En los últimos años, científicos y expertos en urbanismo han comenzado a prestar mayor atención a un fenómeno silencioso pero alarmante: las ciudades más grandes de Estados Unidos están hundiéndose. Este fenómeno, conocido como subsidencia urbana, afecta no solo a las urbes costeras que enfrentan el aumento del nivel del mar, sino también a muchas ciudades del interior, desafiando muchas ideas preconcebidas sobre la estabilidad del territorio en áreas metropolitanas. Un reciente estudio publicado en la revista Nature Cities revela que los 28 municipios más poblados de EE.UU. presentan algún grado de hundimiento, afectando a más de 34 millones de personas y sugiriendo un futuro lleno de desafíos para la planificación urbana y la gestión ambiental.
La subsidencia terrestre es la disminución gradual de la superficie terrestre debido a causas naturales o antropogénicas. En el contexto de las grandes metrópolis estadounidenses, la extracción masiva de agua subterránea emerge como la causa predominante de este fenómeno. Los acuíferos, que son formaciones geológicas que almacenan agua, están compuestos mayormente por sedimentos finos y porosos. Cuando se extrae agua de estos acuíferos sin que se recarguen adecuadamente, los espacios antes ocupados por el agua colapsan, provocando un encogimiento del suelo y, en consecuencia, el hundimiento de la superficie. En ciudades como Houston, Texas, este proceso ocurre a un ritmo vertiginoso, con áreas que bajan hasta 20 milímetros anuales y zonas localizadas alcanzando hasta 5 centímetros por año.
Además del consumo de agua, en Texas el bombeo de petróleo y gas contribuye al fenómeno, acentuando aún más el hundimiento en ciertas zonas urbanas. Pero no se trata solamente del Sur; metrópolis de todo el país experimentan subsidencia, aunque las causas pueden variar dependiendo del lugar. Por ejemplo, en ciudades como Nueva York, Chicago, Filadelfia, Denver y Portland, se ha identificado un efecto residual relacionado con la última edad glaciar. Hace aproximadamente 20 mil años, enormes capas de hielo comprimieron el terreno en ciertas áreas, lo que provocó que los bordes de estas capas se inflaran como un globo presionado. Actualmente, estas regiones están lentamente hundiéndose hasta tres milímetros por año a medida que el terreno se ajusta a la eliminación del peso del hielo.
Otro factor que contribuye a la subsidencia en zonas urbanas es el peso de las construcciones. En ciudades con un alto nivel de desarrollo inmobiliario, el peso masivo de los edificios está generando una presión considerable sobre el suelo. Un estudio anterior reveló que en Nueva York, con más de un millón de edificios, esta presión podría influir en un hundimiento continuo. En Miami, también se ha observado subsidencia acelerada en algunas construcciones, atribuida a la alteración del subsuelo provocada por proyectos inmobiliarios recientes en sus cercanías. Una de las inquietudes más alarmantes es la ocurrencia de movimientos diferenciales del terreno dentro de las mismas ciudades.
Esto significa que algunas áreas próximas están hundiéndose a diferentes velocidades, mientras que otras incluso pueden estar elevándose debido a una rápida recarga de acuíferos cerca de fuentes de agua como ríos. Esta diferencia en los movimientos verticales puede generar tensión en infraestructuras, causando deformaciones, grietas y riesgos estructurales, ya que los edificios y las vías se someten a inclinaciones y desplazamientos no uniformes. Tal situación contrasta con un movimiento uniforme, donde toda el área urbana se desplaza a la misma velocidad, reduciendo los riesgos para la infraestructura. El problema es especialmente notable en ciudades como San Antonio, Austin, Fort Worth y Memphis, donde una proporción significativa de edificios está expuesta a riesgo debido a estos movimientos irregulares. Aunque estas zonas representan alrededor del 1% del territorio total de las ciudades estudiadas, concentran las áreas más densamente pobladas y con mayor infraestructura, lo que amplifica el impacto potencial.
Actualmente, se estima que cerca de 29,000 edificaciones están en zonas susceptibles a estos riesgos, lo que implica que la resiliencia urbana debe incluir esta dimensión para evitar futuros colapsos o daños mayores. Una correlación importante que el estudio destaca es la relación directa entre las tasas de extracción de agua subterránea y el grado de subsidencia. Al analizar los datos de extracciones de agua a nivel condal y compararlos con las mediciones satelitales de deformación terrestre, los investigadores concluyeron que el 80% del hundimiento del suelo está vinculado a esta actividad humana. Este hallazgo subraya la imperiosa necesidad de una gestión más sostenible y regulaciones más estrictas para la explotación de acuíferos, especialmente en regiones donde la demanda de agua continúa aumentando debido al crecimiento poblacional y urbanístico. El impacto del hundimiento sobre las ciudades va mucho más allá del simple descenso del nivel del suelo.
Se agrava la vulnerabilidad frente a inundaciones, pues los terrenos más bajos son más propensos a almacenar agua durante tormentas o eventos de mareas altas. Además, las redes de servicios urbanos —como alcantarillado, tuberías, vías férreas y sistemas eléctricos— pueden sufrir daños acelerados al estar sometidas a movimientos diferenciales y presiones cambiantes. Esto implica costos económicos significativos para las municipalidades y, especialmente, riesgos para la seguridad de la población. En este sentido, ocho ciudades son responsables de la mayor parte de la población que vive sobre terrenos en hundimiento: Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Phoenix, Houston, Filadelfia, San Antonio y Dallas. Estas urbes han experimentado más de 90 eventos significativos de inundaciones desde el año 2000, probablemente en parte debido a que la subsidencia ha reducido la elevación natural del terreno, facilitando el ingreso y acumulación de agua.
Las soluciones para mitigar los efectos del hundimiento son variadas y deben ser adaptativas, considerando las particularidades de cada ciudad y región. Para las zonas costeras y áreas con riesgo de inundaciones, algunas medidas incluyen elevar el terreno con rellenos específicos, instalar sistemas de drenaje mejorados y apostar por infraestructuras verdes, tales como humedales artificiales que absorban el exceso de aguas pluviales. En cuanto a las zonas con riesgos de movimientos diferenciales, es necesario contemplar la retroalimentación en los códigos de construcción, priorizando técnicas que permitan a las edificaciones soportar deformaciones moderadas sin afectar su integridad estructural. También debe pensarse en restringir o rediseñar nuevas construcciones en los puntos de mayor riesgo para evitar el agravamiento del problema. El mensaje de los investigadores es claro: el hundimiento no es un problema imposible de manejar, sino un desafío que exige respuestas inmediatas y bien articuladas entre gobiernos, urbanistas, científicos y la sociedad civil.