En nuestro mundo cada vez más impulsado por la tecnología, anticipar el futuro se ha convertido en una tarea fundamental para gobiernos, empresas y especialistas. Sin embargo, a pesar del conocimiento avanzado y habilidades técnicas, muchas predicciones de expertos sobre el futuro tecnológico han resultado equivocadas o, peor aún, han subestimado cambios profundos y disruptivos. Para comprender esta paradoja, es importante analizar la diferencia entre los llamados problemas dentro del contexto (Inside Context Problems) y los problemas fuera del contexto (Outside Context Problems), conceptos que pueden esclarecer por qué las mentes más brillantes a menudo fracasan en sus proyecciones. Los problemas dentro del contexto se refieren a desafíos o situaciones que forman parte del conocimiento y experiencia previa de una persona o comunidad. Estos problemas pueden ser abordados utilizando los marcos mentales, herramientas y datos ya disponibles, pues se consideran extensiones de lo conocido.
En términos de tecnología, pueden ser entendidos como innovaciones o mejoras basadas en tecnologías existentes, cuyo impacto y funcionamiento pueden preverse con cierta precisión. Por ejemplo, cuando un experto en la década de los años 60 proyectaba la continuación del programa Apollo para llegar a Marte, estaba razonando desde su propio contexto: la escalada tecnológica y política de la carrera espacial en la actualidad. En contraste, los problemas fuera del contexto son aquellos eventos o fenómenos que una civilización o individuo jamás ha encontrado antes, por lo que no poseen un modelo o referencia para anticiparlos o siquiera comprenderlos. Estos problemas representan un salto radical en la experiencia y percepción, generando un efecto abrupto e inesperado, como el “punto final” de una narrativa previa. El ejemplo clásico es el encuentro de una tribu aislada con una civilización tecnológicamente avanzada que irrumpe en su vida, transformando por completo su existencia.
La importancia de esta distinción radica en el hecho de que los humanos, incluidos los expertos y tecnólogos, tienden a extrapolar el futuro desde lo que conocen —desde su propio contexto. Esta limitación mental genera un sesgo claro: se sobreestima el impacto de innovaciones aparentemente radicales cuando estas caben dentro de un marco conocido y se subestima —o se ignora completamente— el potencial de tecnologías consideradas mundanas o sencillas, pero que en realidad transforman radicalmente la sociedad. Las predicciones ambientadas en contextos interiores suelen centrarse en avances espectaculares y formas futuristas de tecnología. Por ejemplo, se ha esperado durante décadas que dispositivos como los cascos con realidad aumentada holográfica o la comunicación telefónica tridimensional sean la norma. Sin embargo, mientras estas ideas maravillosas tienen un atractivo indudable y parecen ser una evolución natural desde la tecnología existente, han tardado más de lo previsto en llegar al público general o han fracasado en convertirse en la base de la interacción social.
Lo que a menudo pasa desapercibido es que las tecnologías que realmente transforman la vida cotidiana tienden a ser «mundanas», pero cubren necesidades humanas profundas como la conexión social, la comodidad y la satisfacción de deseos amplificados. La ubicuidad de las redes sociales, el consumo masivo de imágenes de cumpleaños o comidas, o aplicaciones como Uber ilustran cómo medios que parecen triviales o banales para los tecnólogos terminan siendo revolucionarios para la sociedad en general. Estos avances están más ligados a la amplificación de deseos humanos básicos que a innovaciones técnicas radicales. Un ejemplo de esta dinámica es la visión futurista de Ray Kurzweil, quien predijo tecnologías impresionantes como proyecciones oculares directas y comunicaciones tridimensionales, sin anticipar que la verdadera revolución vendría de aplicaciones simples y asequibles que permiten compartir contenidos básicos y generar comunidades masivas en línea. Aunque las tecnologías fetiche de Kurzweil no se popularizaron en el tiempo esperado, plataformas como Instagram, Facebook o TikTok han cambiado el modo en que millones de personas se relacionan y consumen información, demostrando que la simplicidad y la conexión humana pueden ser más disruptivas que la innovación técnica pura.
