La democracia es el pilar fundamental de las sociedades modernas, y su esencia radica en la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, el sistema de votación convencional, que otorga un solo voto por persona, presenta limitaciones que pueden afectar la calidad y la representatividad de los gobiernos electos. En este sentido, surge una propuesta revolucionaria y provocadora: ¿y si en vez de un solo voto, cada ciudadano tuviera derecho a emitir dos votos en las elecciones? Para entender el impacto de esta idea, primero es necesario analizar las deficiencias del sistema tradicional. En la mayoría de los países democráticos, el sistema de votación unívoca obliga al elector a elegir un solo candidato o partido político. Esta dinámica suele fomentar la polarización, ya que los votantes se ven en la obligación de apoyar a uno de los dos candidatos principales para evitar que gane el que menos prefieren, aun cuando un tercer candidato o una alternativa más moderada reflejaría mejor sus ideales o aspiraciones.
Se genera entonces un escenario en el que el votante sacrifica sus preferencias más sinceras en favor de la estrategia o el pragmatismo. Imaginemos una elección con tres candidatos: A, B y C. Un votante puede admirar profundamente la propuesta de C, rechazar a B, y al mismo tiempo, considerar que A tiene más posibilidades de ganar que C. Ante la necesidad de emitir un solo voto, este ciudadano generalmente votará por A para evitar que B triunfe, borrando de la ecuación su apoyo a C. Así, la voz real de ese votante queda diluida y el candidato con propuestas innovadoras o menos extremas pierde terreno, lo que él mismo reconoce que no refleja adecuadamente sus preferencias.
Esta problemática afecta no solo a los individuos sino a la dinámica política general. En sistemas que privilegian un solo voto, la competencia se polariza y se estrecha a dos bandos, lo cual puede profundizar las divisiones sociales y políticas. Las campañas electorales se enfocan en descalificar al oponente en vez de resaltar propuestas constructivas, y el debate público se reduce a antagonismos que aíslan a los ciudadanos en sus respectivas trincheras ideológicas. Un aspecto importante a analizar es la dificultad que enfrentan los nuevos candidatos para consolidar una base sólida de apoyo. El voto tradicional condiciona a los electores a no “desperdiciar” su única oportunidad de decisión apoyando opciones consideradas como “perdedores”, dificultando la aparición y desarrollo de liderazgos alternativos y renovadores.
Esta barrera protege a los partidos y figuras establecidas pero limita la evolución y diversidad política, que son elementos vitales para una democracia vibrante y adaptativa. Es aquí donde la idea de otorgar dos votos a cada ciudadano se vuelve especialmente atractiva. Con dos votos, los electores podrían expresar no solo su preferencia principal sino también su segunda opción, lo que permitiría que candidaturas menos convencionales o moderadas reciban el respaldo necesario para ganar representación. Consideremos otro ejemplo con tres candidatos que representan diferentes espectros políticos: un candidato de derecha (R), otro de izquierda (L) y un moderado (M). Supongamos que el 50% de los votantes prefieren a R pero estarían dispuestos a apoyar a M en segunda instancia, mientras que el otro 50% se inclina por L, aceptando también a M como opción secundaria.
En el sistema tradicional, solo L o R podrían ser elegidos, ya que M no logra concentrar suficientes votos únicos. Sin embargo, si cada votante puede emitir dos votos, M acumularía una cantidad significativa de apoyo indirecto, probablemente más que los candidatos extremos. Esto no significa que M ganaría con mayoría absoluta, pero su representación reflejaría mejor el sentimiento general de la población y podría resultar en políticas más consensuadas y menos polarizadas. La verdadera ganancia de este sistema sería que la democracia funcionaría como un espacio para identificar qué es lo que une a la mayoría y no solamente lo que los divide. Además, al otorgar un segundo voto, se incentiva una mayor responsabilidad y reflexión en el electorado, que debe evaluar con más cuidado las opciones disponibles, no solo priorizando el «mal menor» sino también apoyando candidaturas con potencial que pueden crecer legítimamente.
Esto fomenta una competencia política más sana, y abre paso para que los partidos y candidatos con propuestas innovadoras puedan construir una base electoral sólida y empezar a debilitar la perpetuidad de los grandes partidos tradicionales. Este sistema doble podría contribuir a mitigar la polarización tan marcada en muchas democracias contemporáneas. Países con procesos electorales muy competitivos suelen registrar una división casi perfecta del electorado, con porcentajes cercanos al 50% para uno y otro bando, mientras que la pluralidad política queda marginada. El voto binario permitiría visualizar mejor el espectro real de preferencias y convertir el sistema en uno que valorice el consenso y el compromiso. No obstante, este modelo también plantea ciertas interrogantes y retos que no pueden ser ignorados.
Por ejemplo, habría que definir cómo se contabilizan los votos dobles para garantizar transparencia y equidad. También habría que diseñar sistemas que eviten abusos o confusiones entre el primer y segundo voto. Además, esta propuesta podría requerir un cambio cultural importante en la manera en que los ciudadanos se relacionan con la política y ejercen su derecho democrático. Hay experiencias limitadas pero positivas en algunos lugares del mundo que han implementado versiones del voto múltiple o sistemas de preferencia múltiple con resultados alentadores, destacando una mejor representación de minorías y una menor tendencia a la polarización extrema. Estos precedentes aportan evidencia empírica sobre las ventajas que podrían esperarse en un sistema con dos votos por elector.