La deforestación es uno de los desafíos ambientales más graves que enfrenta el planeta, afectando especialmente a regiones ricas en biodiversidad como el Sudeste Asiático. Durante décadas, la expansión agrícola y el desarrollo económico han sido las principales causas que han llevado a la degradación de bosques primarios con altos niveles de carbono almacenado y a la pérdida de hábitats críticos para numerosas especies. Frente a esta realidad, la agroforestería emerge como una solución natural innovadora que está demostrando un impacto significativo en la reducción de la deforestación y en la promoción de prácticas sostenibles en esta región crítica. La agroforestería consiste en la integración deliberada de árboles y arbustos dentro de sistemas agrícolas o ganaderos, creando paisajes productivos que conservan y potencian los servicios ecosistémicos. En el contexto del Sudeste Asiático, donde las tierras cultivables conviven con extensiones forestales de alto valor, esta práctica adquiere una dimensión fundamental para la mitigación climática y la conservación de la biodiversidad.
Estudios recientes han utilizado métodos rigurosos de inferencia causal para evaluar el impacto de la agroforestería sobre las tasas de deforestación a escala territorial, analizando datos entre 2015 y 2023 de decenas de regiones administrativas en países como Indonesia, Malasia, Vietnam, Myanmar y Laos. Estos análisis revelan que en la mayoría de las regiones estudiadas, la presencia de agroforestería se asocia con una reducción neta significativa en la tasa de pérdida forestal. Específicamente, se estima que la agroforestería ayudó a evitar la deforestación de aproximadamente 250,000 hectáreas por año y la emisión equivalente de cerca de 59 millones de toneladas de CO2. Este hallazgo es especialmente relevante en bosques con altos niveles de almacenaje de carbono, conocidos como "productos de alta densidad de carbono" (High Carbon Stock, HCS), que son vitales para los esfuerzos globales contra el cambio climático. La importancia de la agroforestería radica en sus múltiples beneficios ecológicos y sociales.
Desde el punto de vista ecológico, los árboles y arbustos integrados en los sistemas agrícolas mejoran la calidad del suelo mediante el aumento de materia orgánica, previenen la erosión y contribuyen al ciclo hidrológico. Además, al mantener fragmentos forestales y corredores naturales, facilitan la conectividad del hábitat, beneficiando a la fauna local y fortaleciendo la resiliencia de los ecosistemas a perturbaciones climáticas y antrópicas. En cuanto a los beneficios socioeconómicos, la agroforestería proporciona a las comunidades rurales alternativas rentables y sostenibles a la agricultura convencional extensiva. La oferta de productos no maderables, como frutas, resinas, plantas medicinales y otros recursos valiosos, genera ingresos complementarios que pueden reducir la dependencia directa de la explotación de recursos forestales. Esto incentiva la conservación y disminuye la necesidad de abrir nuevas tierras para la agricultura, lo cual es un factor crítico en la disminución de la deforestación.
Sin embargo, no todos los impactos observados son uniformemente positivos. En algunas regiones, particularmente en zonas de Camboya, se detectó que la agroforestería estaba relacionada con un aumento en las tasas de deforestación. Este fenómeno puede atribuirse a factores económicos y sociales complejos, como la expansión de infraestructura para el transporte de productos, el incremento de incentivos para transformar bosques en tierras agrícolas rentables y la evolución de los sistemas tradicionales hacia modelos más comerciales y dinámicos. Estas variaciones subrayan la importancia de una gestión local adaptada a contextos específicos y de políticas públicas que acompañen la implementación de agroforestería con medidas de derechos de tenencia, mercados equitativos y participación comunitaria. La diversidad de sistemas agroforestales en el Sudeste Asiático refleja la riqueza cultural y ecológica de la región.
Se encuentran desde huertos familiares tradicionales que combinan cultivos alimenticios con árboles frutales y medicinales, hasta sistemas que incorporan especies madereras de rápido crecimiento como Acacia o bambú, pasando por la integración de cultivos comerciales como café, cacao y caucho. Esta variedad contribuye no solo a la productividad y estabilidad económica de las comunidades locales, sino también a la conservación de los ecosistemas, dado que las estructuras mosaico permiten coexistencia y protección de fragmentos forestales vitales. Además, la ubicación geográfica del Sudeste Asiático, con sus extensos bosques tropicales y ecosistemas únicos como manglares y turberas, acentúa la relevancia de las prácticas agroforestales para mitigar los efectos adversos del cambio climático. Las turberas y manglares contienen enormes reservas de carbono bajo el suelo, cuya conservación es crítica. La agroforestería en estas zonas puede contribuir a reducir la conversión de estos ecosistemas, manteniendo sus funciones reguladoras del clima y protección contra eventos climáticos extremos.
Desde una perspectiva política y estratégica, los resultados positivos relacionados con la reducción de la deforestación impulsada por la agroforestería respaldan iniciativas como la asignación de áreas de 'silvicultura social' en Indonesia y otras naciones. Estos programas, que autorizan y promueven formas sostenibles de uso forestal comunitario, incluyen ampliamente sistemas agroforestales. Si se gestionan adecuadamente, pueden aportar tanto captura directa de carbono a través del crecimiento arbóreo como evitar emisiones mediante la conservación forestal. Sin embargo, para maximizar el potencial de la agroforestería en la lucha contra la deforestación es imprescindible superar desafíos relevantes. La inseguridad en la tenencia de tierras, la falta de incentivos económicos pierden fuerza frente a actividades extractivas más lucrativas y la limitada participación de comunidades indígenas en la toma de decisiones representan barreras importantes.
Por ello, fomentar la inclusión social, fortalecer la gobernanza local y diseñar políticas integradas que consideren las complejidades socioeconómicas y culturales son aspectos clave para el éxito a largo plazo. En términos científicos, aunque los efectos globales de la agroforestería son alentadores, las causas de la variabilidad local en sus impactos requieren mayor investigación. Factores como demografía, acceso a mercados, políticas públicas y dinámicas comunitarias interactúan de forma compleja y determinan si la agroforestería contribuye efectivamente a la reducción de la deforestación o, en casos contrarios, puede estimular su incremento. El desarrollo de metodologías interdisciplinarias y la recopilación de datos de alta resolución son necesarias para ajustar las intervenciones y asegurar resultados positivos en diferentes contextos locales. En conclusión, la agroforestería se establece como una herramienta poderosa y multifacética para enfrentar la deforestación en bosques de alta densidad de carbono en el Sudeste Asiático.
Su capacidad para generar beneficios ambientales y socioeconómicos simultáneos la posiciona como una estrategia clave dentro de las soluciones naturales al cambio climático y como parte esencial de la agenda de desarrollo sostenible regional. Promover su adopción amplia y sostenible, acompañada de políticas inclusivas y científicamente informadas, es vital para proteger los valiosos ecosistemas tropicales de esta región y alcanzar metas climáticas globales. La agroforestería no solo contribuye a reducir la tala y degradación forestal, sino que también promueve la resiliencia de las comunidades y ecosistemas ante los desafíos ambientales del siglo XXI.