Desde tiempos ancestrales, el ser humano ha buscado entender el cosmos y su funcionamiento intrínseco. A través de la física, hemos logrado identificar ciertas cantidades numéricas que parecen ser pilares fundamentales para la estructura y comportamiento del universo. Estos números, conocidos como constantes fundamentales, no sólo permiten explicar fenómenos a escalas inimaginables sino también construir teorías que unen todas las fuerzas y partículas conocidas. Pero, ¿cuáles son exactamente estos números y qué papel juegan en la construcción del universo tal como lo conocemos? Para responder a esta pregunta es necesario adentrarnos en las constantes matemáticas y físicas imprescindibles que forman la base de nuestro modelo actual del cosmos. En primer lugar, consideremos el concepto de dimensiones.
El espacio que habitamos tiene tres dimensiones espaciales: longitud, ancho y altura, representadas por un valor D igual a 3. Estas dimensiones están mutuamente perpendiculares y nos brindan el marco necesario para definir la posición y el movimiento de los objetos. Por otra parte, el tiempo se añade como una dimensión única y continua, un compendio denominado tiempo con la variable T establecida en 1. La unión de estas dimensiones espaciales con la temporal da origen al concepto de espacio-tiempo, un elemento fundamental para la relatividad y la física moderna. A nivel más abstracto e interno, existen constantes matemáticas sin dimensiones físicas que desempeñan un papel crucial en numerosas fórmulas y modelos.
El número π, por ejemplo, representa la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro, y es aproximadamente 3.141592653589793. Otro número fundamental es e, la base de los logaritmos naturales, que surge constantemente en fenómenos de crecimiento, decaimiento y en el análisis matemático, con un valor aproximado de 2.718281828459045. Más allá de las matemáticas puras, el universo está regido por constantes físicas que definen las interacciones entre materia y energía.
El Modelo Estándar de la física, que describe las partículas fundamentales y sus interacciones, depende de un conjunto aproximado de 25 constantes adimensionales. Estas cifras no se derivan de principios teóricos profundos, sino que se obtienen mediante experimentación y mediciones muy precisas. Entre ellas destaca la constante de estructura fina, representada por α, que cuantifica la intensidad de la interacción electromagnética entre la radiación y la materia. Su valor es aproximadamente 0.0072973525693, mostrando la fina sintonía con la que opera el electromagnetismo a nivel subatómico.
El papel de la constante de Planck, con un valor de cerca de 6.62607015×10⁻³⁴ J·s, es igualmente esencial, al conectar la energía de una partícula con su frecuencia mediante la expresión E = hf. Esta relación fue clave en el desarrollo de la mecánica cuántica y aún hoy es una piedra angular para comprender fenómenos a escala nanométrica y atómica. En cuanto a las partículas elementales, la materia visible está formada por quarks y leptones, cada uno con masas específicas medidas en unidades relacionadas con la masa de Planck. Los valores de la masa varían ampliamente; mientras que el top quark es muy pesado, con una masa aproximada de 173.
07 GeV/c², los neutrinos poseen masas extremadamente pequeñas, del orden de 10⁻³⁰ kilogramos, reflejando la diversidad del mundo subatómico. Adicionalmente, matrices unitarias como la CKM (Cabibbo-Kobayashi-Maskawa) y la PMNS (Pontecorvo-Maki-Nakagawa-Sakata) representan la mezcla y oscilación entre diferentes tipos o sabores de quarks y neutrinos respectivamente. Estas matrices contienen parámetros fundamentales que describen cómo las partículas se transforman mutuamente bajo ciertas interacciones, fenómeno observado en experimentos de física de partículas y que desafía la intuición clásica. El universo también está regido por constantes que describen las fuerzas fundamentales que lo componen. El acoplamiento SU(2) se relaciona con la fuerza débil, responsable de procesos como la desintegración radiactiva, mientras que el acoplamiento fuerte medido por αS rige la cohesión de los quarks en protones y neutrones.
La relación y magnitud entre estas fuerzas son vitales para la estabilidad y evolución de la materia y, en última instancia, de toda la estructura cósmica. Otro número fundamental es la velocidad de la luz en el vacío, c, que es una constante universal con un valor exacto de 299,792,458 metros por segundo. Esta velocidad no solo define cómo se propaga la luz, sino que también es un límite para la información y materia según la teoría de la relatividad. Además, la constante gravitacional G determina la fuerza con que los objetos se atraen mutuamente, siendo aproximadamente igual a 6.67430×10⁻¹¹ m³/kg·s².
Estas constantes moldean el comportamiento de cuerpos desde partículas subatómicas hasta galaxias enteras. En cosmología, el constante Λ, conocida como la constante cosmológica o energía del vacío, representa la densidad energética del espacio vacío. Su valor es extremadamente pequeño, alrededor de 1.05×10⁻⁵² m⁻², pero tiene un efecto monumental al explicar la aceleración en la expansión del universo observada en los últimos decenios. Por último, las constantes de Planck en unidades de tiempo, longitud y temperatura establecen límites fundamentales para cómo podemos medir y entender el tiempo extremadamente corto o las escalas espaciales diminutas donde la física clásica deja de ser aplicable.
El tiempo de Planck, por ejemplo, es considerado el intervalo mínimo posible, aproximadamente 5.391247×10⁻⁴⁴ segundos, mientras que la longitud de Planck, cerca de 1.616255×10⁻³⁵ metros, establece una escala por debajo de la cual los conceptos espaciales convencionales pierden sentido. Cada una de estas constantes hace visible la complejidad y armonía del universo. La precisión con la que se conocen estas cifras ha ido creciendo gracias a avances tecnológicos y experimentos sofisticados en laboratorios y observatorios.
Sin embargo, aún existe una enorme pregunta abierta sobre el motivo por el cual estos números tienen los valores que poseen y cómo están interrelacionados. En la búsqueda de una teoría unificada o una comprensión más profunda del espacio-tiempo y la materia, es posible que se descubran constantes aún más fundamentales o que algunos de estos valores cambien bajo nuevas perspectivas teóricas. En conclusión, el universo puede ser descrito y comprendido en gran medida a través de un conjunto compacto de números, desde las dimensiones básicas del espacio y el tiempo hasta las masas de partículas elementales y las interacciones que gobiernan su comportamiento. Estos números no son sólo incógnitas matemáticas aisladas, sino que forman el lenguaje con el cual la naturaleza escribe su historia. Entenderlos y medirlos con precisión no solo nos acerca a conocer el origen y destino del cosmos sino también al desarrollo de tecnologías revolucionarias que impactan la vida cotidiana.
La frase “tener suficientes números para construir un universo” resume así cómo la física moderna ha logrado desentrañar, con asombrosa coherencia y belleza, los secretos más profundos del cosmos.