Esta misma lógica explica por qué algunas figuras del mundo tecnológico, como Clifford Stoll, que estuvo inmerso en la Internet durante décadas, llegaron a dudar de su impacto. En 1995, Stoll calificó a Internet como un fenómeno sobrevalorado, una plataforma que nunca lograría transformar realidades como la educación, la prensa o la democracia. Su desconfianza surge de su posición desde un contexto interno, donde Internet era una herramienta conocida y controlada, y donde la desorganización, el ruido y la banalidad eran evidentes. Sin embargo, para millones de personas que vivían en ese momento sin interacción con el mundo digital, la red representaba un problema fuera de contexto, un cambio disruptivo y radical aún por comprender. El fracaso en anticipar problemas fuera del contexto tiene enormes consecuencias para la planificación estratégica y la innovación.
Muchas industrias tradicionales, como las editoriales, las tiendas físicas o los fabricantes de fax y CD-ROM, no supieron prever el impacto de Internet y perdieron relevancia casi de la noche a la mañana. En cambio, aquellas personas o empresas que lograron superar el sesgo de contexto, adoptaron la curiosidad por lo desconocido y exploraron sin prejuicios, pudieron capitalizar las transformaciones que emergían, aunque desde fuera de la experiencia previa. Entender esta problemática invita a levantar una alerta sobre nuestra propia percepción y limitaciones. La tecnología no es un ente autónomo, sino un reflejo o amplificador de las necesidades y deseos humanos. Por eso, subestimar las aplicaciones aparentemente mundanas o las formas triviales de interacción puede resultar en perder la comprensión del verdadero motor del progreso: la satisfacción y expansión de deseos básicos que se traducen en formas de conexión, comercio y cultura.
Otro aspecto ligado a la distinción entre problemas dentro y fuera del contexto es la relación entre la familiaridad y la desvalorización. A medida que una tecnología se interioriza en la cotidianidad, pierde su aura de maravilla y se vuelve transparente, incluso olvidada. Este fenómeno es conocido como la «cinta transportadora del milagro», donde la innovación inicialmente disruptiva es rápidamente normalizada y descartada como algo trivial. Sin embargo, esta aparente banalización no indica falta de impacto, sino más bien que la tecnología se ha convertido en la base sobre la que el siguiente nivel de innovación se construye. Para poder anticipar mejor el futuro y evitar las trampas de los problemas dentro y fuera del contexto, es necesario adoptar una perspectiva de humildad y flexibilidad mental.
Es imprescindible ver lo nuevo como si fuera viejo, manteniendo la curiosidad y el aprecio por las formas simples y visibles de tecnología cotidiana, y al mismo tiempo examinar críticamente lo viejo como si fuera nuevo, para descubrir posibilidades ocultas o inexploradas. Este enfoque puede servir como salvavidas para tecnólogos, líderes y visionarios para salir del ciclo repetitivo de exagerar avances radicales y descartar los básicos. La historia muestra que décadas tras décadas, el verdadero progreso tecnológico no proviene únicamente de invenciones sorprendentes, sino de la adopción masiva, la integración con necesidades humanas y la construcción de ecosistemas alrededor de lo aparentemente ordinario. En definitiva, la división conceptual entre problemas dentro y fuera del contexto no solo nos ayuda a explicar por qué tantos expertos han fallado en sus predicciones, sino que también aporta una valiosa herramienta para leer mejor el presente y anticipar el futuro. Reconocer que la familiaridad puede engendrar ceguera o desdén, y que la novedad absoluta puede paralizarnos ante lo inesperado, nos invita a mantener una mente abierta, combinando escepticismo saludable, sensibilidad al comportamiento humano y un reconocimiento profundo del entorno social y político que configura la evolución tecnológica.
Por eso, en un mundo que avanza a ritmo vertiginoso, más que buscar la última novedad espectacular, es vital profundizar en el entendimiento de las dinámicas humanas que moldean la tecnología. Así podremos salir de la trampa de los problemas dentro y fuera del contexto y estar mejor preparados para enfrentar los verdaderos desafíos y oportunidades del mañana.