El proteccionismo comercial vuelve a ser un tema candente en la agenda internacional, especialmente tras las medidas arancelarias implementadas por la administración estadounidense. Si bien la estrategia se ha centrado principalmente en los bienes, con la intención de corregir déficits comerciales y reactivar la manufactura nacional, este enfoque ha puesto bajo la lupa una debilidad significativa: el sector servicios. Este sector, que incluye desde tecnología de la información y consultoría hasta entretenimiento y finanzas, no solo domina la economía estadounidense sino que también representa un terreno de vulnerabilidad frente a posibles represalias de socios comerciales. Estados Unidos, a diferencia de otros países, mantiene una tradición de superávit en servicios. En 2024, el país exportó servicios por un valor aproximado de 1.
1 billones de dólares, mientras que sus importaciones de servicios alcanzaron los 812 mil millones, lo que resulta en un superávit que ha sido sostenido durante más de una década. Esta balanza positiva contrasta con la situación en bienes, donde el país presenta un déficit significativo y creciente. Sin embargo, este panorama favorable en el comercio de servicios no significa inmunidad frente a las tensiones comerciales provocadas por la imposición de aranceles. A diferencia de los productos físicos, imponer tarifas sobre los servicios es una tarea compleja y menos tangible. No obstante, esto no limita el poder de represalia que pueden ejercer los socios comerciales.
Por ejemplo, países como Brasil o China podrían considerar aplicar gravámenes proporcionales muy altos a los servicios estadounidenses importados, llegando incluso a excesos que superarían el 70% en algunos casos. Aunque estas medidas estrictas no se encuentran en la agenda inmediata, la mera posibilidad expone una debilidad estratégica en la política comercial estadounidense. Además, las barreras no arancelarias pueden ir más allá de simples tarifas. Reglamentos estrictos, impuestos adicionales, restricciones en licencias y un trato preferencial a proveedores locales pueden ser instrumentos efectivos para dificultar la presencia y operación de empresas de servicios estadounidenses en mercados extranjeros. Ya se observan indicios claros en Europa, donde gobiernos han implementado impuestos específicos sobre las grandes tecnológicas, gravando sus ingresos locales y limitando sus operaciones.
En China, la distribución restrictiva de contenidos culturales como películas hollywoodenses representa otro ejemplo ilustrativo de cómo el sector servicios puede ser vulnerado como respuesta a las fricciones comerciales. Estados Unidos alberga algunas de las corporaciones más influyentes a nivel mundial en servicios. Firmas como BlackRock en finanzas, Microsoft en tecnología o McKinsey en consultoría tienen operaciones globales extendidas, incluyendo subsidiarias en numerosos países que representan un porcentaje significativo de sus ingresos. Esta deslocalización de servicios y capital crea un doble filo, ya que mientras las filiales permiten acceder a mercados internacionales, también las vuelven susceptibles a regulaciones y presiones locales que podrían limitar su rentabilidad y expansión. La supervisión y medición del comercio de servicios es intrínsecamente más complicada que en el sector de bienes.
Factores como la movilidad de profesionales, la exportación de propiedad intelectual, y el impacto del turismo y la educación internacional hacen que las cifras oficiales puedan subestimar o no reflejar completamente la dinámica comercial real. Por ejemplo, el ingreso generado por estudiantes extranjeros en universidades o turistas es contabilizado como exportación de servicios estadounidense, pero su sostenibilidad puede verse afectada si los países establecen barreras para sus propios beneficios o como respuesta al proteccionismo estadounidense. La administración que impulsó las recientes tarifas ha priorizado el fortalecimiento de la manufactura y bienes considerados esenciales para la seguridad nacional, como chips y embarcaciones. Sin embargo, el sector servicios, pese a su importancia económica, parece no haber recibido la misma atención. Esta estrategia de enfoque puede resultar contraproducente, ya que la imposición de aranceles únicamente en bienes sin contemplar las repercusiones en servicios habilita a otras naciones a responder con medidas igualmente restrictivas en este ámbito, afectando sectores estratégicos de la economía estadounidense.
Las consecuencias de un conflicto comercial que incluya servicios pueden ser profundas. La posible reducción del acceso a mercados internacionales limitaría la capacidad de las empresas estadounidenses de innovar y expandirse, disminuyendo su competitividad global. Además, una represalia en servicios afectaría directamente empleos de alto valor agregado, desde desarrolladores de software hasta profesionales financieros, impactando la economía interna y el bienestar general. Ante este escenario, expertos y analistas sugieren que es necesario un enfoque más equilibrado y estratégico en las políticas comerciales. La insistencia exclusivamente en proteger la manufactura y corregir desequilibrios en comercio de bienes sin reconocer la fortaleza y vulnerabilidad del sector servicios podría generar efectos adversos a largo plazo y erosionar la posición de Estados Unidos en la economía global.