En las remotas y majestuosas montañas de Kirguistán, una antigua tradición continúa vigente, desafiando el paso del tiempo y la modernidad. Los cazadores de águilas, conocidos localmente como burkutchu, mantienen una práctica que se remonta a siglos atrás, en la cual entrenan a águilas doradas para cazar presas como zorros y chacales. Esta tradición no solo es una técnica de supervivencia sino que se ha convertido en un símbolo cultural y un patrimonio invaluable para el pueblo kirguís. La región de Bokonbaevo, situada a casi 6000 metros sobre el nivel del mar y a orillas del lago Issyk Kul – el segundo lago salado más grande del mundo – es un epicentro para los burkutchu. En este tranquilo pueblo, se mezclan las casas tradicionales con la naturaleza imponente, creando un escenario perfecto para esta práctica ancestral.
Aquí, los cazadores y sus águilas comparten una relación profunda, que a menudo se asemeja al vínculo entre un padre y un hijo. Talgar Shaybyrov es uno de los nombres que representan el alma de esta tradición. Tras dos décadas acompañando a Tumara, su águila dorada, Talgar decide liberar a su compañera en el momento adecuado, siguiendo la costumbre kirguís que permite a las águilas regresar a la naturaleza para aparearse y vivir libres. Para él, esta despedida es emotiva y llena de respeto hacia su ave, con quien compartió jornadas completas de caza y supervivencia. Esta liberación simboliza el respeto y la armonía que los cazadores mantienen con la naturaleza, y es un ritual que afirma la conexión espiritual entre el hombre y el ave.
El proceso para convertirse en burkutchu comienza cuando un cazador localiza un nido de águilas donde haya varias crías. Elige una para criar y entrenar, un proceso que puede durar meses. Durante el entrenamiento, el cazador y el águila desarrollan una relación cercana, basada en cuidados, paciencia y campañas de caza compartidas. Nursultan Kolbaev, sobrino de Talgar, ejemplifica esta devoción hacia su águila llamada Suluuke, a quien considera como una hija más. La crianza y entrenamiento requieren de una gran dedicación y transmiten conocimientos tradicionales de generación en generación.
En la actualidad, aunque la caza sigue siendo un aspecto fundamental, muchos de estos cazadores ven en la práctica también una forma de deporte y un medio para generar ingresos, especialmente gracias al auge del turismo. Nursultan ha sabido aprovechar esta oportunidad y participa en exhibiciones para visitantes, ganando reconocimiento como campeón en los Juegos Mundiales de Nómadas de 2014. Sus demostraciones de caza con el águila pueden llegar a generar hasta quinientos dólares por día, contribuyendo así a la economía de su familia y al cuidado de la tradición. No obstante, esta modernización no está exenta de controversias. Algunos miembros de la comunidad burkutchu critican el uso de la tradición con fines turísticos, temiendo que la autenticidad y el respeto original hacia la práctica se diluyan.
Estos debates reflejan la tensión entre preservar el pasado y adaptarse al presente, un desafío constante para las culturas indígenas alrededor del mundo. Los cazadores de águilas no actúan solos. En las expedi- ciones de caza, suelen trabajar en grupos, empleando diferentes métodos de apoyo, como perros especializados de la raza Taigan, un tipo de sabueso autóctono de Kirguistán. Estos canes ayudan a localizar a las presas y complementan la destreza del águila para asegurar una cacería exitosa. La combinación de habilidades del humano, el águila y el perro representa una alianza cíclica con el ecosistema de las montañas y las estepas.
Cada año, las comunidades de burkutchu se reúnen para eventos importantes, como el sherine, una reunión donde cazadores de distintas partes del país se encuentran para compartir técnicas, historias y prepararse para competencias, como los Juegos Nómadas. Estas competiciones no solo son un espectáculo para los visitantes; también son una plataforma que fortalece la identidad cultural y renueva el compromiso con la tradición. El atuendo y los accesorios utilizados durante la caza poseen un fuerte significado cultural. Por ejemplo, el ak-kalpak, un sombrero tradicional de fieltro blanco, es un símbolo de identidad para los hombres kirguises. Las águilas también llevan capuchones de cuero llamados tomogo, que se utilizan durante el entrenamiento para mantenerlas calmadas y hacer que se acostumbren a la presencia humana.
Por otro lado, la agricultura sigue siendo la base económica para muchas familias en Kirguistán. Nursultan y su familia, por ejemplo, cultivan trigo en tierras alquiladas, combinando de esta forma tradición y modernidad para sostener sus vidas. Esta dualidad refleja cómo las comunidades locales integran antiguos conocimientos con necesidades contemporáneas. Para los viajeros y aventureros interesados en la cultura nómada y las tradiciones ancestrales, la experiencia de contemplar una demostración de caza con águilas en Kirguistán es única. Es una oportunidad para conocer no solo una habilidad singular, sino también para conectarse con la historia, las leyendas y la cosmovisión de un pueblo que sigue respetando la sabiduría de la naturaleza y de sus ancestros.
La tradición de los burkutchu es mucho más que una simple técnica de cacería. Es un vínculo profundo entre humanos y animales, una manifestación de respeto, paciencia y conocimiento. A través de siglos y en medio de paisajes imponentes, esta práctica ha logrado sobrevivir y adaptarse, mostrando la fuerza de una cultura que entiende que el hombre es parte esencial del ciclo natural. Los cazadores de águilas de Kirguistán son guardianes de ese legado, y su historia continúa inspirando a quienes buscan conservar las raíces auténticas del patrimonio global.