En 1948, un proyecto tan ingenioso como inusual marcó un precedente en la historia de la conservación animal: el llamado "Beaver Drop" o lanzamiento de castores en paracaídas. En el estado de Idaho, Estados Unidos, una iniciativa del Departamento de Pesca y Fauna Silvestre buscaba resolver un problema recurrente con estos roedores mediante un método hasta entonces nunca antes probado. La idea era trasladar castores desde la región del noroeste de Idaho hasta la cuenca del Chamberlain, en el centro del estado, utilizando aviones y liberándolos desde el aire a través de cajas suspendidas con paracaídas. Esta medida, que podría parecer surrealista a simple vista, ofreció importantes beneficios para la supervivencia de los castores y resultó una estrategia coste-efectiva para la preservación de los ecosistemas afectados. Para comprender el contexto de esta iniciativa, es importante conocer el papel crucial que juegan los castores dentro de los ecosistemas acuáticos y terrestres.
Estos animales son considerados ingenieros naturales, ya que al construir presas y diques ayudan a preservar humedales, controlar la erosión, mejorar la calidad del agua y crear hábitats para una gran variedad de aves, peces y otros animales. Sin embargo, tras décadas de explotación intensiva debido a la caza por su piel, las poblaciones de castores en Idaho habían disminuido considerablemente. Esto provocó un conflicto con los residentes rurales que, al migrar del centro urbano hacia áreas más agrestes después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a notar daños en sus propiedades causados por el accionar natural de los castores. Frente a la necesidad de proteger tanto la biodiversidad como los intereses de la población humana, el Departamento de Pesca y Fauna Silvestre ideó un plan para reubicar estos animales. Antes del uso de vuelos y paracaídas, el traslado terrestre era la única opción disponible, la cual implicaba capturar a los castores, transportarlos en camiones, luego en animales de carga para sortear terrenos montañosos, un proceso largo, estresante y a menudo mortífero para los animales.
El estrés por el calor, la manipulación constante y los traslados prolongados provocaban altas tasas de mortalidad. La solución rompió moldes al combinar tecnología militar heredada de la guerra y conservación de la fauna silvestre. El empleado Elmo W. Heter propuso fabricar cajas especiales con suficientes agujeros para la respiración, divididas en dos partes unidas por bisagras que se abrirían al tocar tierra gracias a un sistema de bandas elásticas que actuaban como resortes para abrir la caja automáticamente. Cada caja podía transportar dos castores — preferentemente un macho con dos hembras para asegurar la reproducción — y estaba equipada con paracaídas reutilizados provenientes de sobrantes de la Segunda Guerra Mundial.
La operación empezó el 14 de agosto de 1948 cuando un avión bimotor Beechcraft despegó con ocho cajas a bordo, cada una con dos castores. Fueron lanzadas desde altitudes entre 150 y 240 metros. Se documentó que de las 76 criaturas transportadas, 75 sobrevivieron, alcanzando el objetivo de reubicación con éxito y sin mayores pérdidas. La única muerte se atribuyó a un castor que intentó salir del contenedor durante la caída y sufrió un trágico accidente. Este método no solo se reconoció como una solución ingeniosa, sino también más económica y menos dañina para los animales que los métodos previos.
El costo por cada castor reubicado se estimaba en ocho dólares, una inversión mínima comparada con el valor ecológico que estos animales brindan a lo largo de su vida, estimado en varios cientos de dólares en términos de servicios ambientales. La iniciativa del "Beaver Drop" llamó la atención de medios internacionales y fue incluso portada en la revista Popular Mechanics bajo el nombre de "Parabeavers". Su peculiaridad y efecto mediático ayudaron a concientizar sobre la importancia de la fauna silvestre y su relación con los ecosistemas humanos. Sin embargo, aunque se reconoció como exitosa, esta práctica fue abandonada tras varias décadas. Las actividades de reubicación continuaron con métodos más convencionales, posiblemente porque se consideró que los objetivos de restauración en el área se habían cumplido.
El legado cultural del "Beaver Drop" permanece vivo en Idaho. En 2015, se redescubrió un vídeo original de la operación, el cual fue digitalizado y subido a plataformas en línea, viralizándose y captando la atención mundial. Esta historia ha sido plasmada en libros infantiles, artículos periodísticos y ha inspirado logotipos creativos, como el de una cervecería local que adopta la imagen del castor paracaidista como símbolo de identidad regional. El relato de estos castores voladores no solo demuestra la creatividad humana aplicada a la conservación, sino también cómo a través de estrategias poco convencionales se puede lograr un equilibrio entre el desarrollo humano y la protección de la naturaleza. Desde una perspectiva ambiental, el caso del "Beaver Drop" evidencia la importancia de los castores para la recuperación y mantenimiento de humedales en climas templados.
Sus presas ayudan a retener agua, incrementan la biodiversidad y mitigación de incendios forestales al mantener zonas húmedas. Estudios contemporáneos confirman que fomentar la población de estos animales puede ser una herramienta de gestión ambiental sumamente eficaz, impactando positivamente en cuencas hidrográficas enteras. Paralelamente, esta práctica histórica genera reflexiones sobre métodos modernos en la conservación y el manejo ético de animales silvestres. Si bien la tecnología y el conocimiento científico permiten hoy realizar traslados con mejores condiciones de bienestar animal, el experimento de Idaho con castores paracaidistas representa un aporte pionero en relación a cómo enfrentar problemáticas ambientales con creatividad, rigurosidad técnica y respeto por la naturaleza. En conclusión, la iniciativa del "Beaver Drop" es un ejemplo memorable de cómo la innovación puede surgir en circunstancias inesperadas para resolver conflictos entre humanos y fauna.
La historia de aquellos castores lanzados al vacío con paracaídas no solo es un curioso capítulo en la historia de la conservación, sino también una invitación a valorar la importancia de los pequeños ingenieros del ecosistema que con su trabajo silencioso transforman el paisaje para beneficio de innumerables especies, incluida la nuestra. Idahoes impactante proyecto sigue siendo una fuente de inspiración y una prueba de que, a veces, la combinación de imaginación y ciencia puede lograr resultados extraordinarios en el cuidado del planeta.