El 4 de mayo de 1970, la tragedia sacudió la Universidad de Kent State y resonó por todo Estados Unidos. En una época en la que el país se encontraba en plena controversia por la intervención militar en Vietnam y la reciente expansión de la guerra en Camboya, la represión violenta de una protesta estudiantil impuso un doloroso límite entre los jóvenes y el Gobierno de turno. Lo que inicialmente comenzó como una manifestación pacífica en contra de la guerra, terminó con la muerte de cuatro estudiantes y heridas a nueve más, a manos de la Guardia Nacional de Ohio, un evento que alteró para siempre la percepción pública sobre el conflicto y la legitimidad de la protesta social. La situación social y política en 1970 estaba en su punto álgido. La declaración presidencial de Richard Nixon sobre la incursión militar en Camboya desató una ola de indignación entre los estudiantes y activistas que consideraban que esta expansión solo prolongaría el conflicto y violaba la soberanía de una nación neutral.
En varios campus universitarios se convocaron manifestaciones, huelgas y marchas para expresar el rechazo a la guerra y al sistema de reclutamiento militar. Kent State se convirtió en epicentro de estas expresiones de descontento. Las protestas habían comenzado días antes, con una manifestación masiva el 1 de mayo en la plaza central del campus, conocida como el Commons. La convocatoria fue seguida por incidentes violentos en la ciudad de Kent, incluyendo agresiones a la policía y el incendio del edificio ROTC de la universidad, hecho que puso en alerta a las autoridades locales y estatales. Ante la escalada de tensión y la amenaza percibida de caos, el gobernador de Ohio, James Rhodes, autorizó la intervención de la Guardia Nacional.
El 2 y 3 de mayo estuvieron marcados por enfrentamientos esporádicos entre estudiantes, fuerzas policiales y Guardias. Las medidas de seguridad se intensificaron, se impuso un toque de queda y se reprimieron las manifestaciones, pero la protesta convocada para el lunes 4 de mayo se mantuvo firme. A pesar del intento de la universidad por cancelar el evento y disuadir a los estudiantes a través de folletos y advertencias, miles de personas se congregaron pacíficamente para expresar su oposición a la guerra. Los hechos que culminaron con la tragedia se desarrollaron en cuestión de minutos. La Guardia Nacional intentó dispersar a la multitud con órdenes a través de un megáfono y disparos de gases lacrimógenos, pero la resistencia y la tensión en el ambiente no cedieron.
La situación escaló cuando un grupo reducido de manifestantes comenzó a lanzar piedras contra los soldados. Sin embargo, la respuesta fue desproporcionada y devastadora. En poco más de 13 segundos, una veintena de miembros de la Guardia dispararon alrededor de 67 balas hacia la multitud. Cuatro estudiantes perdieron la vida inmediatamente o a los pocos minutos a causa de heridas de bala: Allison Krause, Jeffrey Miller, Sandra Scheuer y William Schroeder. Otros nueve resultaron heridos, incluyendo algunos con lesiones permanentes como parálisis.
La distancia entre los soldados y las víctimas varió, pero todas se encontraban a una distancia considerable, entre 20 y 230 metros, lo que cuestiona aún hoy la justificación de la legítima defensa alegada por los Guardias. Las repercusiones de los disparos fueron inmediatas y de gran alcance. La comunidad universitaria y la opinión pública nacional quedaron conmocionadas. Miles de estudiantes en más de 450 universidades y colegios en todo Estados Unidos secundaron protestas y huelgas en solidaridad con Kent State. Se calcula que alrededor de cuatro millones de estudiantes participaron en estas acciones, forzando el cierre temporal de numerosos recintos educativos.
La violencia y la represión contra los jóvenes que alzaban la voz fueron objeto de debate y condena internacional. Entre los testimonios que emergieron de aquella tragedia, el de la fotógrafa y estudiante universitaria John Filo se convirtió en una de las imágenes más icónicas de la época. Su fotografía capturó la desesperación de Mary Ann Vecchio, una joven de 14 años que lloraba de rodillas junto al cuerpo sin vida de Jeffrey Miller. La imagen ganó un Premio Pulitzer y se instaló como símbolo del costo humano que la guerra y la represión podían acarrear. Legalmente, la respuesta del sistema judicial fue controvertida y no brindó justicia plena para las víctimas ni sus familias.
Ocho miembros de la Guardia Nacional fueron acusados de violar los derechos civiles de los estudiantes, pero finalmente fueron absueltos en un juicio que dejó un fuerte mensaje sobre la falta de responsabilidad estatal en el uso excesivo de la fuerza. En procedimientos civiles posteriores, hubo indemnizaciones simbólicas y la aceptación pública del lamentable desenlace, pero no se llegó a sanciones penales. El impacto político y cultural de la masacre fue profundo. La legitimidad de las protestas anti-guerra fue reforzada, y la desconfianza hacia el gobierno creció considerablemente. El incidente motivó la creación de la Comisión Presidencial sobre el Desórden en los Campus, que recomendó límite en el uso de fuerza letal y un replanteamiento en el manejo de las manifestaciones.
Además, se aceleraron reformas relacionadas con el reclutamiento militar y políticas universitarias. A nivel local, Kent State implementó memoriales y conmemoraciones anuales para honrar la memoria de los estudiantes fallecidos y heridos. El sitio de la masacre fue declarado Patrimonio Histórico Nacional, reconociendo la importancia nacional de lo ocurrido y la necesidad de preservar la memoria para las generaciones futuras. Esculturas, placas conmemorativas y un centro de visitantes se erigieron para educar y promover la paz y el diálogo. El arte y la cultura manifestaron su respuesta inmediata y a largo plazo.
Músicos, escritores, cineastas y poetas canalizaron la conmoción y el rechazo a través de sus obras, siendo la canción "Ohio" de Neil Young y Crosby, Stills, Nash & Young una de las expresiones más emblemáticas. Documentales y producciones teatrales han explorado el evento desde diferentes perspectivas, asegurando que la historia no sea olvidada. Con los años, la polémica en torno a la responsabilidad, las órdenes de disparo y el posible encubrimiento ha persistido. El análisis de grabaciones y testimonios recién desclasificados ha reavivado la discusión sobre el papel de las autoridades y la verdad oculta detrás de los hechos. Organizaciones de sobrevivientes y familiares continúan demandando una revisión independiente, insistiendo en que la justicia histórica debe prevalecer.
En conclusión, las disparos de Kent State constituyen una herida abierta en la memoria colectiva estadounidense. Más allá de la violencia puntual, representan la tensión entre el poder estatal y la libertad de expresión, la juventud y la autoridad, la guerra y la paz. Comprender esta tragedia es esencial para reflexionar sobre los límites de la fuerza y la importancia del diálogo en una sociedad democrática. Hoy, a más de cinco décadas de aquellos sucesos, Kent State sigue siendo símbolo de resistencia, sufrimiento y la eterna lucha por los derechos civiles y la justicia social.