante.Desde la perspectiva ambiental, la transición hacia urbanismos compactos y transitables es fundamental para reducir las emisiones de carbono y la contaminación. La expansión descontrolada y el diseño inadecuado tienen un impacto directo en el aumento de gases de efecto invernadero, ya que conducen a distancias mayores recorridas en vehículos privados y mayor consumo de energía. Contrariamente a lo que se podría creer, “más densidad” no implica necesariamente menos emisiones si esa densidad no se acompaña de planificación inteligente, integración funcional y opciones de movilidad sostenibles.
La China del futuro, con una población urbana proyectada en cientos de millones para la próxima década, requiere urgentemente modelos urbanos que prioricen al peatón, la bicicleta, y el transporte público eficiente. Evitar la réplica de errores ocurridos en países occidentales, donde las políticas expansivas del automóvil han generado problemas ambientales, energéticos y sociales profundos, es esencial para salvaguardar la viabilidad de sus ciudades.El camino hacia ciudades sostenibles en China representa una oportunidad histórica para integrar soluciones integrales que combinen aspectos sociales, económicos y ambientales. La promoción de densidades bien concebidas, la mezcla de usos, la caminabilidad, la protección de la cultura urbana y el desarrollo de infraestructura pública accesible pueden convertir a sus ciudades en motores de progreso más saludables y resilientes en el siglo XXI. Sin este cambio, la expansión urbana continuará siendo un factor de riesgo que “asfixia” a las metrópolis chinas, comprometiendo el bienestar de su población y el equilibrio ecológico mundial.
La experiencia china ofrece una lección clave para otras naciones en desarrollo: la densidad sin calidad urbana no es un camino viable. Urbanistas, gobernantes y ciudadanos deben trabajar juntos para diseñar entornos donde el crecimiento urbano no se traduzca en congestión, contaminación y aislamiento, sino en ciudades vibrantes y sostenibles. La inversión en diseño urbano inteligente y transporte sustentable es la ruta indispensable para que las ciudades del mañana sean espacios deseables, funcionales y responsables con el planeta.